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La institución social
José Repiso Moyano



          El ser humano no descubrió utensilios para sí solo, independientemente, sino en/para una comunidad. Por eso la evolución de su modo existencial (consecuencia) estriba en su hecho social, en su socialización o, lo que es igual, al hecho de instituirse socialmente.

          Él se regló en sus comportamientos siempre a partir de sus instintos, pero más allá de ellos; condicionado a satisfacer las nuevas necesidades que le exigía su servidumbre no a la naturaleza misma como los animales, sino a sus deberes sociales y a las emociones que éstos desencadenaban.

          Asumía reglas que afectaban a su vida sexual -prohibía el incesto por ejemplo (1)-, a su vida laboral -el trabajo era distribuido- y a su vida creativa o cultural -representaba sujeto a símbolos prohibitivos, protectores o destructivos-.

          Entonces, estaba coaccionado a seguir una serie de reglas y coaccionado a memorizar los sucesivos símbolos que tribalmente se incorporaban, los cuales incidieron irremediablemente en el lenguaje o en el fortalecimiento de la comunicación. Paradójicamente el tabú le transmitía seguridad -pues ante él se unía a los demás- y responsabilidad -sus actos eran condicionados a no sobrepasar unos límites de libertad-.

          Si los animales no saben lo que es ser libre fuera de sus instintos -ya que son esclavos de ellos-, el ser humano creaba su propia libertad; es decir se condicionaba a sí mismo y a los de su misma especie, lo que producía emociones, y estas emociones sugerían más símbolos ante un molde de cierta fidelidad, de cierta solidaridad: de organización emotiva.

          Esta forma de vida orientada a salvaguardar emociones no podía por menos que institucionalizar un sentimiento de pueblo, un orgullo de pueblo estrechamente ligado al sentimiento de su transcendencia y también al miedo de pérdida: al sentimiento de perder lo emocionalmente adquirido -al de la muerte-.

          El ser humano no preexiste a eso; por lo tanto no es un ser dado ni apoyado sólo en su voluntad (2), sino es un ser adquirido, posibilitado socialmente, vinculado a sus condiciones precedentes, prendido en sus reglas sociales o en su desarrollo social.

          Lo que se consideraba un ser humano -su concepto- no es un ser aislado, condicionado sólo a la madre naturaleza, sino es un ser que partiendo de ella se contrapone a ella(3), se condiciona a sí mismo y tiene consciencia de ello; es decir el ser humano tal como se concibe empezó a existir socialmente, por lo que no preexiste a la sociedad ni a sus principios.

          Porque es un ser constituido, interiorizado en lo social, modificado socialmente, "objeto" de unos valores instituidos; y él pretende, es intencionado, por supuesto, pero a partir de esos valores, por lo que es comprendido entre/con esos valores como defendía Heidegger. Es en consecuencia una voluntad como lo es todo su contexto puramente antropocéntrico y emotivo, pero sustentado en su estructura social.

          Como dijo Foucault el ser humano como tal -como concepto abstracto- no existe, sino el social, el reproducido sólo al modo social, el obtenido así como concreto, discernidamente diferenciado o específico. El ser humano, sí, no ha preexistido a sus condiciones sociales que han determinado su propia condición -real y conceptual-.


(1) Lo que contribuyó a la idealización de la pareja, la cual consideraba la fidelidad ideal más allá del hecho reproductivo.
(2) Nietzsche negaba todo principio, a favor de la voluntad -esa era su obsesión-.
(3) Le añadía su complejidad.



José Repiso Moyano
San Marcos, Málaga, España.
Ha publicado: Cantos de sangre (Ediciones Rondas,Barcelona, l984) y La muerte más difícil (Ediciones Torre Tavira, Cádiz, l994). Ha ganado los premios: "Ángel Martínez Baigorri" de Navarra; "Encina de la Cañada" de Madrid. Es asesor literario de la colección Torre Tavira de Cádiz. Ha colaborado con ensayos, artículos, poemas en más de 100 periódicos de todo el mundo.


mayo
2004