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Guadalajara es un caldo de humores templados de más de 3 millones de cadáveres,
de nombres tan regios (y pardos) como Pedro, Ramón, Dayán o Santiago.
A veces en las sombras más reveladoras de la hora, me refugio en esta cavidad
de huesos en la que hace 46 años me salmuero en fermentos y descontentos,
y me convoco en lentas adrenalinas auditando el rumor de las calles,
y ausculto la voz dolorosa de la lluvia:
La soledad partícipe de algún vagabundo apostado en el aparador de una zapatería
quien con sólo una sonrisa de idiota me ha ganado la madriguera de la noche.
Y me dispongo a escuchar cómo urde mi boca el silabario aullante de los perros
o cómo la luna siembra de claves abiertas la boca alcanforada de putos y leandros
haciéndoles fluir una leche alborozada en la lengua que ha hecho sus reales
en los horarios de tolerancia: Vaca azul y amarilla en el faldón católico de los tapatíos.
Y me convoco en largas oscilaciones relojeras inquiriendo a quien en ferias y faldones
episcopales
se nos ha manifestado,
y le pregunto porqué se agusana perezosamente la boca de mis interiores,
porqué se agusana ese más de 3 millones de carnes indiferentes, pajarillos
sin malicia en una jarana de devaneos y francachelas, y no sé porqué se agusanan
perezosamente con la mala perla del fermento –chicoria de cervecitas, estribillo
de cuatro puntas muy sinaloense y vergazo narcóticamente arrabalero.
Díganme ¿qué baldío quieren estercolar con nuestra fermentación de carnes infaustas?
Inocentes como somos ignoramos
que el fruto de nuestros labios es una carne prodigiosa como el beso
o como la voz que se cierne sorprendida en las arborescencias de la estrofa.
¿Acaso el temor se nos viene a teñir de romería con grandes estropicios
recorriendo con caramillos de trasnochado los desencantos de la avenida Juárez?
Qué vana labor la de escribir poesía:
No he salvado ni un gramo a esta carne fallida de pueriles calendarios,
de pudrirnos con oscilaciones relojeras y códigos laborales.
No he salvado a nadie de nada, soy peor que un cristo sin metido ni prometido.
Mejor me voy a dormir,
porque hoy, martes, que proso estos versos con dedos inseguros y espinos de rabia,
sé que mañana empiezo a trabajar muy temprano.
Miguel Reinoso
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