|
Llegaba cada
primavera, y era una fiesta.
Su poder consistía sólo en manejar la luz y con sus manos mostrarnos un conejo, un ratón, una araña o un macizo de flores bajo la luna, pero salíamos de la función bajo el efecto de su hechizo y aún durante muchos días, encandilados, buscábamos desesperadamente el modo de copiar sus trucos.
Y si nunca lo logramos fue por la obligación de dormir temprano, porque la magia que perseguíamos no era otra cosa que saber adiestrar esos pliegues de noche que se esconden entre los ropajes blancos del día, para que se acercaran a comer de nuestras manos.
Y así la noche prohibida de la hora del sueño, con su sonrisa de cascabeles torcidos, miraba esquiva y divertida nuestras ganas de apresarla, segura de que apenas alcanzaríamos a acariciarla furtivamente con las puntitas de los dedos, encaramados al rectángulo azul de las ventanas que la contenían, sin contarnos cómo.
Laura Battiato
|