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A partir de su viaje a Chiapas La Romana
comenzó a tener visiones en la intersección de una fecha futura y la realización
del Plan Puebla Panamá. Comparte con al margen una de ellas, pero nos aclara que nosotros construímos el destino, nada está escrito definitivamente. |
Como
vencidos o derrotados por su misma fuerza, la que antes tuvieron para luchar
contra corriente, estaban todos, ninguno faltó al compromiso ni a la palabra
empeñada.
Desde
mi ermita predije el futuro: vendrán tiempos de desasosiego y de hastío,
querrán no haber contribuido a la quimera con la que se engañaron solos.
La
naturaleza tiene sus razones para separar a los hombres con una montaña,
con un barranco o con un río. La cercanía física no es signo de que estemos
unidos. Pero las ilusiones se construyen en el aire y en el aire hay sueños
viejos, de otros hombres, de otros lugares, de otros tiempos.
Fue
en el aire donde se erigió el imponente puente, sostenido por columnas
de acero, y como no fue hecho con material extraído de su propia tierra,
el puente no les pertenecía. |
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Llegaron
por caminos polvorientos transportes que nunca habían visto, cargados de
cemento y de fierros que parecían viejos, y aun así fueron clavados como
hondas puñaladas en las riberas y en el corazón del río. Se construyó con
el sudor de todos, el gran monumento, como el ídolo aquel que adoraron
los que estaban ciegos. Fue tal la hazaña, que ocultó cualquier remordimiento.
Tuvieron
entonces un empleo y fue cierto que sus manos contaron, en vez de peces,
monedas; pero las devolvieron una por una, de absurda manera. Cuando se
cree una parte también se cree en el todo.
Sus
redes enmohecidas, rotas, viejas y arrinconadas en la orilla, no volvieron
a sumergirse en el agua, tampoco sus balsas flotaron sobre el río, su madera
seca y retorcida se resquebrajó en mil pedazos, como los vestigios de su
antigua cultura.
Sus
pies se calzaron y encallecieron sus dedos. Sus pantalones cortos y blancos
que los refrescaban del calor del cielo, se volvieron largos y oscuros,
como los rostros de sus mujeres y de sus hijos.
Cuando
volvieron de su ensoñación, descubrieron la mentira, pero era tarde, demasiado
tarde para derribar el puente o no haberlo construido. Su pesca era de
otros, su tierra verde se cubrió de gris y el agua limpia del río se llenó
de aceite prieto y de basura.
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Las
máquinas ruidosas y frías de las fábricas eran, por ocho horas, su única
compañía, y su trabajo les permitió, apenas, comprar pescado en latas,
en vez de regalarles mojarras frescas del río.
El
día que se treparon por primera vez al puente, para mirar su río, no imaginaron
que verlo desde semejante altura, era el presagio de que jamás volverían
a sentirlo cerca.
Hay
lazos que al unir separan, con la fuerza oculta de su amalgadura, porque
la esencia de su unión no es el bien del hombre, sino arrebatarle lo que
es suyo.
*Patricia Romana Bárcena Molina.
México D.F.
Maestra en
educación especial.
Directora del Colegio Vallarta
Arboledas.
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febrero
2003
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