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"¿Había demasiada luz en los salones?". Y también sus ojos se
iluminaban durante la evocación. Me pedía un cigarrillo, siempre encendido,
que yo le alcanzaba fingiendo dárselo a escondidas. A veces, antes de sentarme,
acercaba un poco más hacia ella alguno de los sillones de mimbre barnizado,
que simétricamente se distribuían por toda la galería.
"Demasiada, ya lo creo". Decía en voz baja e iniciaba una sesión más de recuerdos ante la mención de aquella frase clave, repetida por mí a sabiendas que abría pasillos ya sellados en su memoria casi perdida.
"Esa mujer, la pelirroja de la que ya te he hablado, pasaba todo el tiempo en salidas hacia el tocador". De pronto se adentraba en aquellas abstracciones que me hacían pensar en la cercanía del final. "Tú creerás que era para retocarse el maquillaje". Yo la miraba entre seria y poco interesada, en espera de que dejase la conversación a medias, porque comprendía que ella continuaba arrastrando su dolor disimulado.
"¿Qué se supone, entonces que la mujer hacía en el baño?". Me sentía obligada a preguntar finalmente para no pasar por grosera. "Escribía recados para los hombres elegantes, sí, es así como lo digo. ¿Tampoco hoy trajiste las fotografías?". Yo movía la cabeza en señal de negación y ella me preguntaba si no había olvidado también las olivas negras para acompañar el pan ácimo.
Tenía inventada una historia para contarle a ella, aprovechando que me suponía una ex compañera de colegio de su hijo. Era una historia de enamoramientos con rayos, de esos que hacen abandonar ciudades y raíces.
“Tarek también lucía elegante. –besaba las puntas de sus dedos al mencionar ese nombre tan querido- Toda ropa siempre le fue bien por su físico. ¡Qué hijo tan hermoso me mandó el Señor! ¡Hasta su inglés es perfecto! ¿Sabes que él nació en Los Ángeles? –sólo asentía en silencio a todo aquello porque las ganas de llorar parecían traicionarme-. Desde que vino al mundo presentí que era un elegido. Esa mujer extraña puso sus ojos en él ese Año Nuevo. Imagínate, por mi intermedio le envió el papel dándole una cita”.
En algunas oportunidades maldije el no poder explicarle que Zamira, sólo era la responsable de contactar a su hijo para nuestra organización, y que de ninguna manera se hubiese podido presentar otro tipo de relación entre ellos dos, pero, ¿quién sino nosotros podría comprender todo aquello? Siempre termino aceptando que el tiempo ya se ha llevado muchas cosas. Sería bueno que finalmente, como el monzón, lo borrara todo.
“La mujer aprovechó que yo me acerqué a retirar los ceniceros repletos de colillas, de las mesas de juego para entregarme la nota –continuaba ella en su obsesión-, desde esa noche mi hijo se transformó en otro. Por sus rasgos yo me daba cuenta que la muchacha también era de nuestra sangre, pese a que tenía el cabello completamente rojo”. -¿Sería su color natural? Le pregunté alguna vez, y ella me confirmó lo que siempre supe, ya que Zamira ha sido la más querida entre mis hermanas y su cabello era como el azabache.
“Aunque insistas en que es otra la que se llevó a mi hijo para Australia estoy segura que fue la mujer de la casa de juegos –y me costaba convencerla de que, entre ellos, sólo hubo un acercamiento momentáneo-. No comprendo el motivo por el cuál mi hijo abandonó, y me pidió dejar, el trabajo que ambos teníamos en el casino, para cambiar de ciudad. Tampoco sé por qué desapareció sin decírmelo”.
Después, ella caía en ese estado de ensoñación que le hacía pronunciar palabras sin nexos…sueltas como las chispas de arena blanca y parda que mencionaba entre suspiros. En sus evocaciones estaban presentes: el sol, la leche agria, y las cabezas y cuerpos de las mujeres, totalmente cubiertos para no agraviar a la religión ni a los antepasados.
“Extraño los pensamientos que ya se han ido”. Decía continuamente. En algunas ocasiones intentaba recuperar su memoria. Debo reconocer que yo le temía a esa última posibilidad, porque era preferible su estado actual de rechazo a la realidad, a tener que revivir ese terrible momento de años atrás. |
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A veces he sentido envidia de su situación. Hubiese preferido la amnesia antes de continuar viviendo en este infierno que sobrevino.
“Tarek nació siendo yo mayor –repetía-. Cansado de esperar su padre ya me había reclamado el derecho a traer otra mujer a la casa para que le pariera algunos hijos. Nunca se lo dije a él, pero ahora te cuento que interiormente no quería aceptar esa situación. Justo quedé embarazada y no se habló más del asunto”. Yo le decía que difícilmente su finado marido hubiese podido tener un hogar con dos mujeres. No era una costumbre americana y la sociedad lo habría reprobado.
“Fatem -recuerdo haberle dicho la última vez que la visité-, el lunes te traeré heenna, porque ya empieza el Ramadán”. Ella me pidió un “jiyab” nuevo de seda cruda y una lata de jugo de dátiles para beber durante el día. “Tú también necesitas purificarte –recomendó-. No importa si naciste aquí, igualmente debes llevar el cabello cubierto”.
“Eres un elegido –pude leer en el escrito que había guardado Tarek con tanto celo-. Éste es tu viaje final para reunirte con Él. No debe fallar tu fe ni tu mano para cumplir con su designio”.
“Te pareces bastante a la mujer pelirroja, pero tu cabello es negro –fue lo último que Fatem dijo-. Me hubiese gustado que fueras mi nuera” – y yo bebí mis lágrimas porque ella nunca llegaría a saber que su deseo ya estaba cumplido.
Él es único, poderoso y verdadero. Mahoma es su profeta.
Blanca Elena Paz
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. 1953. Narradora y
poeta. Sus libros de cuentos publicados son Teorema (1995) y Onir (2002).
Ha sido incluida en multiples antologías de cuento y poesía en varios
idiomas. Es médica veterinaria zootecnista con ejercicio en la docencia
universitaria.
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dic
2003
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