|
El vientre de Pola,
un cielo negro con estrellas gordas,
un pez en olvido
chocando cadenciosamente contra
los fantasmas del agua.
Pola,
la muerte de la gladiola.
Y digo la muerte,
por no decir que su cuerpo fue habitable;
Pola,
como cualquier cosa
que cae pesadamente en el cerebro
que golpea con sus miles de aguamarinas
quemantes.
Ácido en las entrañas.
Un dolor de ira en la saliva que riega margaritas,
saberse no existente,
paso seguido de sudor y palabras.
Pero hoy es aquí y ahora.
Y ahora no hay terrenos fértiles,
sólo Pola
como negación de la vida y
dulce consuelo a la muerte.
Pola es la estrella de su pezón izquierdo
es la grieta de sus caderas
es el silbido del aire entre sus labios
es la mirada ajena
mientras jadea bajo mi cuerpo.
Pola es más allá que el tiempo.
Es olvido premeditado
es conejo por liebre amante de pastizales.
Soy tiempo dividido
entre las pieles olvidadas de Pola.
Soy la resurrección del tedio agazapado
en espera de la presa.
Es Pola la que existe dormida
en mis arenas,
mientras yo duermo en las sales,
y lloro
como si la muerte
hiciera caso de cenizas
del puerto.
Marco Antonio Gabriel García
|