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Estás sentada frente a mí pisando con tus patas blancas el cuaderno, me miras escribir por largas horas sin que tus ojos se cierren de sueño. Crees que estoy acompañando tu desvelo, pero eres tú quien va conmigo en mis viajes eternos. Me quieres todavía, has sabido perdonar el crimen de mandarte abrir la barriga para que nunca más vuelvas a quedar preñada; lames tus patas como lamías tu herida, triste tal vez sin saberlo.
No fui yo quien te trajo a esta casa, llegaste sola hasta mi puerta y la cruzaste. Después de crecer en la calle decidiste vivir entre la gente, recorriste los cuartos y los muebles hasta encontrar el tuyo. Buena elección la cama de mi hija Polimnia. Ella te quiere mucho y habla contigo en las noches mientras te acaricia, pues en el día no puede verte. Yo estoy más tiempo contigo, pero no te hablo, si acaso repito tu nombre para invitarte al patio a tomar un poco de sol o para avisarte que hay alimento en el plato. No me gusta charlar con los animales porque no me contestan, prefiero otra comunicación con ellos. Así, sin palabras, hemos llegado a buenos acuerdos: se vale trepar a la mesa cuando escribo, pero nunca si estamos comiendo; jamás voy tras de ti ni intento cargarte, no te gustan las prisiones, a mí tampoco los arrumacos. Es mejor el cariño a distancia pero sincero. Ante todo, silencio, nada de ruidos que distraigan ni bruscos brincos.
Entendiste que el oficio es delicado, que se puede arriesgar la vida con un movimiento en falso. Acepto tus críticas, detengo la pluma, miro fijamente tus ojos inquietos y remuevo la historia hasta complacerte. No, no me engaño, sé muy bien que no puedes leer, pero entiendes.Ah! de qué manera comprendes lo que siento. Por eso te hago caso, Misha, por eso releo y elimino lo que está de sobra. Antes de que estuvieras aquí, igual detenía la pluma, y la mirada sobre cualquier objeto, rumiando por dentro la idea. Pero qué distinto es ver unos ojos claros que te quieren en secreto. Me ves también sin rendirte, y haces muy bien, no se debe bajar la mirada cuando se tiene la certeza de que estamos en lo correcto. Definitivamente el mejor de los acuerdos ha sido permanecer libres. Nada te ata a nosotros, puedes pasar en la calle las horas que quieras, y yo puedo marcharme sin la angustia de dejarte. Así estamos bien, Misha, es terrible vivir de otro modo. Hay que dar espacios para poder extrañarnos. Como no me gusta hablar contigo no te he dicho lo linda que eres. Pareces un tigre; fuerte, segura, valiente. La comodidad de la vida resuelta no te quitó lo salvaje. Trepas con agilidad a los árboles, huyes de los perros callejeros y de los niños ilusos que quieren alcanzarte. Me encanta comprobar que no necesitas ayuda. La única protección que creí necesaria fue extirparte la matriz, pero no te preocupes mucho por eso. Una hembra es tan hembra con hijos o sin ellos. Además, los tienes por poco tiempo, de cualquier forma vuelves a quedar sola. Por eso es necesario tener un oficio, servir para algo en la vida, Misha. Aquí encontraste uno, casi, perfecto: testigo y cómplice de lo que escribo. Tu crítica es clave en la revisión de palabras que intentan traducir lo que pienso y lo que siento; para que quien las lea, descubra que están pulidas como madera fina, cuidadas como piedra preciosa, hermosas como huipil bordado. Y su armonía, su sonoridad, su ritmo y su elegancia mucho tienen que ver con tu manera de andar, con los giros de tu cuello, con el movimiento de tu cola y con la combinación de amarillo, negro, café y blanco de tu pelo, y ese verde claro de tus ojos tristes. Mira si tienes o no motivos para ser tan querida, Misha, pero así, sin que yo te lo diga. Lo único que quiero confesarte es un pequeño secreto: cuando firmo La Romana, me refiero a dos: "Romana" por capricho mío, "La" por ti. Por "la incomparable colaboradora".
Patricia Romana Bárcena Molina
México D.F. Maestra en educación
especial. Directora del Colegio Vallarta
Arboledas. |
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Enero
2004
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