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A fines del siglo XV, mientras Pico della Mirándola agonizaba en su lecho y el Cardenal Egidio da Viterbo aún no abría su bolsa para financiar la traducción a lengua cristiana del misterioso Zohar, una secta de alquimistas disidentes juzgó que la consecución de la Gran Obra podía ser lograda, ya no por la transmutación de los elementos, sino de los sexos. Así es como, noche tras noche, los alquimistas se daban al ritual de recorrer los puertos de Génova y Venecia, ataviados con largas faldas, pelucas y diademas, a la espera de los marinos que llegaban de Oriente.
Emilio Martínez Cardona
Escritor Uruguayo~boliviano
Coordina y edita el boletin electrónico La Tarasca
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abril
2004
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