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Te preguntarás por las calles,
las vivas y las muertas,
por la vía Escobedo
con sus huesos desnudos,
lacerados por un tren subterráneo.
Por las mañanas que entraron en el zaguán,
y manosearon de luz las flores
y las piernas de Artemisa.
Por las noches que abandonaron
a sus hijos de sombra en la puerta,
mientras Patricia desenredaba
la madeja de su corazón en la boca de Francisco.
Por la azotea del tesoro
con los cigarros Impala
y las revistas Caballero y Él
en una veta de ladrillos:
“Mónica piano, piano mío”,
recostada en un sofá de pieles
llamándote desde el espejo de papel,
ofreciéndote sus senos de oro
como
dos diamantes en tus manos
y un dorsal en tus ojos
como
joyas en tu cofre de jadeos.
Te preguntarás por esa casa de jorobada luz,
donde tu madre y hermano
trabajaban a destajo,
pegando cientos de imanes en figuras
para máquinas tragamonedas.
Por esos cuartos de adobe,
ahí te anidabas
como una parte del rompecabezas perdido.
Para ir al baño tenías que atravesar el patio,
la escuálida luna y la solitaria penumbra;
llegar al retrete de barro
y desprenderte de miles de ojos
Por la hermana de Manuel,
cuando se bañaba,
el camisón y el agua,
eran absorbidos por dos grietas de su cuerpo.
Te preguntarás por esas tardes sin escuela
brincando a la cancha de la calle,
quitándole el balón a las llantas de los autos;
corriendo de las manos pintadas
en el martes de carnaval;
mirándote crecer con el ardor en la cara,
untándote crema Colgate en esos granos
para que no los vieran Sofía, Virginia o Patricia;
con una extraña vegetación entre las piernas,
y con un irremediable deseo de sentir las cosas.
*Del poemario inédito “Derrama el vino”
Luis Medina Gutiérrez
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