|
El Dios de la Hueva Mauricio Sáenz |
Cruzaba las nubes, majestuoso, regio y desatento el dios de la hueva, satisfecho de no tener un nicho donde rendirse, sino de irla tirando por los claroscuros del mundo. Hinchado y presuntuoso, en su infinita confianza recorría los densos y brumosos islotes abismales, por donde ninguno de sus inmediatos vecinos se atrevieron a rondar desde aquel caos mencionado, ya como una ficción, alegoría o parábola fantástica de tiempos acaecidos; y es que aunque entre deidades convivía, éste no se fiaba de los desvaríos de los otros, los estrenados y los nacientes dioses (y diosas). En uno de sus recorridos vislumbró un plácido territorio sereno y manso, también miró a diminutos seres que coexistían sin guarnición. Bonachón, ufano y veleidoso como cualquiera, este dios pensó era bueno que todo estuviera en armonía con su condición ubicua y omnipresente. Entonces se dispuso a establecerles oportunidades y les otorgó antojo, capricho y voluntad para que experimentaran la fascinación de la buena vida, nomás por que se le hinchaba su reverenda esencia. Y se retiró o más bien, dejó de prestar importancia porque, si él estaba en todos lados no podía irse a ningún lugar, fuese, apareciese o viniese. Sesiones de embrollos, ruidos y murmullos eran las reuniones a las que citaban dioses menores, para administrarse la divinidad y regentear comunidades de especimenes amorfos manejables. Aquella ocasión que resultaría especial para aquel dios, esmeradamente acordaron condescenderse tres leyes por asistente y por sesión... en esa primera y de hecho la única a la que se congregaron todos, este dios irreverente quiso ganarse la buena seña y que se le reconociera por su actitud y su donaire desenfadado, enérgicamente dispuso que “Tengan únicamente como límite la discreción”; al escuchar esto, los dioses le celebraron por haber emitido una ley tan simple y a la vez funcional, aunque, el dios de la hueva reconociese para sus adentros, que había errado, pero su orgullo le impidió solicitar fuera abortada su apelación. Los distintos dioses pronunciaban retahílas de inseparables mensajes escrupulosos, estrictos e inflexibles, si bien las leyes pronunciadas eran acertadas, atesoradas coincidían o eran similares, fue pues que al mencionado dios con ligereza quiso emitir las otras dos de sus tocantes leyes para ya desalojarse. Dijo: (sonrisa malandrina de por medio) “Prohibido prohibir” y “Procúrense todo el deleite propio y ajeno”. Con la primera había inventado la anarquía (y por consiguiente el caos) y con la segunda el hedonismo. De paso les había jodido el meticuloso encargo mencionado...Estaba en su derecho. Reparó que los otros en ningún momento mencionaron directa o indirectamente el lugar poblado que el dios de la hueva había mirado, supuso que los otros no lo habían localizado o que se la transfirieron o se la heredaron, ese momento victorioso era para él, de regodeo y alborozo. Pasaba el tiempo y los diminutos seres intuyeron de verdad que eran consentidos, que las leyes únicas les resultaban templadas, al principio el escenario fue apacible, voluntariosos todos (y todas), los demás notaron esa singularidad. Supuso el dios de la hueva que en tiempos venideros, su tierra sería conocida como “Solaris” y que los otros tomarían primero como objeto de estudio, luego como modelo de práctica su lotecito de planeta, se harían inauditos tratados, sendos y novedosos sobre el perfeccionamiento de la vidorria allí, dijo serán llamados “Los estudios de la Cultura de calidad”. Porque muy a pesar de todos, el dios de la hueva era (paradójicamente) un dios productivo. Precisamente fue por eso que los personajes tergiversaron el sentido de la productividad, discernieron a como ellos sospecharon estaría bueno, creando conjeturas sosas. Sucedió pues que (esos entes) comenzaron a ser proclives a la productividad laboral. Sí, era para ellos bueno trabajar, ilusoriamente creyeron que era el camino directo a ser parejos a su deidad. Afanosamente entre todos cooperaban solo para construir edificios, unos aquí, allá acullá y otros para allá más allá, para observar los a los otros posibles inquilinos de desconocidas galaxias. Las pirámides eran vistas desde lo lejos, lúcidas representaciones de su ruin actividad. Inventaron artificios, instrumentos de medición y herramientas que agilizaran el trabajo, todo con el fin de que tuvieran su preciada recompensa: el descanso. Pero eso, el descanso como ejemplo era lo que ellos habían rehusado tener. Se reprendía a aquellos que todavía se refocilaban, los que retozaban y celebraban su negativa a ser “útiles”. Estos fueron excluidos y tachados, eran una contaminación para la agrupación mayor de entes chambeadores. Juntaronse los excluidos y se pusieron (cómodos) a filosofar y fumar su paciencia. Un repentino furor desconocido le sobrevino cuando interesado advirtió que aquellos a quienes había concesionado permisividad, echaron por la borda los inasibles miramientos de armonía. Se agitó contrayéndose angustiosamente al saberse impedido de remediar, retener o retrasar tal situación... El dios de la hueva, (que era un dios menor) a pesar de su ubicuidad y de su grandeza era impotente para contrarrestar a los iniciadores de la burocracia, no quiso aparecérsele porque no le comprenderían, tan cerrazónicos se habían vuelto. Anárquicamente o en camarillas se expandieron los trabajones, haciendo un placer lo que nunca fue pensado. Erigieron su corto mundo de obligaciones, desechando la amplia gama de piadosa complacencia. Aunque el acontecimiento le había causado un desatino, reflexionó y pensó que su experimento volvía a tener los resultados malogrados de los dioses ya pasados, “siempre les alcanza el caos” le insinuarían. Desesperado no les quedó otra opción que asestarles dos que tres penalidades que como bien supuso ni así escarmentarían, el mal ya estaba recorriendo todas las nebulosas, engañando a sus vecinos. Dijo: Por haber destruido las esenciales administraciones del gozo, se les retira a partir de ahora y para siempre la inmortalidad y las otras canonjías, segundo, aquellos que sean admitidos en las políticas de servicio público, trabajarán 30 años y después se jubilarán y a cambio de eso recibirán el desprecio y/o la lástima de sus congéneres. Los que no mencioné trabajarán hasta cadáveres. Lánguido y hastiado ya no quiso desgastarse en discutir y quiso exterminarse, huir, irse pero él mismo tenía como penitencia nunca dejar de ser. Transcurrieron los avatares propios de toda sociedad de individuos, por considerables tiempos y ni el uno, mucho menos los otros se atrevieron a pedir consuelo o redimirse. Entonces uno de sus conocidos insolentemente atendió ese poblado y pretendió adoctrinarlos. Con la desacostumbrada pertinencia suplicó autorización, encargos y comisiones... Descendió (como embajador del dios de la hueva) y se le escaparon los cometidos que traía. Después de lamentarse se propuo escribir mensajes a los pobladores de la comarca y establecer conexión con el de allá arriba, pero a uno y a otro pronto se les olvidó. Así que el insolente embajador, optó por disponerlos para mover conciencias y escoger el arrepentimiento que los regresaría a su condición primaria, aquella de eternos descansadotes, pero antes que todo se tiró una hueva de treinta y tres años, le halló gusto y se proyectó de largo con ociosa hueva.
|
abril 2003 |