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Septiembre Diana Sandoval Romero |
Este mes de septiembre siempre llueve a cántaros. A pesar de que llovió por la mañana y un rato por la tarde, ahora entrada la noche más temprano que de costumbre, nuevamente arreció la lluvia, como si el cielo hubiera juntado el agua de los meses de sequía para soltarla el día de hoy. Uno tras otro se suceden los relámpagos, pareciera que todas las nubes estuvieran chocando justo arriba de mi, por fortuna se ven y se oyen distantes. ¿Qué hacer en una noche así? Salir por supuesto está descartado, la televisión aburre, parece como si fuera un monólogo de la pared. Se me antoja que en esta soledad, viajar en las páginas de un libro es buena compañía. Me acomodo en el sillón, bajo una buena luz a mi espalda y a mi lado una taza de café y una copa de coñac. Me adentro en una trama que de principio parece interesante, con sus actitudes se van perfilando los personajes y la descripción del lugar donde se desarrolla la historia me hace conocer con la imaginación lugares por los que nunca he ido. Ya pasa de medianoche y embebido en la lectura, con tres tazas de café las horas se me han pasado sin sentir. De pronto me sorprende el ruido de una ventana que se abre impulsada por el viento y el agua se introduce como un chubasco entre la sala. Dejo mi comodidad y acudo a cerrar nuevamente la ventana, en eso alguien toca a la puerta con insistencia, ¿quién a estas horas? no espero visitas y con este tiempo menos todavía. A mi pregunta de ¿quién es? Me responde una voz femenina que no reconozco, por favor, abra, se lo suplico. Me asomo por la mirilla y veo a una joven que luce angustiada y sobretodo completamente mojada. Pase usted, le digo haciéndome a un lado al abrir la puerta, pase, en que le puedo servir? -Discúlpeme por favor por tocar a esta hora, pero es que la noche está terrible, mi auto se descompuso, seguramente con el agua se mojó algún cable y me vine caminando pero no hay ningún lugar abierto y como vi luz en su casa me atreví a tocar, por favor, permítame entrar, sólo mientras pasa la lluvia, porque no quiero estar sola en mi auto con este tiempo. -Adelante, pase usted por favor, viene usted empapada, espero que no le haga daño…aunque no tengo ropa apropiada puedo ofrecerle una pijama y una bata mientras su ropa se seca, espero me tenga confianza y que la acepte, mientras le prepararé un buen café, con lo cual quedará como nueva. -Muchas gracias, dada la situación se lo agradezco y lo acepto. El vestido rojo que traía, totalmente mojado contrastaba con su cabello rubio y resaltaba su figura, era una mujer realmente hermosa. Su pelo caía naturalmente sobre sus hombros y enmarcaba su rostro, sus cejas bien delineadas y sus grandes pestañas hacían mas cautivadores sus grandes ojos cafés, una nariz pequeña y sus labios rojos me tenían perfectamente hipnotizado. Se sentó en el sofá y me absorbió por completo con el timbre de su voz. No supe de que hablamos, estaba como en otro mundo, atrapado por completo. Se levantó de improviso, alejó la taza de café de mis manos, me miró muy cerca y no pude mas, cerrando los ojos me prendí a sus labios y supe entonces… que de verdad existe el paraíso. Por un momento sentí ásperos sus labios, y al abrir los ojos había desaparecido, una pequeña rana estaba postrada sobre mi hombro, quise alcanzarla con la mano pero dando pequeños saltos escapó por la ventana entreabierta. Sobre mis piernas estaba abierto el libro en el segundo capítulo. Mi bata estaba sobre el sofá, pero no había ni rastros de la mujer. Me asomé por la ventana, había amanecido, el cielo estaba despejado y algunas personas empezaban a transitar por las calles. ¿Había soñado? ¿…habría quizá besado a una princesa que se convirtió con mi beso en una rana? ¿o habría besado entre sueños a esa pequeña rana que tal vez se coló con el chubasco que entró por la ventana?…Miré hacia la calle y a escasas dos cuadras de mi casa, una mujer rubia con un vestido rojo subía a un auto y enfilaba hacia la carretera. Lo único cierto es que la botella de coñac estaba casi vacía y mi cabeza… empezaba a doler de verdad.
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abril 2003 |