renglones torcidos     

Homo
Echadey Hernández Aretaga


       El tiempo pasaba lento. Lento como las tortugas, como los atascos, como esos minutos que transcurren después de decir algo de lo que no se está completamente seguro... La ventana era la única promesa de actividad de la habitación, un insolente sol se colaba por los resquicios de la persiana y dos cuerpos descansaban sobre un colchón. El aire estaba viciado de ese olor que mezcla el sudor del amor recalentado y el humo del cigarro. Abrió los ojos e intentó recordar alguna buena razón para espabilarse aquel domingo. Se acordó de su niñez de aquellos años en los que su madre tocaba la diana para levantarse e ir a misa con la ropa de los domingos. Cuando con apenas 7 años se repeinaba con gomina creyéndose un personaje importante de metro y poco. No pudo evitar sonreír. Miró al cuerpo que estaba a su lado. Tampoco pudo evitar sonreír. Un cuerpo femenino se retorcía, huyendo de un peligro que solo existía en sueños. Le encantaban sus curvas. Aunque no infinitas eran previsibles, y se dejaban acariciar. Era difícil encontrar una compañera hoy en día. Era difícil mantener una relación que no se perdiera en medio del todo que es la vida. Era difícil encontrar tú otra mitad.

       Se levanto, se miró en el espejo y pensó que era un tostón de persona, y lamentablemente era verdad. Le gustaba arriesgarse, pero con cuidado. Apostar sobre seguro, y correr riesgos controlados. Tenía un trabajo con horario de oficina y poca responsabilidad. Empezó a divagar. Le gustaría correr una aventura, vivir otra vida probarse otra piel. Le hubiera gustado ser pirata, viajar por los mares y hundir barcos. Pero no había nacido en la época adecuada. A lo mejor podría meterse a militar y recorrer mundo con la excusa del amor a la patria, pero su cuerpo seguro que no pasaba las duras pruebas. Se acordó de su infancia de la época dorada en la que quería jugar de delantero en el Real Madrid, todo el mundo se reía cuando lo proclamaba en alto. Sobre todo los mayores. Todavía recuerda sus rostros sonrientes:

       - Tú delantero del Real Madrid, si hombre y yo Papa de Roma- decía el viejo Guzmán que vendía chucherías para los niños en la tienda de la esquina.

       El tío Germán era distinto, cuando los demás reían, siempre sacaba un minuto para recordarle que no tenía que hacerles ni caso, porque sino, no llegaría a nada en la vida. Tuvo un momento para pensar en el bueno de Germán. El tío marica como le decía su padre. Cuando su padre se emborrachaba y se acordaba del tío Germán siempre lo ponía a parir. Decía que era un patán. Que era un patán que perdía aceite, decía que le daba asco, en lo posible lo evitaba. Y proclamaba a gritos ante sus hijos que si alguien seguía el camino del tío no había herencia. Después se descojonaba, e imitaba a Germán con grandes ademanes. A mamá no le gustaba que hiciera esa clase de bromas, pero tampoco las impedías, así que el bueno de Germán nunca tuvo defensor. Cuando creció y empezó a enterarse un poco de que iba la aventura de vivir, entabló una relación muy bonita con su tío Germán solía ir a verlo a escondidas de su padre, después de las clases en la universidad, el tío Germán le enseñó que existía otro mundo, donde la sexualidad era libre y cada uno podía elegir su opción.

       Poco a poco se fue metiendo en el ambiente, y como decía Germán se fue liberando. Empezó a darle a su cuerpo todas aquellas cosas que le pedía se volvió hedonista sin planearlo, y rozó por primera vez en su vida lo que era la felicidad, la noche le arropo con su abrazo y le obsequió con todos los privilegios que un día ocupado se empeñaba en negarle. Tuvo sus primeras relaciones sexuales con gente de su propio sexo y empezó a descubrir como era realmente.

       Durante el día se rendía sumisamente a su trabajo, por las noches se rendía a sus deseos, pronto las ojeras empezaron a delatar su doble vida y tuvo problemas en el trabajo. Sin embargo nadie sospechaba ni de lejos que era lo que le pasaba, la gente es muy sencilla y está muy encorsetada, se dejan llevar a pies juntillas por los estereotipos que les enseñan desde niños. Pensó que a fin de cuentas era normal, sino la vida sería una locura, nadie estaría cuerdo si tuviéramos que plantearnos todo lo que sucede en nuestras vidas.

       Además era otra época, donde las personas estaban algo más reprimidas, ahora es igual no obstante se puede hablar del tema en público, con hipócritas que presumen de liberales pero que se van distanciando poco a poco, no por nada solo porque sí. Reflexionó un momento y se dio cuenta de que había personas que habían huido de su vida progresivamente desde que se enteraron de su doble vida. No es que sufriera mucho por estos distanciamientos, a fin de cuentas estas personas le habían demostrado que no valían la pena pero no le dejaba de joder, que presumieran de ser tan liberales y después fueran como todo el mundo, o mejor dicho peor que todo el mundo pues el resto de las personas, no le mentían tan descaradamente.

       Finalmente se espabiló, le dolía la barriga, aún así empezó a hacer el desayuno, el teléfono sonó, lo dejó sonar no quería hablar con nadie, así que dejo que saltara el contestador y una voz de hombre sonó al otro lado. Era una voz ronca pero que se quebraba, la voz del borracho que está llegando a casa.

       - Hola eres tú- susurro la voz al otro lado de la línea- se que estas ahí... no se porque no me cojes el teléfono... tan mal me he portado... por favor necesito hablar contigo...- la comunicación se cortó y el silencio irrumpió como un invitado indeseado. Se quedó mirando al vacío, el tipo de la línea era Manuel su último novio. Era buen tipo pero era muy pesado y no se enteraba de nada, era otro encorsetado más.

       Volvió a preparar el desayuno, en la habitación el cuerpo femenino soltó un bostezo y ella se dio cuenta de que tenía la regla.



*Echadey Hernández Aretaga
Madrid, España.

enero
2003