deshoras     


En la espesa niebla
César Hernández


        

    La mañana era fría, avanzábamos despacio, con precaución, apartando la niebla casi con las manos y de vez en cuando nos deteníamos para constatar que todavía estuviéramos juntos; no porque no escucháramos nuestra voz, siempre hablábamos cuando caminábamos, sino porque sabíamos que en esta tierra de fantasmas la voz tenía la propiedad de adelantarse a los cuerpos.
    Conocíamos muy bien la historia de la Juana, o debiera decir, desconocíamos lo que le ocurrió a su novio Pedro; salieron a caminar una mañana como esta llena de niebla, la falta de visibilidad los hizo platicadores. Después de andar a ciegas por largo rato la Juana escuchó a su novio que se despedía. Espera que voy contigo - le dijo ella. No hubo respuesta. Con las lágrimas en los ojos La Juana nos dijo, días después, que volteó y grito "¿Pos dónde te has metido?" "Es que me he muerto dos millas atrás" contestó la niebla.

    Dábamos unos pasos y luego buscábamos nuestras manos. La Lore y yo no éramos novios, si lo hacíamos era porque de verdad sentíamos miedo de solo escuchar nuestras voces y no ver nada a los lados ni al frente y nosotros con tanta necesidad de llegar a hacienda donde trabajábamos.

    Así era el valle donde vivíamos; la mitad del año la pasábamos caminando bajo el sol y la otra mitad buscándonos a tientas muertos de miedo bajo la espesa niebla. Conocíamos la historia de la Juana porque ella era hermana de la Lore pero sabíamos que se rumoraban otras. Se decía que en la casa de los López, José había desaparecido y, después, como pa´completar la tragedia a su vecina, la Adriana, también se la trago la niebla. Así que cuando la Lore me invitó a trabajar en la hacienda mi Madre se opuso. Decía que ella, la Lore, estaba marcada; que después los fantasmas vendrían por la Juana para completar el banquete y luego le seguiría ella. Temía que me arrastrara el maleficio. No le hice caso y a la mañana siguiente pase por la Lore pa´ir a la hacienda, había comenzado el otoño y la niebla se hacía más espesa cada día.

    Cuando salía de casa mi madre no dejaba de rezar por mi regreso hasta que me veía de vuelta. Fue su sufrimiento el que me llevó a pedirle a la Lore que nos tomáramos de la mano de vez en cuando; pa´asegurarnos que todavía caminábamos juntos. Recuerdo que bajo la cabeza y asintió.

    Nos volvimos buenos platicadores, el camino a la hacienda era largo y peligroso. Allí supe que José quería a la Adriana, la quería a la buena y se lo había dicho a la madre de Adriana. La madre se opuso y hasta lo maldijo; por eso se lo llevaron - decía la Lore mientras caminaba. Ya estaba señalado. Recuerdo que cuando me platicó esto la Lore sentí tanto miedo que le tomé la mano pa´estar seguro de que ella seguía allí. La encontré inmediatamente, era cálida y suave; di gracias a Dios de que siguiéramos juntos.

    A la Adriana también se la llevó la desgracia y días después desapareció, había salido sola y ya nunca se le volvió a ver.

    La niebla era más espesa en unos lugares que en otros, allí nos acercábamos más. Un día oímos que algo se arrastraba cerca de nosotros y nos apuramos a abrazarnos, queríamos estar seguros de que los fantasmas no nos llevarían; sentí como su corazón se agitaba en medio de sus tibios pechos.

    Desde entonces cada vez que la niebla se espesaba la tomaba de la cintura, pa´que nadie se la llevara mientras platicábamos.

    Ayer La Lore me contó que Pedro y la Juana se iban a casar, lo habían decidido la noche anterior a su desaparición. Entonces se puso triste y comenzó a llorar en mis brazos, traté de consolarla con palabras pero todo fue inútil. Temí que los fantasmas optaran por llevársela, entonces la apreté a mí y le tapé la boca con mi boca para que los fantasmas no escucharan sus sollozos. Su cuerpo se estremeció bajo el mío, sentí su desesperación y su miedo. La protegí en el suelo, sentí como sus piernas se entibiaban conforme recobraba la serenidad. Estuvimos ahí un rato hasta que su agitación desapareció.

    Sé que mi madre ya no reza tanto por mí, me lo ha dicho ella; después del rezo de despedida se va a descansar. Me estoy volviendo cobarde. Hoy la Lore pasará por mí y nos iremos juntos a la hacienda, todavía faltan muchos días para que se levante la niebla y ahora sin rezos tendremos que protegernos más la Lore y yo, Sé que a mitad del camino haremos un alto para que abrazados se nos pase el miedo y luego continuará nuestro camino a la hacienda. Temo que faltando pocos días para que el sol aparezca los fantasmas vendrán por mí, será cuando me retrace para quitarme una piedra de la bota y en la niebla le siga platicando a la Lore. Ya no temo por ella, sé que la Juana y la Lore se querrán más que nunca y que el hijo que la Juana espera jugará con el mío mientras a mí me llevarán los fantasmas allá donde Pedro se pasea con la otra Juana..



César Hernández
César Hernández es el tercer hijo de una familia que tiene siete herederos. Nacido allá en la medianía del ´65 en un paseo providencial que incluía una breve estancia en Guadalajara. Circunstancia, más o menos fortuita, que lo autoriza a colgarse el título de tapatío. Ingeniero de profesión y aprendiz de escritor por ocio. Sádico por naturaleza pero con un muy alto sentido de la conciencia, reconoce en su público a los infortunados conejillos de indias de sus primeras letras, razón por la cual aprovecha para poner el siguiente buzón electrónico para acoger las sugerencias o quejas que sus desbalagadas letras puedan generar: cesarhdez65@hotmail.com


mayo
2003