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Mi ciudad, odiosa mía, que esbelta rodeas los muros de bugambilias, los jardines
del
bosque con las sombras del fresno,
saturada en la mano sucio de callejas tanto de perros, papeles y graffiti,
como de campanarios inadvertidos por puntuales.
Mi blanca del Sur que giras en sombrillas en la redondez de caderas de muchachas
frescas como coles;
aquí donde nos miramos entre posibles conversaciones, caricias de nadie en nadie
imaginando parvadas de tardes, de mirada en mirada –buscando– en nadie.
Ah, esbelta mía, escucha mi testimonio de inocente:
Como si fueras de polvo, te infundaría una sombra de mujer y sólo de mujer:
Si te nombrara con estas letras, corona almenada sería tu nombre.
Delicadamente, atiéndeme: Mi flauta suena como una sombra separada de dios,
mientras camino solo con mi anhelo centrífugo deseando ser centrípeto;
por eso camino por Juárez y Alcalde como si fueran las vías de mi pasión; |
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por eso las 9 esquinas con sus respectivas caídas, sin la casa hogar que es la sonrisa
madura de Eugenia;
sólo por nada me seduzco entre las calles del mercado Corona:
Ninguna fruta nos encuentra ni nos cruza una palabra, nadie se roza en nadie un dedo:
Ninguno conoce el sueño del otro en la música de flauta en la calle del otro.
¿Acaso buscamos un río entre tus calles muertas, o mordemos piedras para ser la cal
o el muro,
la lluvia abarrotada que revienta fresnos, jardines y bugambilias en la rueda de
los inicios?
Ahora sé por diagnóstico que estoy dañado
porque hay aquí casi 3 millones de cadáveres indignados por el tráfico de influencias
que mueren una vez y otra vez en un verdor de desencantos.
Esta ciudad nunca ha sido una doncella, una Minerva morena que nos proteja y nos dé
su pecho de muchacha:
Belén de las ofertas, ahora sólo es una escarlata de la Cámara de Comercio.
Ni yo –aun queriéndolo– he podido tocar la flauta, ya sea con la voz terrible del ángel,
ya sea con la caña de lamentos y retornos.
Ciudad mía, la odiosa. Escúchame, atiéndeme:
Si fuera un poeta verdadero, un flautista de música viva y de origen,
te infundiría una sombra de mujer y sólo de mujer para que como doncella de recinto
cerrado nos ofrecieras orden y cobijo.
Miguel Reinoso
Guadalajara, México. 1957. Maestro
para el sustento y sus afectos de mal vivir: leer y escribir poesía, escuchar
música, vagar en las altas horas de la noche para encontrar por encontrar entre
barras y calles, entre hielos y gente. Ha obtenido el premio de poesía “Alí
Chumacero” 1998, que otorga la Fundación Álica, de Tépic, Nayarit; y el Premio
Tijuana de Poesía 2002. Tiene publicados los poemarios “Telubrio” y “El hombre
de los faros”. Ha participado en revistas culturales como Transhumancia,
Juglares y Alarifes, Luvina, Novun, La Tarea; fue antologado en “Estela por el
olvido”, ha participado en revista eletrónicas como Argos, Cafe express, Caja de
Letras, y otras. Estudió en la Normal Superior de Jalisco, es egresado de la
licenciatura en Letras, de la Maestría en Literaturas del Siglo XX, ambas por la
U.deG.
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dic
2003
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