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El tiempo pasaba lento. Lento
como las tortugas, como los atascos, como esos minutos que transcurren
después de decir algo de lo que no se está completamente seguro... La ventana
era la única promesa de actividad de la habitación, un insolente sol se
colaba por los resquicios de la persiana y dos cuerpos descansaban sobre
un colchón. El aire estaba viciado de ese olor que mezcla el sudor del
amor recalentado y el humo del cigarro. Abrió los ojos e intentó recordar
alguna buena razón para espabilarse aquel domingo. Se acordó de su niñez
de aquellos años en los que su madre tocaba la diana para levantarse e
ir a misa con la ropa de los domingos. Cuando con apenas 7 años se repeinaba
con gomina creyéndose un personaje importante de metro y poco. No pudo
evitar sonreír. Miró al cuerpo que estaba a su lado. Tampoco pudo evitar
sonreír. Un cuerpo femenino se retorcía, huyendo de un peligro que solo
existía en sueños. Le encantaban sus curvas. Aunque no infinitas eran previsibles,
y se dejaban acariciar. Era difícil encontrar una compañera hoy en día.
Era difícil mantener una relación que no se perdiera en medio del todo
que es la vida. Era difícil encontrar tú otra mitad.
Se levanto, se miró en el espejo
y pensó que era un tostón de persona, y lamentablemente era verdad. Le
gustaba arriesgarse, pero con cuidado. Apostar sobre seguro, y correr riesgos
controlados. Tenía un trabajo con horario de oficina y poca responsabilidad.
Empezó a divagar. Le gustaría correr una aventura, vivir otra vida probarse
otra piel. Le hubiera gustado ser pirata, viajar por los mares y hundir
barcos. Pero no había nacido en la época adecuada. A lo mejor podría meterse
a militar y recorrer mundo con la excusa del amor a la patria, pero su
cuerpo seguro que no pasaba las duras pruebas. Se acordó de su infancia
de la época dorada en la que quería jugar de delantero en el Real Madrid,
todo el mundo se reía cuando lo proclamaba en alto. Sobre todo los mayores.
Todavía recuerda sus rostros sonrientes:
- Tú delantero del Real Madrid,
si hombre y yo Papa de Roma- decía el viejo Guzmán que vendía chucherías
para los niños en la tienda de la esquina.
El tío Germán era distinto, cuando
los demás reían, siempre sacaba un minuto para recordarle que no tenía
que hacerles ni caso, porque sino, no llegaría a nada en la vida. Tuvo
un momento para pensar en el bueno de Germán. El tío marica como le decía
su padre. Cuando su padre se emborrachaba y se acordaba del tío Germán
siempre lo ponía a parir. Decía que era un patán. Que era un patán que
perdía aceite, decía que le daba asco, en lo posible lo evitaba. Y proclamaba
a gritos ante sus hijos que si alguien seguía el camino del tío no había
herencia. Después se descojonaba, e imitaba a Germán con grandes ademanes.
A mamá no le gustaba que hiciera esa clase de bromas, pero tampoco las
impedías, así que el bueno de Germán nunca tuvo defensor. Cuando creció
y empezó a enterarse un poco de que iba la aventura de vivir, entabló una
relación muy bonita con su tío Germán solía ir a verlo a escondidas de
su padre, después de las clases en la universidad, el tío Germán le enseñó
que existía otro mundo, donde la sexualidad era libre y cada uno podía
elegir su opción.
Poco a poco se fue metiendo en
el ambiente, y como decía Germán se fue liberando. Empezó a darle a su
cuerpo todas aquellas cosas que le pedía se volvió hedonista sin planearlo,
y rozó por primera vez en su vida lo que era la felicidad, la noche le
arropo con su abrazo y le obsequió con todos los privilegios que un día
ocupado se empeñaba en negarle. Tuvo sus primeras relaciones sexuales con
gente de su propio sexo y empezó a descubrir como era realmente.
Durante el día se rendía sumisamente
a su trabajo, por las noches se rendía a sus deseos, pronto las ojeras
empezaron a delatar su doble vida y tuvo problemas en el trabajo. Sin embargo
nadie sospechaba ni de lejos que era lo que le pasaba, la gente es muy
sencilla y está muy encorsetada, se dejan llevar a pies juntillas por los
estereotipos que les enseñan desde niños. Pensó que a fin de cuentas era
normal, sino la vida sería una locura, nadie estaría cuerdo si tuviéramos
que plantearnos todo lo que sucede en nuestras vidas.
Además era otra época, donde
las personas estaban algo más reprimidas, ahora es igual no obstante se
puede hablar del tema en público, con hipócritas que presumen de liberales
pero que se van distanciando poco a poco, no por nada solo porque sí. Reflexionó
un momento y se dio cuenta de que había personas que habían huido de su
vida progresivamente desde que se enteraron de su doble vida. No es que
sufriera mucho por estos distanciamientos, a fin de cuentas estas personas
le habían demostrado que no valían la pena pero no le dejaba de joder,
que presumieran de ser tan liberales y después fueran como todo el mundo,
o mejor dicho peor que todo el mundo pues el resto de las personas, no
le mentían tan descaradamente.
Finalmente se espabiló, le dolía
la barriga, aún así empezó a hacer el desayuno, el teléfono sonó, lo dejó
sonar no quería hablar con nadie, así que dejo que saltara el contestador
y una voz de hombre sonó al otro lado. Era una voz ronca pero que se quebraba,
la voz del borracho que está llegando a casa.
- Hola eres tú- susurro la voz
al otro lado de la línea- se que estas ahí... no se porque no me cojes
el teléfono... tan mal me he portado... por favor necesito hablar contigo...-
la comunicación se cortó y el silencio irrumpió como un invitado indeseado.
Se quedó mirando al vacío, el tipo de la línea era Manuel su último novio.
Era buen tipo pero era muy pesado y no se enteraba de nada, era otro encorsetado
más.
Volvió a preparar el desayuno,
en la habitación el cuerpo femenino soltó un bostezo y ella se dio cuenta
de que tenía la regla.
*Echadey Hernández Aretaga
Madrid, España.
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enero
2003
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