renglones torcidos     


La pasión por el trozo
Leonel Giacometto



Para Roberto P., por el título
Para Gustavo N., que sabe por qué
 
1.

               Con qué ferocidad deja ella que pequeñas muertes se vayan depositando una sobre la otra en el lambeteo de su lengua que lambe el glande del cana que deja el revólver sobre la mesa y la acaricia mecánicamente con el ejercicio vicioso del macho brutal que simultáneamente pasa sus manos enormes por el arma y por ella que lambe su glande con fruición y algo de desamparo imprudente en el acto ahora de chupar ya que ya no lame sino mecánicamente como el cana la acaricia ella chupa como buscando una ubicación para “eso” dentro de su cavidad bucal que sube y baja compulsivamente sobre lo erguido del cana que cuida todas la noches la sinagoga de la otra cuadra y que en un ojeo voluntario de éste hacia ella que ahora se deja llevar por el acto de chupar “eso” y él la observa desde arriba y la ve moverse como un robot y es cuando la acaricia a ella y al arma que dejó sobre la mesa para poder desbraguetarse mejor y para que ella lo vea en toda su erguidura y sienta lo poderoso del aparato policial pero ella sólo se entretiene en lo arrebatado de su propio deseo e imprudente siempre sólo ansía que “eso” le despida “aquello” por la hendidurita que delicadamente mordisquea como si fuese el gajo de una mandarina o algún fruto tropical que se ofrece sin más para ella que por alguna razón se contenta en chupar y sentir cierta leve pero firme distancia entre su macho brutal que allí a su lado dejó el revólver y que ella ve pero no piensa en el peligro sino que ahora mientras espera que el cana que cuida todas las noches la sinagoga de la otra cuadra se derrame ella recuerda a La Rosa que decía “que si no hay un yo si somos todas multiplicidades verdaderas poblaciones masas de devenires osos nutrias prostitutas paulistas en la flor de un bretel Delias de rimel descorrido Etheles rosas a la caza de un Grossman perdido en Luxemburgo si somos tantos entonces” decía La Rosa “¿me engomino o me despeino? ¿hago el rabo o la trenza? ¿me rajo en la rabona?” decía La Rosa pobre Rosa piensa ella ahora mientras con fricción y fruición succiona a la espera del derrame del cana que cuida todas las noches la sinagoga de la otra cuadra y que ahí allí está parado erguido en todo su aparato policial frente a ella a él ellácea ellaél se piensa ahora ya que da lo mismo ahí allí en el momento mismo de abandonarse y sentir que no es ella ni él ni yo ni tú ni Erica ni Gustavo sino otra cosa y no una cosa en sí se dice no una cavidad bucal un agujero que aloja “eso” que succiona del cana que cuida todas la noches la sinagoga de la otra cuadra sino otra cosa una no cosa más arrebatada que las cosas que las putas más putas que las personas más putas que el aparato policial bucal el aparato con el cual succiona es se dice el placer mismo que no tiene forma ni entidad es algo que proporciona placer es el placer mismo se dice entonces cuando el cana que cuida todas las noches la sinagoga de la otra cuadra explota sobre ella que es el placer mismo justo cuando después vuelta ya, ellácea, Erica, se dispone a despedirlo.


2.

               Ella suele dejarlo todo y abandonarse a cualquier acto sexual que pueda alcanzar la misma refinada y violenta poética sexual de antes de dejarlo todo y marcharse al abandono acogedor de las calles atentas y voluptuosamente alertas que anticipan en cada mirada cual flecha lanzada certeramente al cuerpo la perfección del acto sexual que ella busca dispuesta dispersa ella y la calle cuando se marcha y se abandona se marcha y deja todo por ÉL que no es ÉL que ya fue ÉL pero el intento de ella es alcanzarlo a ÉL y al perfecto acto sexual de ÉL cuando con toda su desnudez se complacía en complacerla y esa actitud silenciosa e inocente de bajarse los calzoncillos en cualquier lado mas su edad claro que la edad en un hombre carece de importancia sobre todo la de ÉL que se marchó cuando ella tenía la sensatez suficiente para darse cuenta que ÉL era ÉL allí donde estaba arremetiendo donde había arremetido con esa actitud silenciosa e inocente de bajarse los calzoncillos en cualquier lado pero sólo para ella que ahora deja todo y se abandona en cierto modo sintiéndose desgraciada por su ausencia y oliendo para sus adentros el perfume de alcohol y nicotina que ÉL le regalaba cada vez que aparecía sin decir una sola palabra bajándose los calzoncillos que ella una noche le robó y que ahora o antes de dejarlo todo y abandonarse acaricia con un gesto de inesperada solemnidad en medio de su silencio.


Leonel Giacometto
Rosario, Santa Fe, Argentina. 1976.
Después de participar en distintas obras, en 1998, escribió y dirigió su primera obra de teatro: “Carne humana”. En 2002 estrenó en el Teatro Cervantes de la ciudad de Buenos Aires, la obra “Santa Eulalia”, escrita junto a Patricia Suárez (reestrenada en Rosario, en 2003) y dirigida por Raúl Saggini. En 2003, en Rosario, con la obra “Rafael y alrededores” participó de la performance teatral “Lo mismo que el café”, dirigida por Rody Bertol. La obra “Puerta de hierro”, escrita junto a Patricia Suárez, fue seleccionada para el Certamen de Teatro Leído 2003 organizado por Argentores y se representará en la ciudad de Buenos Aires en octubre de 2003. Ha recibido distintas menciones y premios por sus obras y cuentos. En 2003 ganó el primer premio del concurso “Cruzando culturas”, que organiza el Ayuntamiento de Mérida, España, con el relato “Blue jeans”. Participó en varias antologías nacionales e internacionales. Es colaborador del suplemento de Cultura del diario “El Litoral” (Santa Fe) y de las revistas “El Vecino” y “Vox”. Algunos de sus relatos se encuentran publicados en distintos portales de Internet (www.yoescribo.com, www.revistakitsch.net, www.tau.es, www.lapuertazul.com.ar).
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03
oct