Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Antonio Machado |
Debería decir, para localizarme en el planeta, que soy de la región donde
el agua es escasa, de la zona donde las plantas crecen sobre las piedras
y tienen las hojas y los frutos cubiertos de espinas y que una vez retiradas
las espinas estos son manjares para los habitantes de esa zona. Allí la
jornada diurna regularmente es más larga que la nocturna. Las pocas sombras
en el día se las debemos a las nubes que cruzan el cielo y cubren al candente
Sol. Somos nómadas. Con esto quiero decir que no tenemos un lugar fijo
para vivir, nos da lo mismo un sitio que otro; la arena es infinita. Caminamos
de noche ya que el fervor del día es intolerable. Ya en el alba buscamos
refugio en las piedras y armamos nuestras carpas junto a ellas; dormimos
de día.
Nosotros no salimos del desierto. Pienso que a fuerza de caminar por la
noche para evitar el ardor del día nos hemos acostumbrado a no ver y esta
ceguera nos ha permeado la costumbre. Para los más no hay otro mundo que
el desierto. Yo sé que hay algo más. Nos lo han dicho los viajeros que
nos encontramos en nuestras innumerables caminatas. Nadie lo sabe, pero
ye les creo. Por las mañanas prolongamos la vigilia para charlar con esos
extranjeros que así cómo vienen se van. Nunca son los mismos.
He aprendido el arte de la orientación, me lo han enseñado nuestros fugaces
informantes y efímeros maestros. Gracias a ellos puedo decir que yo soy
del Sur. Y que varias jornadas al norte la tierra cambia su forma, también
que hay un rio en cuya orilla habitan hombres que hablan una lengua rara,
distinta a la nuestra. También sé que al este y al oeste, después de muchas
jornadas y cambios de tierra se ve el desierto de agua que no se puede
beber. El último viajero que vi me dijo algo que me inquietó. He dejado
al grupo y me he echado a andar con rumbo.
El viajero me ha dicho que la tierra es como una esfera. Durante varios
días no concilie el sueño pensando en las consecuencias de esto. Ya no
puedo decir que vengo del Sur. Sí la tierra es una esfera entonces Norte,
Sur, Este y Oeste no tienen sentido; en cualquier dirección que me moviese,
andando largas jornadas, llegaría al punto de donde partí.
Después me ha dicho que hay un punto en la tierra tal que si camino una
jornada hacia el Sur, otra jornada al Este (o al Oeste, según me explicó
eso no importa) y, finalmente, una jornada hacia al Norte, entonces habré
llegado al sitio de donde partí. Esa geometría me es incierta. También
me dijo que los animales que habitan en esa región están cubiertos con
una piel blanca.
Pienso que la blancura es símbolo de pureza y la pureza es un atributo
de Dios. Si en ese punto la geometría y los animales son especiales debe
ser porque se trata de un lugar privilegiado sobre la tierra. Me pregunte
como serían las personas que viven en ese lugar. ¿Sería la tierra Santa
de la que tanto nos hablaron los viejos? Allá es a donde me dirijo. Sé
que el viaje será largo y fatigoso, me asusta más quedarme en el desierto.
*** |
No pocos días me separan ahora de mi grupo. Donde quiera que él se encuentre,
sé que volver no me sería imposible. La extensión del desierto es finita;
me bastaría con regresar a cualquier punto en sus arenas y permanecer allí
hasta que el grupo, en cualquiera de sus innumerables migraciones, llegase
hacía mí. Esto lo pensé cuando crucé el rio y entré al lado del planeta
donde no se escucha más nuestra lengua. Me habían dicho que los nativos
no eran amigables pero que profesaban la fe de los pollos. Cruce nadando.
Siempre ocultando mi persona bajo un disfraz de plumas. En la línea divisoria
de estas dos patrias hay un pueblo lleno de comerciantes, ellos me ayudaron.
Cada diez días ellos intercambian pollos por aros metálicos y papeles verdes.
Les llaman "polleros".
Tan pronto como llegué a la otra orilla me fugué. Con diversas bestias
metálicas trataron de seguirme; evadí al caballo de acero cuyas patas son
redondas y negras, un pájaro metálico estuvo a punto de darme alcance cuando
comenzó una lluvia de una intensidad que nunca antes había visto. Los árboles
-así me dijeron que se llaman estas plantas que crecen varios cuerpos hacia
arriba- se doblaban como arrodillándose ante un Dios intempestivo y furioso.
No salí de allí hasta que la tierra fue perdonada, hasta que Dios y los
hombres estuvieron de nuevo en armonía.
La naturaleza me ha sido generosa; una hembra se unió a mi andar. De ella
aprendí la lengua de los hombres de esta tierra, con ella he conocido cosas
que los habitantes del desierto ni siquiera pueden pensar; en otro desierto,
de este lado del rio, vi un cilindro explotar, y de la enorme bola de fuego
vi salir al cilindro, lo vi elevarse hasta perderse de vista. He visto
más pájaros de hierro en cuyo interior viajan personas, He visto bestias
cuadradas con seis o más patas circulares que pueden cargar a una horda
completa en su interior. He visto casas cuyos techos se puede ver a varias
jornadas de distancia, incluso de noche porque sus cuartos están repletos
de pequeñas estrellas que los iluminan. He caminado por regiones donde
la luz del sol escasamente toca la tierra ya que los árboles se lo impiden.
He andado por otros desiertos donde la gente no es nómada porque han hecho
brotar al agua de las rocas o de la tierra (En uno de ellos hasta hicieron
su propio rio). He estado en regiones donde el agua se endurece por varios
días y después es cristalina y fría. He visto éstas y otras maravillas,
sin embargo no he llegado todavía a la región de los animales con piel
blanca.
Ahora sé que trata de un desierto cubierto de arena blanca, donde hace
frío.
Mi hembra me ha dejado ayer, junto con ella se fue el hijo que procreamos.
Me han dicho que los caminos terminan a solo unas horas de aquí, después
de eso solo están los árboles y adelante el desierto blanco. Sé que allá
no hay casas con pequeños soles que les iluminen la noche. Nunca planteamos
el volver a mi tierra, sabe que tengo rumbo y mis pasos me alejan de ella.
Antes de partir le pedí que fuera con ellos, con mi gente. Ellos cuidaran
de ella y del crío. Me ha asegurado que irá. Creo yo que lo dijo para hacer
menos difícil la separación. La vida de los nómadas no es vida para ella.
Por eso me deja. Yo ya no ando en círculos, salí del desierto; viajo con
rumbo.
Pienso de nuevo que cuando llegue al punto anhelado cualquier paso adelante
me alejaría de él. Después del punto, continuar sería alejarme de él. Sé
que de continuar, mis pasos me llevaría a nuevas tierras, nuevas tribus,
no es improbable que se me una otra hembra y de nuevo me deje. Finalmente,
mis pasos me devolverían al desierto; a mi gente. Yo no sé parar, debo
continuar mi rumbo. Tomo mis pocas cosas y me echo a andar. Un claro resplandor
anunciará el fin del bosque.
César Hernández
César Hernández es el tercer hijo de una familia que
tiene siete herederos. Nacido allá en la medianía del ´65 en un paseo
providencial que incluía una breve estancia en Guadalajara. Circunstancia, más o
menos fortuita, que lo autoriza a colgarse el título de tapatío. Ingeniero de
profesión y aprendiz de escritor por ocio. Sádico por naturaleza pero con un muy
alto sentido de la conciencia, reconoce en su público a los infortunados
conejillos de indias de sus primeras letras, razón por la cual aprovecha para
poner el siguiente buzón electrónico para acoger las sugerencias o quejas que
sus desbalagadas letras puedan generar: cesarhdez65@hotmail.com
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