|
|
El lugar era un desorden, muebles
viejos, anaqueles abandonados que alguna vez me sirvieron para guardar
mis triques y de pared a pared, tendederos llenos de ropa recién lavada.
Había un cambio, mi maquina estaba arrumbada en un rincón y, en lugar de
ella, sobre mi viejo escritorio, una computadora nueva, la última tecnología.
No le tome mucha importancia y continué curioseando a ver que me más encontraba.
De los dos anaqueles metálicos,
pintados de color café y de aspecto setentero, abrí uno. Tras encontrarme
con bicho acorazado, con su concha con picos como si fuera un cacahuate
gigante garapiñado al cuál le colgaba una esferita de seda, como la de
las arañas capulinas, pegue un grito salí de aquel lugar asustada pidiéndole
auxilio a mi mamá.
Minutos después regrese con apoyo.
Le enseñe a mi mama en donde estaba el bicho, pero ya no estaba en el mismo
lugar. Se había ocultado en la ranura de uno de los peldaños del anaquel.
Mamá deslizó su dedo por la ranura para confirmar la existencia de un bicho
mutación de escarabajo y araña, según mi descripción. Efectivamente, ahí
se encontraba enroscado; al sentir la amenaza de la uña de mi madre, se
defendió, como todo ser vivo, y se le lanzo al dedo. Como si fuera un dedal
de costura, enroscado ahora en el dedo de mi madre y ella, gritando por
el susto de que el bicho la mordiera, la envenenara o qué sé yo.
Después de agitar la mano, el
bicho salió volando, el dedo de mi mama estaba intacto, y le dimos gracias
a Dios, pero no nos quedamos conformes; inspeccionamos el lugar de los
hechos, esa mezcla de estudio, diván, tendedero de ropa y bodega.
De repente, tras buscar detrás
de una blusa colgada en un gancho, venía retador, colgado de su telaraña,
el bicho tras mi mamá, pero ella se alcanzó a quitar y lo perdimos de vista.
Otra vez, ahí estaba, esta vez venía hacía mi y logro treparse en mi pierna.
Mi mamá intento sacudírmelo, pero pareciera que más que un simple bicho
acorazado, que teje telarañas para capturar algún mosco incauto volando
en su territorio, succiona el cerebro del mosco y crece, se aparea con
otro bicho.. O ¿ acaso será hermafrodita?. Aparte de ser un simple bicho,
lee la mente de los humanos, o tiene muy buenos reflejos, y, cuando mi
madre pretende aplastarlo o espantarlo, adrede brinca a un lugar de la
misma persona, en este caso yo, para que el pánico y la frustración se
apoderen de mi. Ahora está en mi espalda.
Le digo a mi mama que me lo quite
de una vez, que lo aviente hacia un lado, y mi mama hace el intento, pero
el bicho se aferra, en cuanto mi mama esta por aventarlo, éste brinca mas
arriba, ahora esta en mi cuello.
Si hacemos lo mismo de nuevo,
me brincara a la cabeza, ¿acaso pretende succionarme el cerebro a mí también?
pero, ¡ soy demasiado grande para él!
Ahí me encuentro, en medio de
la nada y de todo, con la única persona que podría ayudarme. Mi madre.
¿ qué hacer? Si lo trata de espantar de nuevo, me chupara el cerebro. Y
¿si lo deja ahí? ¿ que daño podría causarme?
Pegado a mi cuello, inmóvil pero
aferrado con sus patas. Quizás si estuviera en mi pecho podría decir que
es un prendedor, regalo de algún amigo estrafalario. Pero no, ¡esta en
mi cuello!
Empiezo a acostumbrarme al ligero
cosquilleo que me producen sus patas, cuando salga a la calle si me suelto
el cabello nadie lo notara, espero que el calor no le moleste y decida
comerse mi mente.
Tal vez algún día vea a otro
bicho igual y decida seguirlo, o tal vez algún día cuando duerma se le
olvide qué estaba haciendo y se vaya o simplemente se caiga. En un momento
de su vida de bicho deberá cansarse de estar ahí inmóvil.
Han pasado diez días y este bicho
no se quiere caer, ni se quiere morir, ni quiere buscar a su novia. Me
he atrevido a tocarle su concha, y ya no brinca a mi cabeza si lo trato
de espantar, creo que ya es parte de mí.
Me pregunto, si no come nada
¿cómo es que sigue vivo?. Aún no pierdo la fe de que se muera de desnutrición.
*Karen G. Rodríguez Montiel.
Guadalajara,
México. 1979.
Lic. en Informatica Administrativa (ITESO).
|
|
|
enero
2003
|