la nomenklatura     


La idea de la democracia
Oscar Huerta



     Cada que se cumple otro ciclo de elecciones (con sus largas campañas, las declaraciones, el día de la votación y sus respectivas impugnaciones) es inevitable la tentación de escudriñar el significado que comúnmente conocemos como democracia.
     Igual que las campañas, también hay un antes y un después que construyen los analistas respecto a los procesos: las tendencias y los porcentajes del electorado, los niveles de abstencionismo, el calculo de los gastos del presupuesto y de los partidos. Este año en México hubo una cobertura inusual de los candidatos, en varios canales de televisión se reunieron hasta el cansancio a debatir y a reprocharse la trayectoria de sus partidos.

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     En la más reciente jornada electoral se registró un abstencionismo récord de 60% aproximadamente, lo que significa que hay candidatos que ganaron sus respectivas diputaciones o gobernaturas con sólo 14% del voto total del padrón electoral. La mayoría de los comentarios de los articulistas de la prensa y televisión rayaron en el escándalo y culparon a la mediocridad y al descrédito en el que han caído los partidos políticos.
     He de decir que he participado como funcionario de casilla y he asistido a votar en casi todas las fechas que corresponde. Y la impresión que tengo de los electores es que asisten a votar como quien va a una feria, a demostrarle a los demás que son ciudadanos ejemplares por el simple hecho de cruzar el escudo de alguno de los partidos. En otro caso parece que le están haciendo un favor a la patria. Me pregunto cuántos de esos electores realmente están informados como para considerar que la opción que están eligiendo nos conviene a todos.
     No creo que el abstencionismo represente realmente un peligro para el destino político, yo prefiero que un 10% de los electores elija a los gobernantes, siempre y cuando estos sean los que conocen las diferentes plataformas de los partidos, así como la trayectoria de los candidatos. Nada garantiza que una votación a 100% del electorado signifique una decisión sabia.
     En cualquier caso no parece tampoco que ese 40% actual de electores sea el que más conciencia política tiene. La tendencia parece apuntar a que los segmentos radicales de la población (el voto duro de los militantes de los partidos) serán los que consigan predominar en los procesos electorales. No se puede señalar como culpables a los partidos, la mayor dosis de mediocridad proviene de los electores que irresponsablemente se desentienden de la vida política.
     Una multitud empadronada y ejerciendo el voto responsable tiene más peso que marchas incontables con machetes donde los únicos argumentos que cuentan son la fuerza y el chantaje.

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     Quizá el único legado que queda de la Revolución Mexicana es el "sufragio efectivo, no reelección", esa frase que conjura los destinos de nuevos Porfirios Díaz. Sin embargo fueron 70 años los que un sólo partido pudo ejercer el poder con sus particulares ritos y costumbres. ¿Sirvió entonces de algo la Revolución?
     Para que efectivamente se logre la original intención de que nadie se perpetúen en el poder. Se deberían implantar mecanismos para asegurar la alternancia partidista de un periodo de gobierno a otro. Una vez que el partido en el poder no pueda contender para el mismo cargo, de entrada se estaría ahorrando varios millones de pesos, e irónicamente se podrían trabajar con proyectos a largo plazo, con un interés orientado a la sociedad, y ya no en campañas perpetuas orquestadas desde los círculos de gobierno.
     Si nos atenemos a sus raíces etimológicas, la democracia es el ejercicio del pueblo en el poder. En la adaptación de la representatividad (votaciones, elecciones) se ha venido desvirtuando el sentido de la democracia. Una jornada electoral no construye la democracia, una votación en la cámara no garantiza la democracia, tampoco un presidente en funciones.
     ¿Cómo se asegura la representatividad de los ciudadanos en las cámaras, en los juzgados, en cada uno de los aparatos de gobierno? Vale la pena desmenuzar a la democracia, a los partidos, a la "no reelección", a los medios, a los electores. ¡Se tiene que desmitificar a la democracia!
     No hay sistema político perfecto sin transparencia y justicia. Mientras no se refuerce y se consolide la conciencia social, la educación como herramienta de desarrollo, cualquier esfuerzo que busque representatividad y buen gobierno será en vano.
     El panorama es desalentador. La educación esta perdiendo recursos y la impunidad se esta volviendo una practica normal. Revertir la tendencia llevará varios años, y sobre todo buena voluntad.

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     La política es una ciencia dinámica, para mantener una buena practica democrática es necesario que constantemente se reforme y se renueve la ley electoral. No es cuestión de legislar reformas para luego pasarle por encima a la ley. El Pemexgate, Los amigos de Fox, los partidos familiares; es decir, la corrupción generalizada está envolviendo y haciendo inaccesible la aplicación de la justicia. ¿Cómo el gobierno Fox limpiará el Pemexgate cuando su campaña viene precedida con fondos extranjeros, y por lo tanto ilegales?
     Así como la ley y los partidos deben de moverse hacia la modernidad, es hora que el ciudadano se haga responsable de su cultura política, de que no sea un tema aburrido. Una ciudadanía sólida es la mejor piedra de apoyo para que la clase gobernante sea eficiente y limpia en el ejercicio del poder.
     Con organismos civiles que vigilen y auditen a los gobiernos, con prensa y medios transparentes que difundan datos y análisis certeros y honestos, con una clase política que deje de ver la nación como una vaca llena de leche, entonces podremos construir un sistema político que distribuya con justicia las posibilidades de desarrollo a todos los individuos.




Oscar Huerta
Guadalajara, México. 1971.
Director de
al margen . net

oscar@almargen.net


julio
2003