renglones torcidos       


Los últimos serán los últimos
Patricia Romana Bárcena Molina


         Si pudiera regresar el tiempo y colocarme en las primeras filas del reparto, no lo haría porque con ello me restaría coraje y fuerza; perdería la satisfacción de haber ganado con sudor y lágrimas lo que he conseguido, lo único que me pertenece, lo que nadie me ha dado ni me puede arrebatar: mi autodeterminación. Resentida por la falta de privilegios deambulé tímida por el mundo, indefensa y acobardada, sin respuesta a mis interrogantes: ¿Por qué a mí no?, ¿por qué yo no?...Después, volví chusco mi abandono transformando en broma mí desconcierto. Hacer reír es mejor empresa que causar lástima. Aprendí a dominar la ironía, con los demás y conmigo misma. Conseguí la simpatía para abrir puertas que me cerraba el destino.

         En la lucha por la aceptación dominé el ingenio y logré ser autosuficiente, desde la resolución de tareas escolares hasta los trámites de defunción para enterrar a mi padre. A partir de entonces descubrí la posibilidad de enfrentar la vida sin más arma que dos manos y el ingenio.

        Terminé una carrera profesional e inicié otra sin el menor reconocimiento, mis primeros salarios sirvieron para costear los estudios siguientes. No tengo registros en mi memoria de palabras dulces o de aliento, ni de niña ni de vieja, como si decidir la mejor opción en la viada fuera algo natural y no producto de un gran esfuerzo. No digo con esto que en mi caso el ejemplo a seguir era malo, simplemente no había exigencia de ningún tipo. Podía hacer y deshacer a mi antojo, fui libre como el ave silvestre que no retorna al nido ni se extraña.

         Hoy sé que esa libertad fue una bomba de tiempo que no estalló, y sin embargo una explosión se produjo en mi interior. Pero, nadie lo supo, nadie lo sabe. Soy tan lista que logré ocultarla. ¡He engañado a todos!...Me creen feliz, realizada como mujer y profesionista; arrolladora en las reuniones y en las fiestas familiares, que disfruto porque aprendí a ser feliz con la alegría de los otros. Me encanta verlos reír de mis ocurrencias, de mis malas palabras en el momento preciso que provocan carcajadas, de mi burla a los actos solemnes, de mi moral relajada que los atrae como imán. Conmigo se vale todo, transgredir las reglas, publicar confidencias, desempolvar verdades, amarrar navajas, descubrir cicatrices y cambiar el matiz de las supuestas aflicciones.

         No quiero dejar de ser la última para ser la primera o la segunda o la tercera. Soy la última, el lugar es lo que menos me importa, como no me importa ya no haber estrenado uniformes ni mochilas. A cambio se me abrieron los caminos. Para mí no hubo restricción de permisos, ni horario de llegada, si acaso llegaba. Gocé de libertad sin límite, y esa libertad, combinada con la poca atención a mi persona, me dio la independencia. Fui la última, pero soy la más libre. Libre para llorar a solas, para no pedir ayuda, para resolver los problemas de todos y hacer a un lado los míos; libre para elegir “la forma de reanimarme” cuando el cansancio me agota, libre para regalarme los mejores momentos, los que me liberan de mi libertad.

         Muchas veces escuché que los últimos serán los primeros, y eso es tan tonto como suponer que los últimos valemos menos.

         ¡No!, los últimos seremos siempre los últimos y más fuertes que los primeros.


Patricia Romana Bárcena Molina
México D.F.
Maestra en educación especial.
Directora del Colegio Vallarta Arboledas
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dic
2003