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Estaban los dos ahí, en un balcón sin barandilla, en una plataforma gris
colgada sobre el paisaje. Mateaban, mansos, mirando el horizonte atardeciente
como quien mira una pared descascarada, labrada a uña por infinitas manos
pacientes.
El cebador acomodó la yerba con cuidado, aplastando el copete con el índice derecho, después de hacer huequito con la bombilla, movida apenas hacia la izquierda. Cebó y le pasó al otro el porongo rebosante y espumoso. -Como recién escupido- dijo el otro, apreciando la espumita blanquiverde que aseguraba la fuerza del amargo.
- ¿Te fijaste que si revelaras esta fotografía te da una celda? lanzó el primero.
Aquél devolvió el mate vacío con la mirada fija más allá de las rejas: no dijo nada. Amanecía un día frío. Su hermano lo recibió retirándolo quedo de la mano que no terminaba de entregarlo, apreciando el ensimismamiento de ese perfil tan conocido, recortado a contraluz contra el escarchado paisaje que aparecía en el recuadro de la ventanita.
Tenían, a la luz lateral del agotado hacedor del día,una suerte de unanimidad de aspecto. No es que fueran parecidos. Era un aire. Una magia de simbiosis, atesorada en la expresión de esos ojos que oteaban la lejanía como en un acto soberano, ganado a pulso.
Lo primero que los hacía distintos eran los ojos. Eran hermanos y sin embargo no se parecían. Ni por fuera ni por dentro. Eso no los hacía opuestos. Apenas diferentes. Los ojos de uno denotaban calma, los del otro parecían dispuestos al salto.
-¿Qué fotografía?- preguntó el aludido.
Un gesto de cabeza y manos precedió a la respuesta:- ésta; decime si vos y yo aquí no somos el negativo de la celda, tomando mate sin paredes por ningún lado casi.
La carcajada común estiró el paréntesis de humor y en él el otro hizo su aporte, entrecortado por la risa: - eso sí, aquí si hacés un movimiento en falso te vas para abajo. Allá estábamos mucho más seguros, no te podías caer para ningún lado. |
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- ¿Sabés lo que me dijo el flaco Pérez un día en el quinto piso? que no pusieron estas rejas para evitar que nos fuguemos sino para que no nos suicidemos.- Esta vez el mate atravesó medio metro de silencio.
El ritual matutino era sagrado. Nunca antes habían tenido mateadas mano a mano como en estos tiempos.
Uno anduvo, sin que el otro supiera, haciendo lo mismo que el otro hacía.
El otro igual.
Por la misma época perdieron la libertad de comparecer ante el rito del sol y del mar.
No se veían casi desde el principio. Ni en los momentos importantes de uno y de otro podían estar juntos. Y sin embargo,un día, en una fiesta de familia, la casualidad los reunió. Bebieron de todas las copas, comieron de todos los platos. Pero no dijeron nada. Intuían, suponían, se miraban, se abrazaban cálidos y apretados. Pero no se dijeron nada.
Y ese día, al uno y al otro, minutos después de separarse, les cayó el quién, el cómo, el cuándo. La electricidad, el agua, el firmes contra el paredón. Y más quién, más cómo, más cuándo. La soledad. El tiempo vacío.
Uno llegó primero al Penal. Un año y medio después lo hizo el otro. De fila a fila, desde lejos, se vieron en el patio y sin salirse de la línea, siempre desde lejos, se dieron un abrazo. Y sonrieron. Se sonrieron enormemente. Saberse juntos. Saberse vivos y a salvo.Vivos de todas las muertes que acecharon. Sobrevivientes de la guerra y de la usina. A salvo bajo amenaza.
-El tema es hasta dónde no nos transformamos en el negativo de aquellos tipos.- Estaba dando vuelta la cebadura y el montoncito de yerba mojada, catapultado por la bombilla, fue a caer a los pies del ciruelo que crecía al costado de la casa.
- No creo - reflexionó el calmo. En él constrastaba una tez desasoleada, blanquecida por el exilio en el norte frío, con pelo y bigotes renegridos a pesar de ser el mayor de los dos, con el medio siglo cumplido hacía rato.
El inquieto, bataraz de pelo y barba, con el cutis sajado por el sol y la sal de su pueblo a orillas del mar del sur, permaneció callado mientras chupaba despacio la bombilla.
- La pena y la que no es pena, como dijo Yupanqui.
-Te tiraron con todo, hermano, !qué lo parió, 20 años!. - El otro hablaba por encima de su hombro izquierdo, mientras meaba en el water de la celda, de espaldas a su hermano.
-De eso tenemos que hablar antes que te vayas- comentó éste a modo de respuesta, mientras anudaba una hebra de lana del tejido que estaba haciendo.- Primero, que 20 años las pelotas. Nadie va a estar eso. Tal vez ni diez. Segundo, que esto forma parte del juego sicológico de los milicos para desmoralizarnos. Y tercero, que al que le toca le toca. A vos te tocó estar enfermo y tal vez, salir a corto plazo. Siempre y cuando los tres años y pico que llevamos adentro puedan ser considerados corto plazo. Pero cuando estés afuera no va a ser fácil la tuya, sin hablar de la enfermedad.
- No. No va a ser fácil.- El otro estiró dos pasos hasta la cucheta y retomó su parte en el trabajo, concentrado en un punto que se encontraba más allá del objeto que emergía de sus manos.
- Ya no lo es. Y afuera vas a estar en la boca del lobo igual. No sé cuál de las dos cárceles es más segura, hermano. ¿Vas a volver a la carpintería o te vas a instalar por la cuenta?
- En principio, la carpintería. Otra vez me mandaron avisar que mi lugar me lo tienen reservado. Que me esperan.
- ¡Que lo pario! ¿Te das cuenta lo que significa eso? Es jugarse.
- Sí, pero el tema no es ése. Lo difícil no va a ser ganarse la diaria o seguir el tratamiento para curarme. Lo bravo va a ser, entre otras cosas, pensar en ustedes acá adentro.- Me imagino. Yo sufriría lo mismo. Pero creo que hay algo que está primero que todo, para vos: aquella, que te ha esperado al pie del cañón y esa hija con la que se tienen que conocer prácticamente desde cero. Te necesitan lo más entero posible. Sobre todo tu mujer te va a necesitar entero, bien enterito.- El tono intencionado y zumbón de la última frase no logró penetrar el ánimo del otro. Una sonrisa apenas esbozada acusó recibo del cambio , pero su rostro retornó a la expresión preocupada del comienzo.- Voy a dejar muchas cosas aquí adentro.
- No lo dudo, pero vas a estar con nosotros cada vez que des testimonio de lo que es esto. También podés mandar yerba y dulce de leche, por supuesto.
- Siempre me va a parecer poco.
- No jodas. Mucho no es lo que se puede hacer en este momento. Han destruido todo lo que estaba organizado y lo poco que queda lo estan haciendo bolsa. Nosotros vamos a salir el día que la gente se recupere y tenga la fuerza para sacarnos. Pero falta. Mientras tanto, vos sabes que cada hombre que sale sano de aquí es una batallita que ganamos. Los demás tenemos que luchar para que esto no se transforme en un loquero. Y afuera, para que no los envilezcan, no los emputezcan y no los enloquezcan, también. - Pasame la tijera.
- Te voy a mandar cosas para las manualidades.
- Bárbaro. De repente requeches de madera. Pero vos ocupate de correr bien, que la liebre es rapida y afuera no es como aqui, que se puede comer sin trabajar.
El otro levanto el tubo del teléfono y no podían hablar de la risa.
- ¿Qué hacés?.
- ¿Qué hacés vos?.
Estaban tan extrañados de encontrarse a ambos lados del locutorio que no sabían que decirse.
- ¿Como andan las cosas?
- Como siempre. ¿Y tu salud? Te veo fenómeno.
- Estoy mucho mejor. La llevo bien. Contame de ustedes.
- Qué te voy a contar, si ya sabés de sobra lo que es esto. Hablame de la gente, de la familia, de la solidaridad. Como encontraste todo eso.
Cuando la salud es el punto débil, un médico director puede constituirse en la herramienta mas perfecta del sistema, superior al más sádico de los carceleros, para hostigar, extorsionar, destruir. No era fácil, mismo. Entonces el otro puso un océano de por medio. La noticia cayo dentro de las rejas cuando el hecho ya estaba consumado.
La carcel y el Norte-confort. Dos mundos. Cual de ellos más eficaz para
demostrar lo que un hombre realmente quiere. |
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- Te llamo para festejar tu salida y el nacimiento de otra chancleta.
- ¡¡¡Loooco!!! ¡¡¡No lo puedo creer!!!. La exclamación atravesó muchos años, miles de quilómetros y ansiedades contenidas.
- Mandame decir lo que precises. Ahora te toca a vos volver a correr la liebre.
- Sí, quedate tranquilo. Por ahora no sé ni como me llamo y con lo que tengo me parece demasiado.
- Ya sabés, para cuando te organices. A mí siempre me va a parecer poco lo que te pueda mandar.
- Vos no tuviste un hermano en Suecia al salir.
- Como vos decías, al que le toca le toca.
Transcurrió mucho tiempo antes de ese nuevo encuentro de sobrevivientes, pero esta vez con un retumbar de espaldas golpeadas en el abrazo. Y un buen vino.
- Quién iba a decir que en menos de dos años voy a terminar mi casa aquí, al lado de la tuya.
- Mismo. Pero vos sos uno de los principales responsables, junto a otros, de que estemos aqui, que yo tenga esta casa y todo lo demas. Nunca estuve solo.
- Siento que he hecho lo menos que podía hacer.
- Acá la cosa es brava, hermano. Bueno, vos sabes. Es mucha la inseguridad.
- Sabés que me dejaste pensando con eso de que no nos volvamos el negativo de nosotros mismos. ¿Es una crítica o una autocrítica?
- ¿Sabés lo que pasa?. Ya eso de romperse el culo para tener algo, aunque me digas que es la casa, lo elemental, la seguridad para los hijos, íntimamente se lee "matarse para tener" y eso no estaba en nuestros códigos. No me des pelota. Creo que no es más que un poco de miedo.
El mayor de los hermanos no pudo evitar un amago de ternura. Estaban ahí, otra vez juntos como cuando eran chicos alla en el caserío natal. Como cuando el mundo quedaba lejos y las callecitas del pueblo eran todo un mundo; y todas las travesuras estaban por inventarse y nadie habia matado a nadie. Cuando la gente era gente y parecía estar toda en la misma trinchera. Cuando patrón todavía carecía de sentido e injusticia era una palabra de cuatro sílabas con la tónica en la penúltima y un diptongo al final. Cuando el hermano chico estaba envarado en mitad del altísimo barranco de la cantera abandonada, manojito de miedo que resbalaba a cada intento de trepar imaginándose en el fondo de las aguas que lo esperaban allá abajo y bastó que él asomara su cara al borde superior y le dijera - ¿qué pasa? para que trepara solito, como un gato, los metros que faltaban.
- ¿Miedo a qué?
- A eso, a volvernos otros obligados por la incertidumbre. Cuando peleabamos sabíamos para donde tirar.
- Ahora estamos peleando tambien. Hay cosas que son elementales y que nos quedaron traspapeladas.
- Tenes razón, siempre y cuando no nos quedemos en eso. Pero también esta lo otro. En la cárcel uno termina acostumbrandose a que los proyectos son para después. Y asimilas horarios, rutinas, normas, prohibiciones a todo. Hasta volvernos adictos a la noria. Siento que de eso es difícil librarse. No sé si a vos te pasa. Lo que soy yo cada tanto me vuelvo burro de noria, como aferrándome a la normalidad. Me saturan los estímulos, me desbordan las responsabilidades, todo se me vuelve proyecto, todo lo quiero hacer y cuando quiero acordar estoy extrañando los reglamentos y las puertas que se abren solas.
- Y bueno. Les ponemos puertas automáticas a las casas.
- Anda a cagar. Ambos callaron y el silencio les trajo el sonido de la sábana del mar sacudida allá abajo, desflecándose en las rocas de la Playa Grande. Otro silencio, expectante, como de campo sembrado, emanaba del lila de las sierras y la tierra trepaba en naranjas insólitos y verdes moribundos, por la falda del cerro, hasta los pies de aquellos hombres, casi ingrávidos en el tiempo. Mateando mansos, miraban una pared descascarada, como quien mira el horizonte.
Homero Muñóz
Uruguay. Analista de Sistemas. Narrador y poeta, ha publicado en
Uruguay, Argentina, México y España.
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dic
2003
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