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Cierro la puerta.
Una puerta que estaba truncada
al canto de las rosas.
Cada una de ellas hoy irrumpe.
Consigo cargan tus ojos,
tu aroma, y el fino rostro
de tu sol que creía muerto,
y que muere y renace dentro de tu pelo,
donde queda atrapado.
He aquí la noche de tu sol.
Callado muere lo que nunca quise ni logré,
lo que jamás fui, lo que nunca seré,
qué va,
quién le apuesta a este desvalido
que versifica lo que le ha salido
de una mente inmersa en vidas errantes,
que plasma en un verso en breves instantes.
Tal es la nada
que aniquila el toque de tus labios
sobre mi pecho,
el roce de tu voz sobre mis oídos.
He aquí la noche de tu sol
sobre la que vi a mi alma inerme,
ingenua engrandecida.
Soy un gran egoísta.
La saliva que te bebo
es la voz de nuestra carne suplicante.
Somos entraña y sangre,
la furia en los dedos
ingenuamente llenos de ternura.
Somos la muerte y la vida
sumergidas en el mar que sale de nuestras bocas.
El cantar de nuestro colmado corazón
lleva a nuestras vidas a hallarse
en la plena y efímera historia llena de calor,
que los mortales denominan amor.
Jorge Ruíz Ramírez
Guadalajara, México. |
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mayo
2004
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