Profesa hacia adentro
todos sus amores de lunas
transmuta lluvia de extraños cielos
aunque florezca y sangre
cíclicas mareas.
Por detrás del silencio
la carne es un animal azul o verdes delirios
polizón de huracanes
de atentas llamaradas.
Mujer oceánica
pechos de sirena
metáforas
doblemente rebeldes.
Esencia
rumor de tempestades
adonde nadie se esconde.
Santificada entrega
transgresora
bebida de su propia boca.
I
Las mujeres de Atlántida
lejos de sus hombres
guardan silencio
y a nadie confiesan de la lluvia
se ríen de los demonios
que escupen en la tierra y con saliva bañan sus pies.
Las mujeres de Atlántida
tejen con hilos de sol en sus palacios de gotas
todo es sombra bajo el agua
sus hijos despiertan diluvios
a sus perros ladran lloviznas.
Aunque no crean sus cuerpos son vapores
ante la tormenta sus cabellos se despeinan
y contra todas las cosas
la tierra pare sola.
Las mujeres de Atlántida
cuando escuchan los lamentos
cobijan la carne
de los que no duermen debajo de la lluvia.
II
Las mujeres de Pompeya
anticipan su vigilia
toda agua es un furor uterino
que guardan con fidelidad de lluvias.
En las noches de luna nueva
insensatez de mareas
ellas perciben
en las pupilas de los gatos
sus hijos que partieron adelante del sol.
Las mujeres de Pompeya
duermen con el oído pegado a tierra
y el cabello hilvanado con cenizas.
Hay cosas que no comprenden:
el camino del fuego por adentro de la tierra
el estéril temblor de la brisa
las mentirosas palabras
cuando se comen las ocultas.
Las mujeres de Pompeya
vuelven de noche
para arreglar la casa
cubrir a los niños
y juntar la leña.
III
Las mujeres de Hiroshima
no labran más la tierra
no comparten el sol
ni las ruinas de la lluvia.
Ya no cantan
hijos arrozales.
Hace medio siglo que duermen
consumidas en sus historias.
Hay tres cosas que todavía no saben:
que su piel es azul
que las hormigas sobrevivieron
y las palomas no tienen memoria.
Las mujeres de Hiroshima
vuelven cubiertas de espumas y dolor
y antes del crepúsculo
aguzan los sentidos
afilan sus lenguas
y preparan la pólvora.
Los hombres entristecidos
soplan toda la arena
que cubre sus párpados.
IV
Las mujeres de América
todavía preservan la lluvia
germinan y paren como los manantiales.
Sus temores hartos de líquidos
encierran el viento
y sus gargantas construyen pañales.
Apuradas amamantan sus hijos
temen que estrangulen sus perros
quemen sus gallinas
o escondan el agua.
Aún se visten de pajas
nadie decreta nada a los muertos
tampoco las consume el fuego
que cohabita con sus raíces.
Beben lo que no tienen
porque hay goteras en sus casas
llevan aguaceros en sus espaldas
aunque el cielo no las deje
La mujeres de América
antes que se oscurezcan el sol y la luna
mezclan sus óvulos
transbordan
multiplicadas
permanecen intactas.
Son testigos sus nietos
del frío de las polillas
de sus tierras codiciadas
herederos
de la otra mitad del sol
donde las viudas pueden bailar.
Nina Reis
(Rosangela Alves Domingos), Minas Gerais, Brasil. 1955.
Editora titular de Edições Pilar. Directora, conjuntamente con su colega,
el poeta y editor Roberto Bianchi (Uruguay), de aBrace, movimiento coordinador
para la edición, publicación, promoción y edición de obras culturales.
Sus poemas han sido publicados en antologías, revistas, periódicos en Argentina,
Brasil, Cuba, México y Uruguay.
Autora de Segredos-Secretos, poemas, Montevideo 1998, edición bilingüe español-portugués.
Textos suyos se pueden encontrar en las siguientes páginas web: http://abrace.topcities.com,
www.elcalamo.com, www.misescritos.com.ar |
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