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Sosiego Otoniel Guevara |
Hoy quisiera recuperar el tiempo perdido: años, meses, años, días y momentos. De haber culminado con éxito mi fuga del hogar cuando a los once me emboscaron hormonas y edenes mi nombre hubiera quedado apretujado en listados mugrosos de policías sin escrúpulos ni madre y el sinuoso Beethoven hubiera perdido un amante para sus sonatas No hubiera tenido hijos: me los hubiera comido. Si a los catorce no se me aparece Amílcar cargado de poemas y canciones de protesta me habría enamorado de alguna campesina de su luz silenciosa, de su lengua graciosa , y su miel licenciosa, de su pelo limpio y su olor a cascada. Me hubiese hecho rico con una porqueriza y respondería ante el nombre de “Violeta Parra” con bibliografía hortícola o algo semejante. Desde entonces yo era buen futbolista. Y hasta me persignaba a cada pitazo inicial. Mas la vida es redonda y nos aplasta dondequiera que vamos, contra quienes estemos, por la simple razón de ser entre la grama. Con las muchachas nunca tuve suerte: desde los diecisiete me envuelven con sus formas y me hacen preguntarme cosas que nunca supe. Con ellas lo mejor es el silencio: silencio al acercarse, al envolverlas, al amarlas con todos los sentidos. Mucho silencio para no despertarlas y más para salir en puntillas de sus vidas. Quise ser guerrillero y nunca maté a nadie. Cada vez que disparé fui yo el único herido. Soy veterano de una guerra en la que Dios estuvo preso. Y donde Satanás fue muerto en la primer escaramuza. El tiempo se acabó. Ya no pretendo ser inmortal. El cuerpo pesa y las mochilas suelen descoserse: por los agujeros se cuela la esperanza, se van los libros que quisimos leer, las emociones que torpemente dejamos al pie de los amates, la piel de los tambores que nunca se enredaron con mi piel, la suavidad del beso en que murió mi boca. Tantas veces la muerte perdió al póquer conmigo ¿y cuál fue mi ganancia?: arrastrar mis pasos sobre los cementerios, engordar con papeles de amor un baúl extraviado, gritar bajo la lluvia los rencores al Creador, quien solamente me contestó con truenos ilegibles, con rayos insensible y con pájaros muertos. Quise ser más que un hombre y de escudo me dieron la palabra y de enemigo todo lo pronunciable. ¡Basta de sustantivos y adjetivos! Ya no quiero más verbos: ¡Quiero sangre! ¡Sangre en el colibrí, sangre en el río, sangre verde en la montaña ruda, sangre azul en el cielo grisoteado, sangre de luz en la laguna-cloaca, sangre de ángeles al borde de los niños, sangre de rojo amor en el demonio, sangre de inmensidad en los poemas, sangre de Dios en el pecho del hombre! Sangre en el nombre, sangre en el hombre: en el nombre del hombre: ¡quiero sangre! Y en el nombre del tiempo ya perdido que ya jamás vendrá que ya es olvido queda la bendición del hueco de una manos que entibien este amor sobreviviente que trae del poeta lo soñado, del guerrero su herida siempreardiente, del sacerdote su consuelo infinito, del delincuente su palabrota franca y del ebrio bufón la sabia ciencia de protestar por todo con la risa. De todos modos la vida siempre empieza.
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marzo 2003 |