renglones torcidos       


Pesadillas
Blanca Elena Paz



         Cada noche besaba una de las fotografías de ella antes de acostarse. A veces era aquella que la mostraba en el muelle o la otra que sólo enfocaba su rostro ante un cuadro de Dalí. –Hasta más tarde –le hablaba al retrato-, mi reina exótica.

         Todas las noches soñaba lo mismo: ella caminaba a su encuentro. –Vendrá a conocernos –repetía él algunas veces ante su perro. El animal se erguía en toda su altura para lamerle una mano-. Ya verás cómo viene y se enamora de nosotros, tú eres limpio y estás amaestrado, y yo…también tengo lo mío-. Por algunos minutos continuaba recordando que había recibido varias cartas, cuando decidió buscar esposa por internet. Obviamente a las mujeres, creía él, les impresionaba favorablemente su fotografía, ¿a qué mujer no le gusta un hombre joven y guapo? No deseaba que sólo se guiaran por eso. -Si alguna se enamora que sea de lo que llevo por dentro, -repetía-, no de un retrato.

         Ella revisaba diariamente su correo electrónico. –De lo contrario –le explicaba a su amiga- podría llenarse el recipiente y eliminar algunas solicitudes importantes-. Con la otra muchacha solían bromear acerca del éxito en la exportación de textiles de la tierra. Ambas coincidían en que a partir de la instalación del negocio la demanda era permanente. La última apertura del correo era en la noche, sabía que allí la aguardaba el mensaje de él. No era un hombre que necesitara envíos de telas autóctonas o de prendas confeccionadas manualmente, se interesaba en ella, ¿cómo la había encontrado? La publicidad de la empresa aparecía en internet, y mostraba la fotografía de la gerente.

         La mujer respondía ritualmente el mensaje. No tenía ninguna foto para besar, ni señas del hombre que lo describieran físicamente, pero esos detalles no le preocupaban. Ella sí le había enviado retratos de todas las épocas de su vida. “Hasta mañana, mi fantasma”, repetía todas las noches “Ojalá permanezcas siempre aquí” .Luego desconectaba el ordenador.


         -En sus cartas habla de las flores y de sus mascotas, a ella le gustan y a mí también. Cuando venga a vernos te llevará a pasear, será más amable contigo de lo que es el hijo del portero. -El perro se acurrucaba junto a la silla-. La casa debe de conservarse siempre limpia y ordenada, a ella le gustará así como se ve. Mañana mismo le diré a la señora Morris, que agregue un día más de limpieza por semana.

         Durante ocho años la mujer se había dedicado exclusivamente a la atención de necesidades de un marido parapléjico y malhumorado. Ya llevaba algún tiempo de viuda y creía llegado el momento de vivir para ella misma. No le faltaba alguna que otra propuesta matrimonial, pero eran las cartas del hombre misterioso las que le fascinaban despertando su interés.

         -Sólo espero que en los sueños llegue a tocar mis manos. Tú también debes estar seguro de que cuando esto ocurra la veremos llegar al día siguiente-. Continuaba el hombre afirmando que, a pesar de no haberlo dicho en sus cartas, la mujer cruzaría dos continentes para conocerlo. –Ella es así –decía-, espontánea, posesiva y dulce. Cuando en sueños anuncie que vendrá, pediré a una florería que envíe el más bello ramo de tulipanes amarillos. De ese color son sus ojos ¡Dios, nunca los había visto como los tiene ella!, míralos Tanny -el perro permanecía quieto ante la cercanía de la foto-, son parecidos a los de un gato persa, así… como dos hojas de árbol, casi verticales, en el inicio del otoño.

         Todas las noches soñaba lo mismo, iba en pos de la sombra proyectada en el gigantesco muro. En sus sueños no alcanzaba a definir los límites de esa mancha oscura. Aquella vez se encontró frente a la muralla, era de cristal pero dejaba traslucir una forma.

         La angustia había hecho que despertara, sus sollozos inundaron todo el departamento. Después de varios minutos encendió el ordenador para bloquear definitivamente una dirección. Los sueños le habían mostrado nítidamente la silueta de un hombre en una silla de ruedas.


         Despertó sintiéndose desolado. Sus lágrimas continuaron humedeciendo la almohada. En los sueños él estaba al otro lado de un muro de cristal y sólo vio la espalda de ella…cuando se alejaba.



Blanca Elena Paz
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. 1953.
Narradora y poeta.
Sus libros de cuentos publicados son Teorema (1995) y Onir (2002).
Ha sido incluida en multiples antologías de cuento y poesía en varios idiomas.
Es médica veterinaria zootecnista con ejercicio en la docencia universitaria.


abril
2004