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No sabrás bien a bien cómo llegaron a la cama.
Pero de pronto estarán ahí, juntos, amándose.
Su ternura te sorprenderá por insospechada; durante tantos años escondida debajo de sus trajes impecables, su puntualidad y su rigor en el trabajo.
Sus manos sí serán tal y como las imaginaste tanto tiempo, mientras las mirabas escribir y apoyar sus opiniones y sus órdenes precisas.
Esa noche, sus manos tocarán, una a una, cada zona de tu cuerpo, y te darán una energía aún sin clasificar por la física cuántica.
Lo que más te gustará, sin embargo, será la expresividad de su silencio. Tú, que durante tantos años has escuchado sus discursos sabios, sus conferencias magistrales; tú, que te bebiste cada uno de sus éxitos editoriales, esa noche disfrutarás alucinada con todo lo que te dirán sus silencios.
Estarán juntos más de cuatro horas, sin decirse nada, entregados a explorar sus cuerpos y sus sensaciones, hasta que el cansancio los venza. Te quedarás dormida.
Despertarás hasta el otro día, a las nueve de la mañana, él ya no estará, se habrá ido, también en silencio.
Pensarás en lo tarde que es y saltarás de la cama a la regadera. Te vestirás a toda prisa y sin tiempo para desayunar, saldrás corriendo a la oficina, sin poder pensar en otra cosa que las dos horas que llevas de atraso.
Ya sentada en tu escritorio, todavía obnubilada por la noche vivida --anhelada durante años--, tardarás en comprender lo que la agenda te obliga a aceptar: hace dos días que él está de viaje y regresa hoy al mediodía. Incluso, tendrás que repetírselo por teléfono a su esposa, que a su vez está llegando al país de otro viaje. Un escalofrío recorre tu cuerpo.
Te dirás que no pudo haber sido un sueño, que puedes distinguirlo como algo diferente a las muchas veces que te soñaste despierta haciendo el amor con él. No, lo de esa noche había sido otra cosa.
Te levantarás del escritorio y entrarás al toillete, mirarás el rostro de feliz cansancio que te devuelve el espejo, descubrirás un moretón en el hombro, repasarás el dolor muscular en los muslos y la humedad de tu ropa interior. No ha sido un sueño, te repetirás.
Ahora vuelves al escritorio y las veinte llamadas telefónicas que debes atender te impiden seguir pensando, hasta que entra su chofer con el maletín que carga siempre al volver del aeropuerto. Otra vez sientes la opresión de angustia y confusión en la boca del estómago.
Después entra él. Reaccionas sin pensarlo y pones a prueba definitiva tu confusión.
--Buenos días, señor. --¿Cómo le fue en su viaje?
--Estupendo --te responderá, especialmente anoche.
Te confesará que vivió la mejor noche de su vida.
Y mientras él te entrega, como siempre, el pasaporte, las tarjetas y todos los demás documentos que tú administras y ordenas para sus viajes, descubrirás atónita y feliz que él lleva puesta la corbata italiana que le compraste hace dos años y que sólo anoche te atreviste a obsequiarle.
Andrea Bárcena
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