renglones torcidos     


Y llama el teléfono
Marcelo Barbon



     Juan estaba cansado. La reunión seguía por la madrugada y todavía no parecía haber consenso. Miró el reloj. Pensó en su padre que a pesar de estar acostumbrado con esa vida, siempre se quedaba preocupado. Con la excusa de ir al baño, fue hasta el teléfono público. Raro, pero nadie contestó. Por supuesto, debe estar dormido. Mejor así, volvió a la reunión y cuando llegó su turno, defendió con pasión que el partido debería defender al presidente, a pesar de ser un gobierno populista, la otra alternativa era la oposición golpista. Quedarse neutral en esta disputa podría significar que, al ganar la oposición, la mayoría de los integrantes de esta reunión podrían terminar presos, muertos en la clandestinidad.

     Cesar estaba fumando mucho, cosa que hacía cuando estaba muy nervioso. Y era esto lo que le pasaba ahora. Era la reunión más complicada de su vida. Y, a pesar de todos los años que tenía, nunca había visto una crisis como esta. Ni en los tiempos de los golpes de Estado. Pensó en su hijo. ¿Será que él va descubrir que el padre no estaba en casa? Pensó en llamar pero podría ser peor. Lo mejor es esperar que el hijo no se dé cuenta. A lo peor, tenía su teléfono celular con él. Y era importante concentrarse en la reunión. Los niveles más altos de la compañía no podían seguir soportando la política del presidente. Independientemente del odio al dirigente de la Confederación de Trabajadores, que muchos en aquella sala compartían, era necesario luchar contra el mal mayor. Y esto fue lo que Cesar defendió con pasión.

     Sin saberlo los dos defendían posiciones diferentes y conflictivas con la misma pasión. Y por eso ganaron la discusión. Y ganaron posiciones de dirigentes por eso también.

     Las manifestaciones iban a empezar en pocas horas. Ninguno de los dos volvió a casa. Con mucho café y una buena comida aguantarían. Además, si todo salía bien, volverían a casa antes del almuerzo.

     La manifestación contra el gobierno saldrá del Parque Nacional del Este, como siempre. El padre sabe que es en el Este donde viven los más ricos. Su barrio está lleno de ingenieros de la PDVSA. Sí, pero si el presidente lo que quiere es acabar con todas las libertades y empezar un régimen comunista en el país. ¿Ahora los que viven en el Este son criminales porque viven mejor? ¿Por qué son capaces de ver mejor las intenciones malévolas del presidente? Los pobres están siendo usados por este bando de locos. Pero, ¿será que yo estoy de acuerdo con eso?

     El hijo fue interrumpido en sus pensamientos por dos otros estudiantes. “Mira, nosotros pensamos que lo mejor es que armemos una trampa para estos reaccionarios de mierda”. ¿Y? “Los hijos de puta saldrán del parque y seguirán por la Avenida Libertador hasta el palacio, nosotros los agarramos acá cuando pasen por la Universidad. Un grupo los espera en Andrés Bello y otro por atrás saliendo de Los Caobos, ¿qué te parece?”.

     Y el hijo sólo pensó en su padre, sospechaba que él participaba de los movimientos contra el presidente pero no tenía cómo saberlo. En muchos círculos se decía que los gerentes y técnicos de la empresa de petróleo iban a iniciar una huelga general. Era posible que su padre fuera parte de todo eso, al final estaba entre los principales gerentes de la empresa. ¿Y si el estuviera en el medio de la manifestación? “Coño, ¿llamo o no llamo a la casa?”. Fue ahí que lo llamaron al fondo de la pieza, un grupito de los militantes de la dirección se reunía.

     Cesar recibió un llamado en el celular, pensó en el hijo pero eran sus amigos de la PDVSA. Le pedían que fuera a una dirección cerca del parque, cerca del inicio de la marcha. Mientras se dirigía al lugar miraba a las primeras personas que llegaban al parque y, de a poco, retomaba las energías. El día, con mucho sol, invitaba a salir a la calle, mejor todavía con el objetivo de derrumbar el presidente que quería transformar este maravilloso país en una dictadura comunista. Muchas chicas lindas usando minifaldas o shorts con los colores de la bandera. Sí, al llegar al almacén, Cesar ya estaba animado. El día promete muchas cosas.

     El almacén estaba en la avenida El Tigre. Dentro solamente unas pocas personas pero Cesar reconoció a los asesores de importantes políticos que eran oposición al presidente. “¿Qué pasa?”. Todos lo miraron y apuntaron a las cajas que estaban al fondo del almacén. El padre se acordó del hijo, rezó para que estuviera en casa.

     Juan no era parte de la dirección de su partido, pero desde el inicio de la crisis se fue destacando. Se sintió importante cuando lo llamaron para que participara. Además, sintió los ojos orgullosos de la chica de Humanidades. “Esta noche la invito a salir”, pensó. Pero las caras de los compañeros contrastaban con la felicidad que empezaba a envolver a la Universidad. “Estos tipos necesitan dormir unos minutos”, pensó.

     Pero, las noticias no eran buenas. Otros grupos decían que los enfrentamientos serían bastante violentos. Hasta sectores de la policía y del ejército estaban involucrados en el movimiento contra el presidente. “A pesar que el ejército está dividido”.

     “¿Y que hacemos? ¿Levantamos la marcha?”, preguntó Juan. La respuesta fue llevarlo a un coche azul que estaba cerca del edificio de Filosofía. Era el coche del coordinador del Comité Bolivariano de la Universidad. Un tipo amigable pero bastante confuso políticamente. Él simpatizaba mucho con el grupo de Juan, mismo antes de que ellos decidieran apoyar al presidente. Al principio, Juan no percibió qué había dentro del coche, pero después lo primero que pensó fue en su padre.

     Era la primera vez, para los dos, que tenían armas en la mano. Era imposible esconder que temblaban. Las palabras que escuchaban venían desde lejos… “Necesitamos proteger la democracia contra el comunismo… Ellos quieren un gobierno militar en nuestro país… Los defensores del presidente preparan una masacre… Con la ayuda de la policía, la oposición planea tomar el palacio…” Fue poca la resistencia que ofrecieron, pocas horas antes eran ellos los que defendían la lucha “hasta las últimas consecuencias”. ¿Qué podrían decir ahora? ¿Fue todo una broma? ¿Soy un cobarde? ¿Tengo miedo por mi hijo o mi padre?

     ¿Que decir?

     La marcha salió del parque. Antes de llegar a Andrés Bello, Cesar decidió que no podía más, llamó a su casa, el teléfono llamaba pero nadie contestaba. “¡Coño, mierda! ¿Dónde estás, hijo? Por favor, Dios, que no sea verdad”. Pero antes de cualquier cosa, Cesar veía las multitudes defensoras del presidente cerrando el camino de los opositores. “Esto va mal”. Junto con los organizadores, miró hacia los techos de los edificios.

     Juan estaba parado en Los Caobos. Cerca de un teléfono público. No escucho a sus compañeros gritando, camino hasta allá e hizo la llamada. “Carajo, contesta”. Por un minuto tuve la certeza de que él estaba entre los opositores que marchaban tan cerca que ya se los podía escuchar. “No, él nunca participó en política”. Ahora, los gritos eran más fuertes y Juan largó el teléfono y marchó junto con la chica de Humanidades. Al llegar a la avenida, miró hacia el techo de los edificios: “Esto va mal”.

     El teléfono en el bonito departamento en el barrio Este sigue todavía llamando.




Marcelo Barbon
Sao Paulo, Brasil.
Periodista y escritor
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julio
2003