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Síesta
Él deja un pie más allá
del confín de la sábana
y se adormece.
“Si nada se dice”, piensa el otro,
“las historias vienen solas”.
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Oscuridad.
Luz. Enciende un cigarrillo.
Oscuridad. No puede encenderlo.
Luz. El cigarrillo, al fin.
Luz.
Oscuridad. Apaga el cigarrillo.
Luz (del foco). Se viste.
Oscuridad (del foco). Sale.
Oscuridad. Se fue.
El cigarrillo de nuevo.
Otro cigarrillo.
El humo disperso y la brasa,
que flota.
Restos. Sus restos, apenas
dos dedos que se sostienen en la brasa, apenas
dos dedos cerca del ombligo, ahora
dos dedos y la periferia de un sexo, a punto de naufragar
dos dedos y un labio.
Inhalación. La inhalación y el contorno de un rostro.
Un rostro apenas entrevisto en la penumbra.
Porciones.
Detalles.
Piernas, sus piernas en la semioscuridad de un cigarrillo.
No sus piernas,
las
del otro, ahora
la
belleza de sus piernas y la puerta que se cierra. Antes,
el
foco se apagaba. Después,
sus piernas en su ausencia.
Se entretiene en sus piernas, y
la brasa
chamusca
los vellos,
sus
vellos,
los
de él o los del otro.
Se inclina.
Se mueve para sentir el olor a quemado,
de sus vellos, los suyos,
o
los de él, el otro
en su ausencia,
en
la del otro, le acerca el cigarrillo y sonríe, apenas.
La amplitud de su sonrisa.
La inmensidad de su ausencia
inmediata.
Sin terminarlo, porque sí, apaga el cigarrillo.
Oscuridad. Se fue.
Aparecen silenciosos
inconexos
vacíos de él
lugares
sitios donde ahora no está.
Nítidos e intensos
anunciando un sueño que se demora
los lugares
los sitios
sin espacio ni tiempo
vacíos de él
los lugares
poblados de su ausencia
le muestran
le inducen
los lugares vacíos de él
la
existencia de un mundo sin sacudimientos
de
apariciones cortas
espaciadas
de
paso
de
formas regulares
sin
puntos luminosos
sin
cuerpitos inquietos y palpitantes
sin
horas impulsivas
tomando
vino tinto como síntoma inequívoco
del otro mundo
el
otro mundo
él,
otro mundo
el
que lleva consigo a donde quiera que vaya
a
donde quiera que esté
ahora
después de la puerta que se cerraba
antes del foco que
se oscurecía
y
con él, con el foco o con él,
el
mundo se olvidaba.
2. O simplemente un movimiento |
Un gesto
una mueca
o
simplemente un movimiento
facial
corporal
braguetal
volátil
fácil
de
noche.
Distraído en apariencia.
Dispuesto
él.
Predispuesto
yo
por
la mueca, que ya es un gesto
o
simplemente un movimiento
inmediato de una belleza en la penumbra.
Ahora, distante y próximo a la vez,
cálido
y firme
cubierto
por su silencio
y
el mío
avanza
avanzo
a
una hora incierta
nocturna
que
infunde miedo
él
el manoseo
el cuerpo ajeno que cede
el
mío también
inmediato de una belleza en la penumbra.
...
¿qué pensar
ahí
en ese lugar
en ese estado
en esa posición
ahí
donde ese muchacho
disperso
cuerpo
que
agita sus cosas
abajo
bajo
la forma de una claustrofobia artificial
deja caer sobre su gesto los peligros de la oscuridad?
Los peligros de la oscuridad.
La oscuridad.
Los peligros.
Arqueado en un claroscuro zigzagueante,
peligroso es el irse,
el que se vaya yendo
ese
muchacho
sin dejar sobre uno –que ya no es uno, ni dos, ni una-
el gesto derramado.
El gesto derramado.
desparramado
acanalado
de vibración intensa
inmediata
inmundo
a
veces
in
mundo
en
el mundo de la fuga
del
irse
del
irse y del no irse yendo
el gesto derramado
del
muchacho
que
no se fue
que
se derramó en un gesto –sólo uno-
que
no pretende ilusionarme
sino
precipitarme
precipitarse él
el
muchacho
que
no se fue
que
está
ahí
en ese lugar
en ese estado
en esa posición
de
fuga
de
irse
de
atravesar el peligro de la oscuridad
y
enderezando
a paso acompasado
cercena
aguijonea
un
cuerpo
a
veces
a
partes
a
esas partes
derrama
chorrea
y
no retiene
el calor de su entrepierna.
El calor de su entrepierna.
Suya.
Mía.
Las
dos
sueltas
en el peligro anónimo de la oscuridad
en el centelleo de una forma carnosa
brutal
a
veces
en el olvido, fugada ya, de la presencia
del
“yo”
del
“él” –pero no de él-
del
“nosotros” que, sin serlo, estamos
ahí
en ese lugar
en ese estado
en esa posición
sin saber qué pensar
yo
–que no soy, ahí, yo-
dislocada fuga
de aquello que después
en el irse
en el irme
buscando en el temblequeo de mis labios
repitiendo lunas azarosas con olor a misterio rancio
inmundo
pensaré
yo –que
volví a serlo-
desplegando las intensidades de la personalidad recuperada y
fantasmal
–ahora y siempre-
olvidando el redondel que fui
apenas,
pienso ahora
después
–nunca antes-
fetiche
grosero quizás
de mí mismo
y de él
el que derramó un
gesto
ahí,
donde ahora
ahora
ahora,
en este instante,
digo: “No vuelvo más”.
Leonel Giacometto
Rosario, Santa Fe, Argentina. 1976.
Después de participar en distintas obras, en 1998, escribió y dirigió su primera obra de teatro: “Carne humana”. En 2002 estrenó en el Teatro Cervantes de la ciudad de Buenos Aires, la obra “Santa Eulalia”, escrita junto a Patricia Suárez (reestrenada en Rosario, en 2003) y dirigida por Raúl Saggini. En 2003, en Rosario, con la obra “Rafael y alrededores” participó de la performance teatral “Lo mismo que el café”, dirigida por Rody Bertol. La obra “Puerta de hierro”, escrita junto a Patricia Suárez, fue seleccionada para el Certamen de Teatro Leído 2003 organizado por Argentores y se representará en la ciudad de Buenos Aires en octubre de 2003. Ha recibido distintas menciones y premios por sus obras y cuentos. En 2003 ganó el primer premio del concurso “Cruzando culturas”, que organiza el Ayuntamiento de Mérida, España, con el relato “Blue jeans”. Participó en varias antologías nacionales e internacionales. Es colaborador del suplemento de Cultura del diario “El Litoral” (Santa Fe) y de las revistas “El Vecino” y “Vox”. Algunos de sus relatos se encuentran publicados en distintos portales de Internet (www.yoescribo.com, www.revistakitsch.net, www.tau.es, www.lapuertazul.com.ar).
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julio
2003 |