renglones torcidos       


Matrimonio y mortaja del cielo bajan
Jorge Enrique Escalona



               Cuando cumplió quince años, Rosario supo que ya era casadera: sus dos amigas tenían novio y estaban a punto de contraer matrimonio. Pasaron tres años sin que ella conociera un muchacho: había pocos de su edad, en ese municipio los hombres desde niños se iban a los Estados Unidos. Te vas a quedar Chayo, hazle caso a Don Romelio; Ay no, si está reviejo. Yo le pedí a San Antonio, dijo Laura, y ya ves alueguito conocí a Jaime, y bendito sea Dios ya tengo dos niños.

               Rosario compró una veladora, se acomodó el manto que le regaló su madrina, se acercó al altar de San Antonio y repitió la súplica que había aprendido: Ay santito milagroso/ de rodillas te suplico/ mándame un muchacho rico/ joven, soltero y hermoso. Cada semana, durante tres años no le faltó la veladora y el rezo a San Antonio.

               No Chayo, es que además tienes que colgarle un milagrito de oro, le dijo Laura mientras cargaba en sus brazos a su hijo recién nacido, a la vez que sus otras dos criaturas se prendían de su falda y la llenaban de mocos.

               Una vez más, Rosario se acercó al santo, le puso la veladora y le colgó un milagro en forma de corazón. San Antonio Milagroso/ te pido con devoción/ consígueme pronto esposo/ que me ame de corazón. Cada semana, durante diez años no le faltó una veladora al santito consigueamores, su túnica se adornó con más de cien milagros que le colgó Rosario.

               Se me hace que no le pones limosnas, por eso no te hace caso, le dijo Laura mientras cargaba al más pequeño de sus doce hijos.

               San Antonio milagroso/ no olvides mi petición/ y ya no te tardes tanto/ mándame una tentación /no ves que ya no me aguanto, repitió en voz baja Rosario mientras depositaba en la urna unos pesos. Durante quince años no le faltó al patrono casamentero la limosna semanal, la veladora y otros ciento cincuenta milagros dorados de Rosario, quien esperaba con fe la respuesta del santo.

               ¡¡¿Nunca le has llevado flores?!!, ¡¡con razón!!, le dijo Laura mientras cargaba a Jaimito, su nieto, hijo de Jaime, el mayor de sus dieciséis vástagos.

               El ramo enorme de rosas fue acompañado de la súplica: Te ruego santo bendito/ no te olvides de mis cantos/ échame aunque sea un viudito / no quiero vestir los santos. Toda clase de flores adornaron por mil ochenta lunes los pies de la figura sagrada, además de las ofrendas habituales.

               Es que se le olvidó ponerlo de cabeza Doña Chayo, ¿verdad, má? Laura hizo un gesto afirmativo ante lo que dijo Laurita, su hija próxima a casarse.

               Dos semanas tuvo que esperar Rosario para encontrar la iglesia sola y poder entrar. El olor a humedad y la semioscuridad acompañaban el paso lento de esa diminuta mujer que arrastraba una escalera. Con esfuerzos la colocó y comenzó a subir, su corazón latía rápidamente, volteó para verificar que nadie la vigilara, pisó el último de los dieciséis peldaños, abrazó a San Antonio, pero el peso de la escultura venció el equilibrio de Rosario. Quedó inerte en el piso, sin vida, cubierta de flores y encima la túnica divina colmada de milagros.



Jorge Enrique Escalona
Ciudad de México. 1962.
Es licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado cuento en los periódicos La Jornada, Reforma y Excélsior, así como en diversas revistas literarias de México y España. Obtuvo el 2° lugar en el Certamen Nacional de Cuento "Carmen Báez" 2002 y con el cuento "La cita" obtuvo el primer Lugar en el Certamen Literario "José Revueltas" de la ciudad de México en 2003.
Actualmente prepara su primer libro de cuentos. El Universal. Actualmente se dedica exclusivamente a escribir
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junio
2004