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El semáforo
en verde se destiñe cuando cae la tarde, plomiza, sobre el asfalto. Génesis
absurdo de motores roncando despiertos, tobillos y plantas de pies que
se accionan como único ejercicio diurno.
Los escapes en su discurso de humo anuncian el fin del planeta. La marcha es densa, neumática. El semáforo muta y la sangre se enciende en dos círculos como mis ojos. El auto para, pero el alma sigue moviéndose hacia el fin del trayecto: siluetas corriendo en el latifundio húmedo de la infancia, el barrio consumido por su cáncer de gente, el silencio fumando; copiloto.
Verde otra
vez y este dolor urbano atropellándonos, limpiando el horizonte de cristal
por un exhausto níquel. La tarde se levanta y rueda a toda velocidad por
las calles de esta ciudad en mi cabeza. El semáforo languidece, pide el
indulto, una tregua.
Rafael Ortiz
Guadalajara, México. 1978. |
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f e b
2004
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