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Introducción
Donde
se explica que no se sabe de dónde viene ni quiénes son sus familiares
pero se sabe qué hizo, porque ya murió y no hará más. Además de que se
prometen más detalles que si se explican el título sería largo y tedioso.
El doctor De Soto ha muerto. Mi amigo el doctor De Soto se me ha muerto
ayer. No puede haber sorpresa en una muerte tan anunciada y tan razonable;
al anciano y sabio De Soto se le cansó el corazón después de noventaisiete
años de morar sobre la tierra. Si no hubo sorpresa la tristeza si se hizo
presente; esta es una muerte que no hay quien no hubiera querido dilatar
para siempre. El buen doctor, sanador de almas y de cuerpos, tenía en la
tierra solo amigos pero ellos nada pudieron hacer contra la guadaña que
con certera tajada nos arrebató la sabiduría que casi un siglo de experiencia
cotidiana se había acumulado en tan magnánimo ser.
De todas las personas que trataron al doctor De Soto pocas hubo que no
lo conocieron de vista, entre estas me encuentro yo. Nuestra amistad, que
se extendió por varias décadas, no fue distorsionada por esa falsa noción
de realidad que imponen las imágenes visibles. La nuestra fue una amistad
fundada en la razón y el entendimiento... nuestro medio fueron las letras.
Por aproximadamente veintisiete años intercambiamos cartas. Bien sé que
si él no las escribía las rumiaba de viva voz a sus asistentes. También
es sabido que tampoco sabía leer... pero sus asistentes se encargaban de
eliminar ese pequeño inconveniente.
Dentro de poco los amigos visuales de De Soto inundarán la tierra con grandes
fotografías de él, estoy seguro que se dirán algunas cosas pero, como siempre,
las letras serán minúsculas y las imágenes terminaran por imponerse. Nada
mas paradójico pues que volcar en idolatría fotográfica casi un siglo de
sabiduría escrita. Parece que lo estoy leyendo ahora, en una de esas tantas
cartas que De Soto no escribió: Querido amigo, mañana borrarán mi imagen
con fotografías, hágame el favor de rescatarme con letras. Así pues, emprendo
esta faena a nombre de mí siempre estimado amigo el doctor De Soto, que
junto con Dios, esté en la gloria.
La circunstancia de su nacimiento nos es incierta, cualquier rincón en cualquier pradera pudo albergar la luz primera. Algunos de sus amigos ubican su pueblo natal en las cercanías del Jordán, otros remontan su origen en la corriente de un río africano y una pequeña canasta a la deriva con un niño en ella, hay quienes lo identifican con el hijo del sol que salió en brazos de su nodriza cuando el Emperador Amarillo arrasó con su país de montañas; mis compatriotas lo creen originario de Agartha. Mi teoría es más modesta, creo que nació cerca del páramo que está mas allá de Taquistlán.
No es sencillo hablar de su genealogía, los medios de comunicación se han
encargado de desvanecerla, o mejor dicho le han dado varias genealogías;
"Querido señor Hernández" – Me escribió un día – "quisiera
que se diese cuenta de lo grato que es para su servidor el encontrar entre
sus tesoros su honesta amistad. Espero que no me tome a mal la libertad
de mencionarlo, que si bien sé no es de caballeros alabarse, y menos a
un alma viril como la suya, que lo último que esperaría como premio a un
comportamiento sin mancha es la alabanza y gratitud de quien quiere considerarse
su amigo. Digo esto por la necesidad que tiene mi alma en estos momentos
de encontrar otra alma, una sencilla como la suya para desahogarse de la
enorme decepción que me causase la impertinente entrevista, me parece,
del más inepto de los corresponsales de la cadena televisiva local. Si,
desahogar la frustración causada y el agravio recibido; todo bajo el amparo
de su siempre cálida amistad. Quisiera no mencionar nombres, si usted me
lo permite solamente describiré la infamia.
Nunca en mi vida, que no ha sido corta, he tratado de hacerme pasar por otro, vengo de una aldea donde las personas encontramos, como lo más grato, el pensamiento y el amor. Pasamos largas horas tendidos sobre el pastizal mirando al horizonte; pensando. De las dos dichas que conocemos ésta es la primera. ¿Comemos? Claro que comemos, ¿Quién que esté vivo sobre esta tierra no necesita de los alimentos? Nosotros no rompemos la regla, pero a diferencia de otros grupos nosotros comemos todo el día, de esto se desprende que comer no representa un placer... simplemente se hace. La segunda dicha es el amor, es más intenso que el pensar pero a diferencia del pensar éste es efímero. No describiré el rito que lo acompaña, básteme decir que el rito termina con agitado estruendo; nosotros los varones montados sobre las hembras en el instante previo a la caída, al pasto, de regreso al pensamiento. Ahora, mi amigo, le pregunto: ¿Qué hay de especial en esto para que se quiera comparar al humilde ejecutor de este rito – su servidor – con el tercer hijo, perdido, según el corresponsal insinuó, de esa estirpe de guerreros formidables que se alimentaron de las ubres de una loba?". Interrumpo aquí la carta por no creer que lo demás venga al caso.
Los pervertidores de su imagen se disputan en debates públicos su ascendencia, que según ellos va desde la casa de David hasta al hijo que Rea escondió para que terminara con Cronos.
Con origen y genealogía inciertas no puede ser sencilla la tarea impuesta. Una vida contiene muchas historias; la escuela, el crecimiento, la adolescencia, la madurez. El primer amor, la primera vez, los otros amores y las otras veces, los libros y los viajes. Los amigos. Esa es la medida de esta obra que se fundamenta en lo incierto. No por su difuso origen habremos de permitir que las imágenes cubran esta vida que es la vida del Maestro.
A fin de impedir a toda costa que los medios visuales distorsionen la imagen del Maestro me propongo seguir el método anecdótico, dos o tres bastarán para hacerlo:
Anécdota uno: De cómo el Doctor De Soto llegó a la edad de merecer y como cortejó a la Ludovina, hasta que vencida la voluntad por cansancio ella cedió y aceptó ser la hembra que acompañara en la vida a De Soto y de otras cosas que si se llegasen a decir en el título se correría el riesgo de que el lector ya no esperase a leer el texto porque sabría demasiado de antemano.
Anécdota dos: De cómo el Doctor De Soto logró sus dos primeros trofeos;
escribió su primer libro y preñó a la Ludovina de su primer crío, y de
cómo derroto con certera apología a los detractores de la libertad de pensamiento
que tenían ocupada la montaña.
Anécdota tres: Que se tiene que definir todavía porque el Señor Hernández tiene que revisar la enorme cantidad de correspondencia que el Doctor De Soto le legó que, como se sabe, no es sencillo escoger un punto de entre la enorme variedad y riquezas que el Maestro dejó.
César Hernández
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