renglones torcidos       


Sociedad anónima
Diana Sofía Sánchez Hérnandez


       Cuelga el teléfono. Mónica aspira lentamente el aire fresco. Él no podrá ir por ella a la central, asuntos urgentes, se apresuró a decir antes de perderse en la línea. Camina lentamente hacia el borde de la acera y sube a un taxi.

       -Hace mucho frío, ¿verdad? Pregunta el taxista, mientras la ve tratando de acomodar el par de maletas en el asiento. La minifalda deja lucir un par de piernas torneadas, cubiertas por unas medias transparentes; perfecta, susurra él mirándola discretamente, de arriba hacia abajo. Mónica lo ve y ambos sonríen.

       Afuera la gente se agrupa, tratando de obstaculizar el paso del viento, abrazando las manos debajo del suéter, maldiciendo el mal tiempo que nadie parecía haber previsto.

       -¿Hacia dónde?, pregunta él volviendo el cuerpo al volante.

       Mónica saca un pequeño cuaderno rosa. Mientras hojea en busca de la dirección, un auto toca el claxon, impaciente.

       -Señorita, no tengo todo el día, reniega el chofer, tratando de ser gracioso.

       -Esta es la dirección. Mónica le da un trozo de papel. Inmediatamente el auto se incorpora al tráfico.

       -Usted tiene unas piernas hermosas, sonríe malicioso, mostrando los dientes mal alineados; pero ella no lo escucha, sigue viendo el cuadernillo.

       El taxista es joven, igual que ella. Para ambos un par de miradas habían sido suficientes para alterar todo el sistema nervioso. Él cambia las estaciones del radio, buscando tranquilizarse.

       -¿Es la primera vez que viene a la ciudad?

       Mónica no contesta. Mira el croquis que tiene en la mano y levanta la vista de vez en cuando hacia las calles. Una de sus rodillas se agita en un tic constante, raspando como un murmullo, el borde del asiento de tela.

       El chofer decide apagar el radio.

       -¿Está seguro que es por aquí?, Mónica se acerca al conductor.

       -¿Es la primera vez que viene a la ciudad?, repite, viéndola inquisitivamente a través del retrovisor, tratando de encontrar sus ojos.

       -Sí, pero sé por dónde tiene que ir y no es este el camino. Se recarga Mónica en el respaldo, evidentemente incómoda.

       La gente desaparece de las calles, refugiada en el trabajo o en las casas, tratando de buscar protección. El carro continúa atravesando avenidas, esquivando baches, hundiéndose más en las profundidades de una metrópoli oscura, maloliente, peligrosa.

       -Hace un viento de los mil diablos, murmura él.

       -Quiero bajarme, pide Mónica con la mayor serenidad posible.

       La mente de la chica comienza a divagar por una inmensidad de anécdotas trágicas. Piensa en dejar escapar un grito, pero no se atreve. El cielo comienza a gotear, hasta que una tormenta imperiosa azota las calles. El taxista da vuelta en cualquier esquina y de pronto, para en seco. Mónica mira alrededor. Sí, el número de la casa coincide con la dirección del papel.

       -¿Cuánto?, pregunta ella.

       El chofer apunta al taxímetro. Mónica paga de mala gana, toma las maletas y sale dando tumbos. Toca a la casa de su amante, molesta por la tarifa del taxista, con el cuerpo empapado e indispuesta para hacer el amor.



Diana Sofía Sánchez Hérnandez
Guadalajara, México
Egresada de la facultad de Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara.
Ha publicado en Botella al mar, revista literaria de Puebla, de la Universidad de Letras, en el suplemento cultural del periódico del Occidental y co-autora del libro Figuración de Instantes, editado por la Universidad de Guanajuato.

marzo
2004