renglones torcidos       


Los hombres sombra
Patricia Romana Bárcena Molina



          Es una pena que Nancy, después de todo lo que le ha sucedido, de haberse probado que es una mujer capaz y valiosa, siga en una situación tan lamentable como la que tuvo hace tres años. No puedo explicarme por qué no reacciona y deja ya a su marido. Él no va a cambiar y sus hijos han sufrido mucho. Total, no serán los primeros ni los últimos hijos de padres divorciados. No sé qué espera para salirse de esa casa o correrlo de una vez por todas.

          Acabo de llegar del trabajo y tengo dos mensajes urgentes de Nancy. Estoy rendida, no tengo ganas de pensar. Quiero sentarme frente a la televisión y dejarme llevar por cualquiera de las televisoras que se disputan el poder y la razón en este país, o sintonizar un documental sobre la vida de los animales, que resultan más interesantes que cualquier ser humano. Pero definitivamente voy a tener que llamarla porque si no, ésta se me suicida hoy en la noche. Primero voy a pensar qué actitud tomar, porque si hablo mal del marido, acaba defendiéndolo, y si le niego la razón, dice que no la comprendo, y la verdad es que la pobre no se entiende ni ella misma. Con una pareja así, por Dios que prefiero estar sola.

          Sandra, Bertha y la misma Nancy me ven como animal raro por seguir soltera, y aunque de repente me dan ganas de tener una pareja estable y hasta un hijo, sólo de oír los problemas que se trae cada una, se me quitan las ganas. No sé por qué las tres siguen la vida que les marca el marido y no establecen una relación saludable como Fabiola y Gerardo, ellos se llevan muy bien y Fabiola se ve siempre feliz. Ahora que se animó a tener otro bebé, las cosas le resultaron de maravilla, primero porque fue varón, y ya tenía dos niñas, y luego porque Gerardo es un encanto de hombre. Pero la verdad, creo que Fabiola es la que lo ha hecho así.

          Desde que éramos jóvenes, Nancy fue difícil de satisfacer, nadie le gustaba, todos le parecían poca cosa y de tanto escoger se quedó con el peor. Sandra se enamoraba perdidamente de todos, pero cambiaba de novio cada semana, Y Bertha, la ingenua, según ella, ni se besaba con el novio, pero fue la que se casó embarazada.

          Fabiola, en cambio, se metió en lo suyo y terminó dos carreras, hasta pensé que se iba a quedar (como yo), pero nos dio la sorpresa y se casó con el mejor.

          Las cinco teníamos una visión totalmente diferente del matrimonio, tal vez por las experiencias que vivimos cada una en nuestras propias familias. Sin embargo, todas nos ilusionamos de igual manera, pensamos en casarnos, seguir nuestra amistad, formar una pareja y tener hijos.

          En ese tiempo desconocíamos la importancia de detectar, tras la apariencia de los hombres, la presencia de un macho, mucho menos establecer diferencias.

          Creo que todos los hombres traen la tendencia de ser machos, de dominar a la mujer y controlar la situación. Es lo que se estila. Pero una relación así la verdad dura poco y lo que viene después es sostenerla, para guardar las apariencias y por los hijos.

          O también puede suceder que la mujer se ponga al brinco, y luego de unos años de soportar la tiranía, desempolve el título y salga a trabajar, para demostrar que también son importantes las mujeres, y entonces reparta el tiempo entre casa, hijos y trabajo nuevo, para llegar en la noche y poder alzar la voz tanto o más que el marido, provocando unos pleitazos que son los que más dañan a los pobres hijos.

          Yo no estoy en contra del matrimonio, lo juro, pero tantas evidencias me llevan a creer que es la tumba del amor.

          A partir de que se casaron mis amigas me relacioné más con los hombres. Como amigos son “a todo dar”, y como compañeros de trabajo, ni se diga. Gracias a Dios no me he visto en la necesidad de inclinar mis gustos por una niña bonita, afortunadamente aún me encantan los hombres. Pero les guardo una distancia considerable. Sobre todo porque en las relaciones que intenté formar una pareja definitiva salí muy mal. En cambio, los encuentros informales y los reventones de viernes por la tarde a sábado en la mañana son fabulosos. Te levantas hasta que te cansas de dormir, buscas tu ropa y no vuelves a saber de ellos ni ellos de ti. El lunes siguiente los encuentras bañaditos, perfumados y completamente lúcidos.

          Eso sí, el domingo te la pasas con una cara larga, sola o en busca de una comida familiar en la que aparezcan niños, sobrinos, primitos o hijos de amigos, para refrescarte el alma.
Estoy indecisa, no sé si hablarle o no a Nancy, lo voy a pensar, mientras, me preparo unas quesadillas y un jugo de naranja.

          Le tengo muchísimo cariño a Nancy, y a Sandra, y a Bertha también, pero últimamente me han agarrado de paño de lágrimas, parezco su mamá. A medida que pasa el tiempo tengo menos cosas que platicar con ellas, sólo las escucho. No sé por qué las mujeres que se casan dejan de interesarse por el mundo, como que se encierran en un mundo pequeñito. No leen el periódico ni analizan las noticias que ven en la televisión, se las creen tal cual y repiten los comentarios que escuchan de los reporteros pagados. Se les olvida que todos pertenecemos a la sociedad y que tenemos que formarnos una conciencia crítica para tomar partido, algunas ya ni votan. Se olvidan de tener un proyecto personal y viven a la Sombra del Marido. Y ellos…encantados de taparles la luz. Es un círculo vicioso. Muchas mujeres propician el machismo, y por ahí si alguno tenía la oportunidad de no ser tan macho, se le escapa de las manos esa posibilidad porque la mujer se olvida de sí misma para atenderlo y le pide permiso para todo, en una palabra, se pone en sus manos a cambio de que la mantenga.

          Esto es cierto. Cuando Sandra se iba a casar nos presumía que Jaime no quería que siguiera trabajando, para que así pudiera dedicarse por entero al hogar y a los hijos. Ni siquiera sabía si podía tener hijos. Decía que Jaime la quería muchísimo, porque se encelaba hasta del mesero. Y eso a ella la hacía sentirse importante.

          Cuando le dije que estaba loca por casarse con un hombre así, me contestó que lo que tenía era envidia y mejor la felicité, hasta le organicé su despedida de soltera con “chippendale” y todo.

          Ahora la muy tonta no puede salir ni al súper sin avisarle a Jaime. Se tardó seis años en encargar al primer bebé, en ese tiempo se hizo amiga de las vecinas, se pintó el pelo de siete colores distintos, se compró cremas para las arrugas, sin tener arrugas y se cargó medio Liverpool a su casa, ya no sabía ni qué comprar para presumirnos.

          Pero la vida da vueltas y cuando la suerte le cambió a Jaime, Sandra tuvo que vender todo, hasta su coche, para pagar las colegiaturas de los hijos, y le da pena y miedo tomar un transporte público. Si no paso por ella, no viene a visitarme.

          Sería tan fácil que volviera a trabajar, pero no, ¡cómo! Jaime se muere. Ya hace más de un año que quebró su empresa y tiene deudas hasta conmigo, pero no deja trabajar a Sandra ni siquiera con él, y como ella es muy obediente no hace el intento.

          Me pregunto: ¿en qué se basa su amor? No confía en ella, la domina con la mirada y controla su vida. Jaime es de esos hombres que piensan que si la mujer trabaja es porque ellos no son lo suficientemente hombres como para mantener la casa o que trabajan para buscar un amante. Y en su caso, no estaría tan mal que Sandra ayudara económicamente, porque no les alcanza ya el dinero, y tan poco estaría mal que se echara una cana al aire.

          Creo que esto último es lo que le preocupa a Jaime, porque cuando se iban a casar, Sandra tenía muy buen empleo en una constructora y se relacionaba con más hombres que mujeres, además se ha conservado muy guapa.

          Jaime es un celoso, egoísta, que no le permite desarrollarse, pero Sandra tiene la culpa, si hubiera seguido trabajando desde que se casó, Jaime se habría acostumbrado, y ahora no sería tan dominante y autoritario, siempre cree tener la verdad y la razón.

          De cualquier manera el caso de Sandra no es tan grave como el de Nancy. En estos momentos creo que es la que realmente me preocupa, porque ha perdido su identidad completamente, no está segura de nada de lo que hace, y Ángel, su marido, la llevará a perder la razón, la volverá loca.

          Hace tres años, cuando la golpeó delante de los hijos, me pidió que me los trajera a la casa para que su familia no se enterara, y en vez de atenderse de los golpes en las costillas y la nariz o ir a levantar una demanda, discutió con él hasta que se le pasó la borrachera y luego se fue al hospital para que lo cosieran, porque Ángel rompió un vidrio con la mano. Nancy estaba más preocupada por la herida de Ángel que por su nariz. Desde luego que lo perdonó, porque él le prometió que no volvería a tomar; y lo justificó porque, según ella, cuando toma no sabe lo que hace y sufre mucho después. Además, cuando le pasa la crisis se porta muy bien con los niños, les compra ropa y juguetes, pero los momentos amargos que pasan sus hijos, los daños que les causa en el alma, no se les borrarán nunca.

          Los días que los tuve aquí me di cuenta de que están afectados, son tímidos, inseguros y tristes. Nancy no habla con ellos, siempre piensa en otra cosa, sólo les contesta sí, no, porque sí, porque no, pero no los escucha, no les explica las cosas, aunque está con ellos, parece ausente.

          Cuando habla mal de Ángel no tiene cuidado de que los niños no la oigan, y cuando se les pasa el pleito se van de compras, a comer, al cine, a cenar, y los dejan con la muchacha o inventan un viaje a Acapulco y se los llevan, aunque falten una semana a la escuela. Ángel derrocha el dinero a lo tonto cada vez que se emborracha. Y Nancy piensa que va a cambiar, que va a dejar de tomar y de acostarse con cada mujer que se le pone enfrente, sólo porque se lo promete. Estoy segura de que nunca va a cambiar, ya establecieron una relación patológica: por un lado, Ángel deja evidencias de su infidelidad en todas partes y, por otro, Nancy que las rastrea. Todo esto para hacerse daño y reclamarle precisamente cuando está borracho.

          Definitivamente no le voy a hablar. Ya me cansé de oír las barbaridades que le hace Ángel y que Nancy le sigue soportando. Ya le dije mil veces lo que tiene que hacer. No le hablaré.

          Mañana veré a Bertha en su oficina para pasarle dos programas a la computadora, ahí me enteraré de los que pasó, porque seguramente, Nancy, al no encontrarme, le hablará a Bertha.

          Por cierto, Bertha es otro caso perdido. A ella – a diferencia de Sandra-, el marido si la deja trabajar, bueno, casi la obliga. Le salió vividor y mantenido, siempre está por hacer el negocio de su vida o por conseguir un empleo buenísimo, pero no se le hacen, y Bertha sostiene la casa y financia los proyectos fallidos del marido. No se llevan tan mal como Nancy y Ángel, pero Bertha se está acabando con tanto trabajo. No sé hasta cuándo va a pagarle el favor de casarse con ella por estar embarazada.

          ¡Qué amiguitas! Yo sé que nadie es perfecto, y que la vida nos lleva a enfrentar y resolver toda clase de problemas y situaciones, pero hay de problemas a problemas, o más bien, hay problemas que se te presentan y problemas que te buscas.

          Yo me he puesto en el lugar de cada una de ellas y no creo que pudiera salir bien librada de cualquiera de esas situaciones porque, aunque ellas tienen lo suyo, es muy difícil conservar una buena relación de pareja cuando la pareja se forma con uno de esos Hombres Sombra, que además de no iluminar a la mujer le tapan la poca luz que le llega.

          Los Hombres Sombra se tragan la luz y sus mujeres viven a oscuras. Esas mujeres, en vez de florecer, de destilar perfume y llenarse de color, se vuelven hongos grises, propicios a secarse en cualquier momento. Por eso tanto cáncer en la matriz, en los senos, en el estómago.

          Sé que estoy en una posición privilegiada. Es muy fácil ser espectadora de sus relaciones amorosas, verlas desde fuera, analizar las cosas y decir categóricamente: “Haces bien, haces mal. No, por ahí no. Cuidado con esto o con aquello”, sin estar en su pellejo. La verdad muchas noches de soledad, de esas noches largas y oscuras que me ha pasado, daría cualquier cosa por estar en su pellejo, meterme a la cama y sentir a mi lado un cuerpo caliente, unos brazos fuertes que me envuelvan, aunque antes me hubieran golpeado, si ese fuera el precio por gozarlos después.

          Y sé que cualquier día puedo tener a un hombre en mi cama (los he tenido), pero un hombre que no me pertenece, un hombre que seguramente después de poseerme se irá, porque tampoco le interesa que yo le pertenezca o porque lo espera su esposa, y seguramente le dirá que tuvo una cena de compromiso con el jefe. En esos momentos creo poder entender a mis amigas: a Nancy cuando Ángel le pide perdón y le promete mil cosas que no va a cumplir, a Sandra por dejarse encerrar y dominar por Jaime. A Bertha, que se levanta a las 5:00 de la mañana para dejarle el desayuno y la comida preparada a Pepe. ¡Ah!, y que le entrega más de la mitad de su quincena para que intente otro proyecto o se compre un traje nuevo y salga a buscar trabajo.

          ¡Pero qué digo! Puras tonterías, lo que pasa es que ya tengo sueño, esto que pienso es una estupidez de las más grandes que me han pasado por la mente.

          Es lo más absurdo e injusto que se me ha ocurrido, aceptarlo es ir en contra de la propia vida.

          No, por favor, qué tonta soy. Si de lo que se trata es de combatirlo, de acabar con los Hombres Sombra a como dé lugar, por el bien de la sociedad, de los niños, de la humanidad entera.

          Prefiero mil veces estar sola y que los pies se me hagan paleta por el frío. Además, cuando logramos tenernos a nosotros mismos no estamos solos. La música, la lectura, el trabajo, el arte, todo puede ser mejor compañía que un Hombre Sombra. Y se dan casos, como el de Fabiola, en los que el hombre es realmente un apoyo. Hay hombres como Gerardo que valoran a su mujer, que la admiran, la cuidan y la respetan. Hay hombres que iluminan y son tan seguros de sí mismos que no les afecta que la mujer progrese, al contrario, se sienten orgullosos de ellas, esos son los Hombres Luz y aunque no hay muchos, todavía no se han extinguido.

          Yo no sé si Gerardo era, antes de Fabiola, un Hombre Luz o si ella lo hizo así, el caso es que lo es, y ella y sus hijos son felices. Fabiola lo sabe tratar bien, sin exagerar, que es lo que más los perjudica, le da su lugar sin perder el suyo. No sé cómo le hizo para guardar el equilibrio y encontrar el punto exacto. Porque lo que los hace machos es seguirles el juego de que son superiores.

          El hombre tiene la fuerza, es el protector, el proveedor. Merece respeto. La mujer es la dulzura y la delicadeza, necesita amor. Pero tiene que saber administrar su dulzura. No se puede premiar a un niño que ha sido malcriado, porque aprendería a conseguir sus premios haciendo groserías. Los hombres son como niños a los que hay que educar toda la vida. Y cuando se equivocan o cometen faltas, hay que hablarles de frente y eliminar de inmediato el premio; pero si la mujer se doblega una vez, y en lugar de decir lo que le duele se lo guarda, el hombre no se dará cuenta de que hizo mal. Y lo seguirá haciendo porque el hecho de haberse equivocado o haber cometido alguna falta no trajo alguna consecuencia negativa para él.
Cuidar el amor no es ocultar lo que nos duele, al contrario, es enterar a quien amamos de lo que nos lastima para que lo evite.

          Fabiola es una de las personas más claras que he conocido en mi vida, con ella sabe uno a qué atenerse, jamás dice lo que no siente y, algo muy importante, sabe cerrar la boca en el momento preciso y mantener abiertos los oídos. Trabajó y dejó de trabajar cuando ella lo pensó prudente. Hoy disfruta su casa y a sus hijos, pero el día de mañana puede volver a su actividad profesional sin ninguna dificultad, porque se mantiene al día, no se ha encerrado, no tiene guardián como Sandra. No la creo capaz de traicionar a Gerardo, porque si algún día se sintiera atraída por otro hombre, estoy segura de que se lo diría. Tampoco vive con el temor de perderlo porque se sabe amada.

          En fin, así están las cosas, una muy bien y otras muy mal. Por un Hombre Luz, ¿cuántos Hombres Sombra habrá?

          Voy a intentar dormir, hoy fue un día muy pesado, dejé asuntos pendientes en la oficina y tengo que descansar para sacarlos mañana.

          Adiós Nancy, perdóname por no hablarte, pero estoy rendida…


*******


          Apenas logré quedarme dormida anoche y volvió a sonar el teléfono, no contesté. Sonó mi “biper” y no leí el mensaje hasta el día siguiente. El día siguiente es hoy. Hoy es demasiado tarde.

          Nancy está muerta.

          A mí no me interesa el resultado de la averiguación, el verdadero resultado es que ya no estás entre nosotros, que a tus hijos les falta su madre, que no volverán a verte. Si Ángel es culpable, va a pagarlo detrás de las rejas. Si no lo dictamina el juez, es culpable de todas maneras, la vida que te dio te llevaría tarde o temprano a una muerte así, trágica e injusta. Es lo mismo que te hayas lanzado tú al vacío o que te haya arrojado él, como el último acto de su cobardía, de su maldito machismo.

          En cualquier lugar que se encuentre, Ángel lo va a pagar con su propia vida. Esta vez su dinero no podrá aminorar su culpa. Destruyó a la única persona que podía justificarlo.

          Es posible que me llamen a declarar, fui la mejor amiga de Nancy. No tengo miedo de hablar, voy a decir lo que sé y lo que pienso, tengo en mi “biper” el último mensaje de Nancy.

          Me han llamado las tres, Sandra, Bertha y Fabiola, cada una reacciona de distinta manera.

          Sandra está hecha un mar de lágrimas, llora por Nancy, pero también llora por ella misma, quiere justicia, venganza. Para Sandra el castigo de Ángel debe ser ejemplar: cadena perpetua, encierro a pan y agua, algo que lo haga pagar por lo que hizo. Está segura de que Ángel fue quien la arrojó por la terraza, no piensa que la desesperación de Nancy la pudiera llevar a tomar la decisión de lanzarse ella misma. Habla del entierro como el último momento en que verá a Nancy, quiere despedirse de ella y que estemos las cuatro al lado de su caja. No mencionó nada sobre la tragedia de los niños.

          Bertha sabía que esto iba a suceder algún día, lo esperaba tarde o temprano. Piensa que Ángel es una víctima también, porque es producto de los problemas que tuvo de niño. Su padre fue un alcohólico, ¿qué podía esperarse de él? Creció en un mundo sin valores, el dinero lo echó a perder. A Bertha le preocupan los niños. Porque si Ángel es encarcelado, no sólo habrán perdido a su madre sino también a su padre. Bertha piensa que Nancy está en el cielo y que Ángel va a entrar en un infierno cuando tome conciencia de lo que ha pasado. Le tiene mucha lástima, repitió varias veces: “Pobre Ángel, pobres niños”.

          Fabiola me llamó para tranquilizarme, porque me conoce bien y sabe cuánto quería a Nancy, sabe también que soy capaz de cualquier cosa para vengar su muerte. La noté sorprendida al escucharme más triste que indignada. Fabiola es abogada y seguramente intervendrá en el juicio, ha tomado cartas en el asunto, precisamente cuando me habló estaba con el ministerio público, quiere que la alcance ahí.

          Los niños ya están en su casa. Me aseguró que podré traerlos conmigo. Afortunadamente no presenciaron nada, estaban dormidos y una de las muchachas se encerró en la recámara con ellos hasta que llegó Fabiola para llevarlos a su casa. Pero hacen muchas preguntas, quieren saber dónde están sus padres, por qué se fueron sin avisar, y quieren ir a la escuela.

          Ángel está detenido, los familiares han entrado en una guerra silenciosa, porque temen al escándalo. Lo que conviene es que aparezca como un terrible accidente.

          Estoy extrañada de mí misma, me han contado todo por teléfono y sigo aquí. No salí corriendo como otras veces ni me atormenta el arrepentimiento por no haberle hablado anoche a Nancy. Antes de alcanzar a Fabiola voy a ir a su casa, quiero ver a los niños. Necesito abrazarlos y decirles que su tía Julia los adora con toda el alma. Que su mamá se ha ido para siempre. Tengo que hacerlo en algún momento. Entre más pronto mejor.

          Voy a llevarlos a comprar flores de muchos colores para adornar la caja, porque irán conmigo al sepelio.

          De ayer a hoy he cambiado de parecer tres veces. Primero pensé que las mujeres somos responsables de que existan los machos, los Hombres Sombra, que en nuestras manos está que no lo sean, pero, reflexionando, creo que es una posición completamente machista. ¿Por qué tendría que estar en las manos de la mujer el comportamiento del hombre? ¿Por qué tendría que recaer en nosotras esa responsabilidad?

          Si bien es cierto que la madre puede equivocar la forma de educar al hijo, está el fondo, y el fondo, en la gran mayoría de los casos, es el amor desinteresado, la buena fe. Si la madre en su error lo hiciera sentir superior a una niña, esto debería de ser un elemento a favor de su persona, para comportarse mejor con esa niña, que sin ser inferior (como se lo hacen creer) merece respeto.

          Después pensé que son el enemigo que hay que aceptar para combatir la soledad, pero recapacité de inmediato y me percaté de la existencia de los Hombres Luz.

          Pensé en lo que implicaría perder la dignidad y el amor a nosotras mismas. Anularnos como personas para tener dueño.

          Ahora mi posición es reconocer que existen por sí mismos, que nadie los orilla a ser lo que son, que esa es su naturaleza; así como existen en la biología depredadores, animales ponzoñosos, serpientes venenosas, existen estos Hombres Sombra entre nosotros; estos machos salvajes, seres inferiores, desprovistos de sensibilidad y sentimientos.

          Mi querida Nancy, por qué tenías que compartir la vida con alguien así. ¿Qué te obligaba? No era razón suficiente la falta de apoyo de tu familia. Tenías cuatro amigas entrañables que nunca te íbamos a dejar sola, que estaríamos siempre contigo. Lo sabías, Nancy, nos tenías, nos tienes todavía. Tenías el amor de tus hijos que te necesitaban viva.

          ¡Nancy! ¡Nancy! ¡Nancy!… Siento un enorme vacío, una gran impotencia, un dolor indescriptible.

          Estoy decidida a declarar. No sólo en contra de Ángel sino a favor de tus hijos. Los tendré conmigo, te lo prometo. Es lo último que me pediste en tu mensaje “urgente”:

          “Julia, ven otra vez por los niños, Ángel llegó borracho. Lo voy a entretener en la terraza mientras los sacas por la puerta de la cocina. Sólo a ti te los confío…”



Patricia Romana Bárcena Molina
Subdirectora de al margen . net
Estado de México.
Maestra en educación especial. Directora del Colegio Vallarta Arboledas
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junio
2004