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La habitación era pequeña y fría, las tristes paredes sostenían el rastro de los clavos que allí estuvieron colgados. Ni los directos rayos de sol que entraban con vigor por la ventana calentarían ese ambiente allí contenido. La cama estaba destendida, con la apariencia de llevar así muchas semanas.
Sobre el lecho
la muñeca rota tenía sus brazos de tal manera distendidos, que hacían espacio
a la ausencia de alguien; su rojiza cabellera ya no irradiaba calor, ni
quedaban vestigios de lo flameante que antaño era, la proporción de sus
medidas parecía tan matemática que su simetría era molesta.
Desnudo su
torso, descalzo y vestido con un jean descolorido estaba Nelson, proyectando
su sombra sobre la cama. Con medio cigarrillo entre sus torcidos dedos
índice y pulgar, fumaba con la paciencia que le caracterizaba; era tal
su lentitud entre bocanada y bocanada, que se diría que ordenaba a cada
músculo involucrado cual debía ser su función, y cual su velocidad para
inhalar el humo que luego se dibujaría en espirales iluminados, a través
de los rayos del sol que invadía la ventana. La inocencia de su rostro
recordaba con nostalgia la mirada de su muñeca inflable, en aquella época,
cuando recién empezaban su pasión.
Aymer Zuluaga
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