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En la víspera vertiginosa de la era del autojet
se puede repetir que: de las ruedas que en Ghiza
rodaron, suavemente, con el sonido cadencioso del áspid;
a las ruedas plásticas del Mercedes Benz Kompressor,
que ruedan elongándose,
que se distorsionan, que se retuercen,
y cuyo círculo en la quietud del estacionamiento
regresa desde su nada particular,
o tal vez del misterio de la parábola o de la ilusión de la elipse;
a la perfección de su arco cerrado;
está el pensamiento puro, actuando en la mente
del que maneja en la inclinación de la curva,
en un acto de vida, medido por metro y hora,
bajo la fuerza centrífuga y el efecto de la fricción,
a través de unas ruedas antes pétreas, hoy negras.
Y están, además, los recuerdos de los años que corren,
ensanchando la suave piel de la inteligencia,
como anillos arbóreos, en un espacio tomado
de las capas estacionales del aire, el aire de siempre.
Así lo creo, por la persistente partida humana
que reinicia, pero que cambia inevitablemente,
como el ruido del tráfico a la vera
de un lápiz o un teclado portátil.
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Blas Roldán
Guadalajara, México.1965. |
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nov
2003
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