caleidoscopio       


Y los ríos hablaron
Jaqueline Dárdano



Con las alas de barro
(Adaptación de Leyenda del Karau-guaraní)

   La tardecita iba anclando en las orillas oscuras de la noche y no tardó en llegar el equipo de soldaditos estrellas de los ejércitos nocturnos.
   La temperatura cala los huesos y los tajy lucen uniformes florales de impecable armado.
   Un joven indio está listo para asistir a la ceremonia.
   La madre de este joven indio está lista-según confirman los que esperan del otro lado, en el más allá- para entrar a la muerte con callados pasos.
   El bello indígena no oye los quejidos agonizantes que su madre esboza, porque hoy sus oídos están cubiertos de sones de fiestas y placeres prometidos por esa redonda luna que sonríe con largo vestido negro salpicado de lentejuelas.
   Suenan tambores, retumban en las raíces, en los tallos, en las hojas, y el frío-de este modo- se hace pasajero, menos frío…
   La machu aprieta las lánguidas manos de la anciana y ve como el monte comienza a parir delgados fantasmas cubiertos de niebla que avanzan con sigilo sobre las copas más altas de los frondosos árboles.
   La tribu danza al compás frenético de los tambores, Karau sonríe pleno de pasión y observa a las indiecitas sacudiendo sus generosas caderas alrededor de la fogata central. También a Karau le está incendiando una fogata el alma, el corazón, los vigorosos músculos…
   Karau tiene alas en los pies descalzos y porta bastón emplumado de preciosas aves.
   ¡Allí, la más bella mujer le ha visto! Sigue mirándolo cautiva de la estampa del joven indio…    ¡Huye a las espesuras! Y el indio, embrujado, la sigue…
   Pero… ¿dónde se ha metido esa india traviesa? Karau y la hembra ardiente en la espesura salvaje a la escondida primitiva juegan.
   Pronto la ve, ya desaparece, y así en el enardecido tablero del deseo van saltando los cuadros del piso de hierbas que a pesar del frío, arden, como si las chispas del fuego de la Luna Nueva les quemaran los estomas.
   ¡Allí! ¡Allí está!
   Dos indios se abrazan, se besan, se aprietan, gimen perfumados por los avergonzados pétalos del tajy que los contemplan. Todo es pasión… Sin embargo, una sombra viene galopando desde el confín con blancas armaduras y un filoso puñal en una de las manos…
   El indio la ve. Toda la tribu oye las palabras del fantasma: Tu madre ha muerto, Karau.
Toda la tribu es testigo de que el indio sigue cazando al deseo y esa es su misión mayor, la que no abandona a pesar de la muerte, los fantasmas, el más allá…
   La indiecita se deshace del fuerte abrazo y huye a cobijarse bajos los techos de soberbias enredaderas.
   El indio corre y corre… ¡Es loca su vana carrera! Sus claros músculos están tiñéndose de sangre oscura, tan oscura como el vestido que la noche ha elegido para la ocasión, tan oscura como las raíces que los árboles ante el paso de Karau arrancan de la tierra para hacerle más áspero el camino… Karau persigue los aromas de los caminos que le llevaban a su casa… Puede olfatearlos en el aire…puede sentir como se pierden cual cenizas que el viento esparce… Los perfumes de flores se vuelven nauseabundos hedores de cadáveres descompuestos.
   Por los pantanos va Karau tornándose más oscuro. ¡Es su cuerpo de lodo y sangre un fantasma más que hasta el jaguareté rechaza!
   ¡Un momento! ¡Esa voz, esa voz! Esa voz es la de la madre antes de morir clamando salvación, suplicando al hijo para no morirse sola oyendo los alaridos de las bestias hurgando en su alma antes de viajar; ¡no, no puede ser! acaso… ¿está loco el indio?, más allá de la madre Karau ve a la indiecita que a su abrazo escapó bajo el techo de enredaderas. Ambas desaparecen.
   -¿Qué hacéis conmigo, dioses? ¡Dejadme en paz!
   Un pesado silencio responde a los gritos y quejidos de Karau. Tan solo un pesado silencio…
   El monte ronca, se agota y renueva.
   El río… ¡Hasta el río el indio va! Se sumerge en él. Hace frío… Mucho frío… El indio lo siente ascender desde los pies a la cabeza, ¡a la misma alma! Y qué diferente es este abrazo al de la indiecita esquiva.
   Quiere volver a gritar Karau pero no puede, ¡no puede usar la garganta!
Los dioses han venido y sobre el río observan, abren largas pestañas de madreselvas y rugen con voces de vientos fuertes; se han bajado de los nubarrones y con rayos de luna en las manos han disparado sobre el indio desamorado un castigo.
   Karau ya no sale del agua, se mueve, gira, lo intenta; sus entumecidos músculos cubiertos de lodo se agitan un poco…
   -¡Karau no volverá a ser hombre! No lo merece. ¡No tiene sentimientos!-ha dicho el dios más viejo que galopaba sobre la nube de los relámpagos.
   -Así será…-ha replicado la diosa del rostro de flores de tajy.
   Un ave despega su cuerpo del río y extiende las alas sobre los pajonales, torpemente debuta vuelos en el escenario del pantano negro, tan negro como el cuerpo que estrena. Sin voz y con mirada triste sobrevuela el camino hacia la tribu, y allí, en medio de la fogata, casi de fuegos hecha, la indiecita se abraza a un indio que ha levantado del suelo un bastón emplumado, y con él festeja la Luna Nueva.
   Un grupo de fantasmas arremangan sus largas faldas de niebla y remontan vuelo, son el cortejo de los dioses que se van de la fiesta, del pantano, del fuego, con las largas pestañas de madreselvas dormidas.



El embrujo de chopo
(Adaptación de La Leyenda del Chopo-guaraní)

   Los jefes y sacerdotes deliberan sobre los pasos a seguir para que los enemigos del pueblo pyturusu no sigan provocando bajas. Deben conocerse los movimientos contrarios. ¿Qué hacer? Enviar un grupo de guerreros… Enviar un solo hombre… Los ancianos nutren de valiosos consejos a los jóvenes guerreros que ponen los oídos, el alma, la sangre en las palabras que llegan de néctares perennes, confinándose al supremo acto de sacralización para las generaciones aún por venir. El asceta Chopo es el designado, un solo hombre la elección.
   El mismo al que las mujeres están detestando porque él no las mira demasiado. El hombre que lleva en los ojos la nación, la guerra y la valentía en el pecho como estandarte. Chopo ha nacido para capturar enemigos y derrotar adversarios. Los galopes que conoce su corazón son aquellos que provoca la victoria en el campo de lucha.
   ¡Ved como escucha la orden Chopo! ¡Ved con cuanta prestancia el arrogante indio va por su camino! Vedlo ahora cruzando ríos y pantanos, sorteando cerros y planicies… Cumple con coraje la misión que se le ha asignado. Podría ser sorprendido y con él, el destino pyturusu soslayado.
   En lo alto de un árbol las horas del día descansan en Chopo. Cuando las negras cortinas del cielo se abren sobre el poblado que se divisa el indio baja. Allí hay una choza… Hasta ella el hombre tostado se desliza… Una hamaca se mece hurgando en el fulgor de las estrellas plateadas…
   En ella una indiecita bellísima, las pestañas bajas, los labios entreabiertos. Está soñando en voz alta…
   Su piel es de luna. Blanca. Tan clara como el agua mansa de los arroyos. Nunca el indio contempló la belleza. La tiene ante sí. Con éxtasis sus pupilas devoran la silueta, el cabello, los pómulos altos, la nariz perfectamente delineada. La indiecita no sabe que un valiente le vela el sueño.
   Cuando la aurora sonrió Chopo subió nuevamente al árbol llevándose la sensualidad de la primera imagen de mujer escrutada hasta el mínimo detalle.
   Está olvidando la misión que su pueblo le ha confiado. Los movimientos sigilosos del poblado son invisibles a Chopo que solo dirige sus ojos hacia la choza de la india blanca.
   Otra vez en la noche el indio sintiendo bullir el encanto del amor en sus venas se introduce en silencio por la choza de adobe a contemplar la maravillosa escena del amor durmiente.
   ¿Qué es esta sensación nueva y voluptuosa que empalaga los sentidos y le brinca en el pecho? El indio está preso de la contemplación femenina a la que siempre se negó pero esta vez a su embrujo sucumbe.
   ¿Qué hierba habrá rozado, tocado? ¿Qué brebaje ha bebido? ¿De qué raíces y frutos se alimentó? ¿Quién es el hechicero que le ha puesto esta mujer en su camino?
   Las lunas y los soles se repiten así como la acción de Chopo que de día sube al árbol y por la noche examina la pálida mujer. Debe volver a su tribu. ¿Qué dirá? ¡Ay de la culpa en el hombre! Cómo pesa… Al punto que más de una vez no recuerda siquiera el camino correcto. ¡Ay del hombre perseguido por un fantasma de niebla de contornos femeninos!

***

   Al llegar a su tierra nadie comprende las evasivas del guerrero. El mago es un anciano viejo y ha visto que algo más sucede en el noble pecho. Escudriña a través de él con los instrumentos que Chopo sin saberlo está alcanzándole.
   Un paño de bruma en los ojos denuncia.
   El temblor en la voz delata.
   El mago ve donde nadie ve.
   Y Chopo le confiesa la culpa. El consejo reprende con severidad al hombre fuerte que un reflejo ha debilitado. El mago ha dicho que si se ha enamorado debe ir por la mujer, raptarla, huir con ella.
   Esas palabras repican como campanas… Se deshacen en múltiples ecos… El mago pone en las manos del indígena una bolsa con talismanes. En caso de que los enemigos le sigan deberá romper el huevo de urraca golpeándolo en el suelo. Luego de despistarlos si las fuerzas de la adversidad vuelven a ponerlo en peligro debe usar otro talismán, la punta de asta de ciervo. En cuanto al último, bien que le encarga el mago de que está reservado únicamente para un momento de peligro mortal. Es un trozo de caña que deberá plantar en el suelo. Así el mago lo encontrará y romperá el hechizo.
   Le recomienda que llegue a las tierras del ka’aguasu, donde la paz será una oda eterna porque allí todos los amores pueden vivirse.
   El indio se ha colgado la bolsa al cuello y parte en busca de la mujer. Las plantas de sus pies nuevamente azotan con vehementes pasos los mismos caminos que estrenó para encontrarla.
Y otra vez aguarda en el árbol a que Yacy deposite sobre el poblado los hilados mantos de la noche estrellada.
   Es apuesto el indio, no en vano todas las de su tribu se desvivían por atenderlo aunque para ellas Chopo jamás tuvo una mirada. Es una mujer enemiga la que le atrae. De la que percibe los exquisitos aromas de orquídea que le embargan el alma, la piel, las ganas. Chopo desciende del árbol. Chopo asciende a la plenitud del sentimiento.
   La choza de adobe… Allí desnuda, resplandeciente como la misma Yacy está la indiecita. El indio le cubre la boca y ella abre los ojos. Teme por unos instantes una agresión. Más descubre en la voz del hombre al amor metido en una coraza de guerrero. Huirá con él. Con el apuesto Chopo.
   Él la carga en los brazos y vuelve a pisar las planicies y cerros. Los irisados ríos humedecen las viriles piernas.
   Una horda de salvajes apresura el paso. Están muy cerca los enemigos… las caras pobladas de graves expresiones… las armas ávidas de muertes….
   El indio con la virgen en brazos detiene el andar y la selva decae un último lánguido quejido cargado de ácidos aromas.
   Chopo rompe el huevo de urraca contra el piso y sus atacantes se desorientan envueltos en una ceniza muy oscura que les prohíbe, por mandato del mago, divisar a la pareja. Más allá unos bandidos les interceptan y absortos ante la belleza de la india blanca quieren tomar por la fuerza la presa que Chopo ha conquistado con amor. Entonces, el enamorado, enciende con la punta de asta una fogata cuyo humo cubre a los salteadores.
   ¡Qué malditas casualidades se interponen tantas veces al amor! Cuánto dolor sintió el indio al observar como se le cayó el trozo de caña y se quemó rápidamente en la fogata. Hombre y mujer, en medio de la niebla se abrazan y un beso les ilumina.
   El primero. El más cándido. El inolvidable. Pero… ¡está sucediendo algo!.
   Una fuerza les succiona y los dos cuerpos unidos están echando raíces en el corazón de la fértil tierra.
   ¡Miradlos ahora! Mirad esas serpientes de madera que crujen extendiéndose reemplazando las piernas del guerrero mientras el torso se funde con el de la virgen indígena. El hombre es tronco grueso. Ella un follaje claro y húmedo. El mago lejos siente ve padece lo que sucede, nada puede hacer.
   El trozo de caña arde con el cuerpo tostado y el cuerpo blanco. Consumidos en el primer beso ardiente a la virgen y al indio le crecieron raíces.
   El chopo es el árbol de corteza embriagante porque aún en las nuevas correntadas de savia de cada brote nuevo está la chispa del primer beso que no se apagará jamás.



Sagrada comunión
(Adaptación de La Leyenda del Muembe-guaraní)

   Espera el indio dando vueltas alrededor de la aldea. Está enojado. Los caciques tienen palabra sin embargo esta vez un cacique ha traicionado la suya.
   No busca enfrentarse a él sino raptar a la amada. Muchos soles se han detenido sobre la hierba desde que el cacique le prometió su hija a Chihy. Tal cual un objeto ahora, la ha ofrecido al mejor comprador, un rico cacique de las costas del Paraná. Si la tribu necesita alianzas ¿por qué la princesa debe renunciar al amor? ¡Chihy no lo permitirá!. Por eso está allí.
   Hasta él llegan los ecos del llanto de la princesa que le corresponde en sentimientos. La noche protege a la aldea con su manta oscura y tibia. Cuando la paje que custodia la choza de la princesa se ha dormido el indio entra.
   Se abrazan con fiebre, con calor contenido y ni una señal de vida viene de las lejanías cuando tomados de la mano hacia las espesuras corren. No van solos. Como jamás van solos los enamorados porque el amor les acompaña.
   La vieja paje se despierta, los perros ladran con insistencia. Algún animal tal vez los distrae… Vuelve a dormirse.
   La princesa y el indio siguen camino al infinito de la plenitud del amor. La pasión les sacude los tiernos corazones. El amanecer se acerca. Las cansadas piernas están agotadas y merecen un alto. Al despertar el sol es un disco redondo que todo lo descubre. Aún a ellos y al amor.

***

   Gritos, pasos, trae la vegetación. Son los hombres que les buscan. Los hombres a mando del cacique que faltó a su palabra. Están rodeando a los dos que se abrazan. Los cazadores se acercan. Allí están Chihy y la princesa. Abrazándose, besándose. ¿Despidiéndose del amor que en breves instantes los hombres armados romperán en pedazos? ¡Un momento! ¿Qué se han hecho?
   Los guardias de la aldea se miran atónitos. Chihy y la princesa están convirtiéndose… ¡En árbol! Un hermoso ibirá pita en el centro va cobijando con sus gruesos brazos un débil muembe que por él trepa, que a él se adhiere y se aprieta en encendido abrazo. Va siendo uno con él. Los amantes perduran el abrazo. Los amores americanos son de savia, aprenden a echar raíces en la tierra que les pertenece. Se hacen uno con ella. Son la misma tierra fértil que ningún acto estéril puede secar. Así lo ordenan los dioses de la América a lo largo y ancho del continente. Nuestros árboles son amores truncados que por decisión divina se reencuentran en el más allá donde el firmamento puede tocarse y dan vida nutriendo con la luz la clorofila que los transforma en unión trascendental. Por ello cada vez que cumplen la sagrada fotosíntesis hacen posible la vida nuestra. No es casual. El ibirá pita es la síntesis de una comunión sagrada que hombres y dioses americanos convirtieron ancestralmente en un rito diario para salvarse de los odios.



Jaqueline Dárdano
Es uruguaya, periodista, y escritora inédita -si bien agotó miles de ejemplares de la primer obra autoeditada “El caso Elías”-. Alumna de Graziella Pittaluga (escritora uruguaya de resonados éxitos, docente y periodista destacada), J.Dárdano muestra un gran interés por los temas indígenas. Así surgen Y los ríos hablaron, recopilación de leyendas indígenas de toda América, Argos, el guerrero de los dioses- que narra las aventuras de un héroe al servicio de la justicia antes de la conquista; Laberintos de Jade y Obsidiana, extenso poemario dedicado a diversas culturas precolombinas y la colección Las aventuras de Yagó en el Templo Mayor, cuyo primer tomo edita manuscritos.com y se refiere en esta entrega a la civilización azteca.
El caso Elías, Secretos y Fruta Dulce se inscriben dentro de la Trilogía Memorias. También incursiona con una extensa novela en la ciencia ficción “Juicio Final”, y en breves relatos “Palabras de Viento” así como un libro de breves relatos para chicos Pelotas y Muñecas. Completan sus poemarios La condena de María Pérez- Cantos del pueblo- Lo que cuenta el asfalto - Con los versos a precio de mercado y Versos sin pausa. Dedicada a los públicos infantiles la autora está actualmente trabajando en Anaís, una colección mágica donde se narra las existencias y pesares de los Reinos Misteriosos. Jacqueline Dárdano ha publicado varios de sus cuentos en medios de su país y figura como corresponsal del interior literario del Uruguay en algunos sitios digitales así como en más de una oportunidad ha sido seleccionada para integrar jurados literarios en su país. Participa activamente en la página de artnovela.com.ar bajo el seudónimo de Arienne y colabora, con menor presencia, en otras páginas similares.

junio
2004