renglones torcidos     


Suicidio colectivo
Patricia Romana Bárcena Molina


        Para amar la vida es necesario sentirse amado por ella, no basta gozar de sus bondades, ser bien nacido y atendido con esmero por los padres. La manifestación de amor no es otra cosa que hacer sentir al ser amado que nos es indispensable. Si la vida no nos necesita nuestra existencia se convierte en una búsqueda insaciable de actos que conducen a la destrucción y a la muerte. ¿Será que exagero?...No encuentro otra explicación a la conducta de algunos jóvenes que teniendo aparentemente todo resuelto, se están destruyendo.
        Lo digo por Jair, Mauricio, Bryan, Clemencia y Paula, con quienes inicié una investigación, digamos, clandestina. A los cinco los conozco desde que eran niños, vivimos en la misma calle. Cuando iban a la escuela me parecían unos niños encantadores. Yo, casi recién casada, me ilusionaba con la idea de tener un hijo al verlos uniformados de la mano de su madre. Mi horario de trabajo no me permitió intimidar con sus familias, sólo nos saludábamos amigablemente y nunca tuvimos diferencias.
        Ser vecinos de alguna manera nos hacía saber cosas a unos de otros. Nada fuera de lo normal.
        Clotilde, ocupada del servicio de la casa, se encargó de contarme por las noches la vida de todos ellos. No sé cómo se las ingeniaba para estar al pendiente de las vidas ajenas mientras hacía el aseo y la comida. Por ella supe de sus primeras travesuras, sus fiestas de cumpleaños, sus primeras comuniones, sus primeras graduaciones, en fin, de todos los eventos que se realizaban en mi ausencia. También me enteró de los problemas que los adultos enfrentaban con sus parejas. Clotilde se asombraba de la falta de respeto que los niños tenían hacia sus padres. Ella proviene de una familia chapada a la antigua, en su casa la obediencia y el trabajo no se discuten, aún ahora que ya tiene cuarenta y tres años pide permiso para salir los sábados y los domingos, y entrega más de la mitad de su salario para la manutención de la casa. Es una mujer extraordinaria, con una sabiduría natural que le permite hacer observaciones acertadas de los acontecimientos. Ni ella ni yo tuvimos hijos, situación que nos une en la obsesión por la limpieza, el orden y la melancolía. Tenemos dos perritos a los que tratamos como si fueran niños.
        Confieso que Clotilde fue la que me inició en esta investigación, además de ser la fuente inagotable de datos y conjeturas.

        Jair es hijo único, rubio y bien parecido. El retrato de su padre. Su mamá trabajaba cuando él era pequeño, motivo por el cual quedó al cuidado de Teresa, amiga íntima de Clotilde. Por ella se enteró de que Jair mojaba la cama, y de que el padre le propinaba unas buenas nalgadas cuando se enteraba, provocando así las primeras diferencias con la madre en el estilo de educar al niño. Ante la intransigencia de su esposo, la mamá de Jair dejó su empleo y se dedicó a cuidarlo; además de las ocupaciones propias de una mujer bonita, mantenida y sociable. Jair fue a los mejores colegios de la zona y viajó durante los veranos a Estados Unidos para perfeccionar su inglés, donde aprendió de todo. Hoy ha dejado la universidad y enfrenta serias dificultades con su papá por ese motivo, pero su mamá confía en que se le pasará esta racha de flojera y buena vida.


        Mauricio y Bryan son hermanos, igual que Jair asistieron a buenas escuelas, contaron con la presencia de su madre toda su infancia, pero ahora ella parece estar ausente. Cambió por completo en los últimos años. Antes era la encargada de organizar las fiestas escolares y los eventos deportivos de sus hijos, ella misma se convirtió en una excelente tenista. Ha entrado en una terrible depresión desde que su esposo se fue de la casa. Mauricio terminó la carrera de administración pero no busca empleo, Bryan no quiere seguir estudiando.

        Clemencia es la tercera hija de un matrimonio estable. Sus hermanas mayores se casaron jóvenes, una está de regreso por divorcio y tiene un hermoso bebé, que Clemencia se encarga de fastidiar cada que puede. Como no resultó buena alumna, hizo una carrera comercial y trabaja de secretaria en una empresa cerca de la zona industrial. Muchas veces ha llegado en la madrugada con algunas copas encima y acompañada de hombres maduros.

        Paula es novia de Bryan, a partir de esa relación sus familias dejaron de frecuentarse porque piensan que la influencia de uno perjudica al otro. Paula tampoco quiere seguir estudiando. Su único hermano falleció por neumonía cuando ella tenía seis meses, en adelante los padres aceptaron que se quedara en casa por un simple estornudo, y esto se hizo costumbre hasta que un buen día se quedó para siempre. Ante cualquier observación de las maestras, por su falta de responsabilidad o su mala conducta, el padre optaba por cambiarla de escuela. No echó raíces en ningún lugar…Es mal hablada y controladora; a Bryan le arma, como dicen ellos, unos panchos tremendos y luego termina acurrucada en su coche en unas escenas de amor no aptas para menores. Ante esa actitud, su mamá la trata a gritos y la amenaza todo el día con acusarla con su papá, que siempre la disculpa en su afán (fallido) de comprenderla y hacerla entrar en razón por la buena. Paula es muy bonita, sin embargo su descuido personal y su vulgaridad para hablar la afean.

        Clotilde se consuela de no tener hijos al ver el camino que han tomado los chicos.
        Sus hermanos, a pesar de ser humildes y no haber tenido estudios, son ya hombres de bien, con empleo, algunos con familia, pero sobre todo con ilusiones y deseos de mejorar su situación. En cuanto me ve llegar, empieza con la información: “Fíjese señora que esto y que lo otro…No va a creer lo que pasó, el tal Bryan y la Paula estaban”…Me sirve la cena sin parar de hablar. Es inútil sintonizar un noticiero o poner música. No hay quien la calle. Bueno, sí, mi esposo le para el pico diciéndole que no sea chismosa, entonces se pone seria y me dice delante de él: “Luego le cuento, señora”. Pero empieza con la descripción del menú, con las recomendaciones de lo que debemos desayunar para aguantar hasta la cena, con la lista de sugerencias para mejorar el aspecto de la casa, con la compra en el mercado porque en el súper todo está carísimo y re feo, con las noticias que oye en la radio y su crítica constructiva a políticos y artistas; con lo que va a preparar para la fiesta de su pueblo…con todo lo que pasa por su cabeza y que no tienen con quien compartir. Joaquín y yo la escuchamos con atención y eso la hace feliz, total, es un ratito al día, piensa él. Cuando subimos a descansar, Clotilde se queda recogiendo la cocina con la televisión encendida y asomada a la ventana para husmear quién llega, a qué hora y en qué condiciones.
        Joaquín le tiene mucho cariño pues lleva años con nosotros, reconoce que es una mujer llena de virtudes (culinarias sobre todo, porque es un tragón antojadizo). Él tiene dos hijos que afortunadamente llevan bien sus vidas. Debo reconocer en su primera esposa ese amor inteligente de madre con el que los educó. A pesar de la separación, ella les inculcó respeto por el padre. A mí me aceptaron bien, puedo decir que hasta son cariñosos conmigo, lo mismo que con el segundo esposo de su madre.
        El mayor es ingeniero civil y trabaja en la infraestructura hidráulica de la ciudad. La menor estudia ciencias de la comunicación y parece que se casará en cuanto termine la carrera.

        Por ellos he llegado a la conclusión de que la separación de la pareja no es motivo suficiente para que los hijos pierdan autodeterminación, más bien es la forma errónea de amarlos y educarlos.

        Como el caso de Jair, que ha sufrido la falta de aceptación por parte de su padre y la distancia enorme con una madre presente.
        O el de Mauricio y Bryan, que no supieron aquilatar los cuidados desmedidos de su madre ni su afán de encubrir a un padre desentendido de los problemas de sus hijos.
        O el de Paula, que no tuvo límites, pues el padre contradijo siempre las disposiciones de la madre, y de cualquier autoridad escolar, en su lucha permanente por hacerla superior a los demás.
        Y finalmente, el caso de Clemencia que vivió con el estigma de la buena para nada, la mala para el estudio, la acomplejada por la inteligencia de la hermana mayor, quien vive ahora un fracaso y vuelve a la casa con un bebé que acaba por desplazarla.

        Hablé de un suicidio colectivo, fui drástica tal vez, pero cuando analizo lo que dice Clotilde encuentro mucha relación entre sus predicciones y lo que está sucediendo.
        Jair no volverá a estudiar, encontró la manera de chantajear a su madre y de vengar la irracionalidad de su padre. Es adicto a la cocaína y se ha involucrado en la distribución; su aspecto de niño bien le permite buenas ventas en los antros que visita. Dejó de interesarse por las mujeres, tiene relaciones con un homosexual (esto sólo lo sabemos Teresa, Clotilde, yo y ahora ustedes). El padre lo negará cuantas veces sea necesario, ante los demás y ante sí mismo, pero en el fondo la incertidumbre lo vuelve loco.
        Mauricio y Bryan son cómplices de las mismas atrocidades; toman, fuman mariguana, aspiran cocaína cuando están con Jair, roban auto-partes por la zona (sin tener necesidad, sólo por divertirse), y lo que se me hace más grave, llevaron a Paula a practicarse un aborto. Se desvelan todas las noches, manejan a exceso de velocidad y juegan arrancones en la madrugada. Despilfarran el dinero que su padre les trae cada semana y no le han dado ningún apoyo a su madre. Los vecinos padecemos sus reuniones nocturnas en la calle, donde se juntan hasta diez coches con música electrónica a todo volumen. Se juegan la vida cuando toman la carretera a Cuernavaca para visitar al papá.
        Clemencia ha buscado la aceptación entre hombres maduros y casados, jefes o compañeros de oficina. Se entrega a ellos para obtener algún privilegio, pero la abandonan en cuanto la relación se alarga o adquiere seriedad. Ha sido capaz de aceptar una noche de placer a sabiendas de que al día siguiente todo terminará. Hace más de cuatro años que toma anticonceptivos, y aunque está protegida de un embarazo no se cuida de un contagio. De vez en cuando se junta con los vecinos, pero no se lleva bien con Paula…Paula, la dominante, la extrovertida. Paula les lleva ventaja a todos en ese camino hacia la destrucción. Su afán por mantenerse delgada, especialmente después del aborto, le impide ingerir alimento sin que se presente de inmediato un vómito. Se ha perforado las cejas, la lengua y el ombligo, tiene tatuajes en los glúteos y en las piernas. Teresa le contó a Clotilde que Paula fue a buscar a Jair para comprobar si realmente no le interesaban las mujeres, y que se encerró con él en su recámara más de tres horas. Cuando se despidieron se besaron en la boca. Eso no lo supo Bryan. Paula se encuentra en un estado de salud lamentable, su boca expide un olor amargo pues ha descuidado su dentadura, que además está completamente manchada por el cigarro. Tal vez su situación física la mantiene alterada y a la defensiva. De cada diez palabras que dice, nueve son groserías. Me contó Clotilde que un día se le quedó mirando fijamente, y entonces Paula se le acercó y le dijo: Qué me ves india hija de…….
        Ese mismo día Clotilde me abrazó cuando llegué y me dijo que era una lástima que ni ella ni yo tuviéramos hijos. Yo le recordé que ella siempre decía lo contrario: ¡Qué bueno que no tuvimos hijos! - No, señora, usted y yo sí los hubiéramos educado bien, así como tenemos a la Lola y al Plutarco que nos quieren tanto, no como estos chamacos malcriados, porque eso es lo que son, unos mal-criados.

        La cercanía de tantos años hizo que les tomáramos cariño a los muchachos. Desde que eran chicos Clotilde sabía que no iban a terminar bien las cosas, ella intuía que tanta libertad y tan poca obligación no eran formas de educar a un hijo. Ella lo sabía por experiencia, no por bruja. Ahora que lo pienso con calma, veo que Clotilde tiene mucha razón. Ocupar a los hijos es al mismo tiempo hacerlos útiles en la vida, hacer que obedezcan a sus padres es hacerlos responsables. Amarlos no es llenarlos de besos y de cosas, amarlos es necesitarlos para seguir con vida y que ellos lo sepan. Si un hijo siente ser la razón de la existencia de sus padres, difícilmente se abandonará.
        Jair, Bryan, Mauricio, Clemencia y Paula han dejado de sentirse indispensables en la vida, justo por eso la están aniquilando. Quieren morir, en el fondo ese es su objetivo; la destrucción de una vida sin sentido a la que no le hacen falta, por eso hablé de un suicidio colectivo.

        ¿Cuándo tomaron esta decisión? ¿Por qué perdieron sus ilusiones?...

        Un día de reyes que no fui a trabajar, salí a la calle para observar cómo jugaban con los regalos que les habían amanecido bajo el árbol de navidad o en la chimenea. A Jair le dejaron un juego de química y una avalancha, con ellos jugaba a ser médico, a defender la vida. Mauricio y Bryan tenían raquetas nuevas y jugaban en la calle simulando una cancha de tenis. A Clemencia le dejaron una carriola con un bebé que tomaba leche y hacía pipí, con ropita para cambiarlo. No dejaba de cargarlo y alimentarlo (desde que llegó su sobrino a la casa no se ha permitido tomarlo entre sus brazos ni besarlo). Y a Paula, a Paula le dejaron tres regalos. Uno por cada rey mago: una muñeca casi de su tamaño que caminaba y hablaba, un mecano para armar castillos y un horno para hacer pasteles de chocolate y de fresa, con los ingredientes necesarios.

        El juego se agotó, los juguetes seguramente quedaron arrumbados o se deshicieron de ellos.

        Jair, el médico, contribuye ahora a perjudicar la salud de los demás. Mauricio y Bryan, los deportistas, cambiaron la condición física por la comodidad física. Clemencia, la mamá, evita a toda costa un embarazo y no es capaz de dar ternura a un bebé de carne y hueso. Paula, la repostera, no tolera alimentos y se olvidó de construir castillos.
        Mis vecinos siguen siendo para mí los niños encantadores que conocí hace muchos años, cuando llegué a esta casa donde he vivido de cerca su transformación. No tengo hijos y por lo tanto no cuento con elementos para juzgar la actitud de sus padres ni para comprender su dolor, si es que lo tienen. Clotilde abrió la ventana que yo mantenía cerrada tras las cortinas de gasa que nunca se mancharon con unas manitas pegajosas.
        Clotilde relacionó el ocio- que sus hermanos no conocieron- con la falta de ilusiones en la vida, y asoció la ausencia de normas- que sus hermanos siguen hasta la fecha- con el desequilibrio. Yo, sólo me senté a escribir lo que aquí ha sucedido y que me ha contado Clotilde.


Patricia Romana Bárcena Molina
México D.F.
Maestra en educación especial.
Directora del Colegio Vallarta Arboledas
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03
oct