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Ahora que te veo el cuerpo yerto
puedo hablar sin pena de aquello
que se resguardó en la mente
por años de convivir como dueto.
Tu piel se ha palidecido, que mejor,
jamás me gustó tu color natural
ni tendré que soportar su contacto,
debajo de mis sábanas ásperas.
Créeme, no miento al desearte
en esa postura, guardas silencio
y puedes escucharme sin reparo,
terminemos lo que será el inicio.
Tus senos flácidos de adolescente
me son repulsivos junto a tu cintura
hinchada de putrefacción, asco
me provoca el mirarme ahora.
Adiós cuerpo mío, me complace
deshacerme de ti sin llantos,
a solas, pues solo yo asistí
al sepelio de un alma torturada.
Ana F. Ruíz G.
México, D.F.
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dic
2003
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