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… el mar es limpio por fuera. |
Las sirenas de mar,
no las de curvas y aletas que sugieren cantos y atrapan sueños, ellas no,
las otras, que no eran de rutina, alarmaban en la oscuridad y silenciaban
alaridos de llagas que la sal más castigaba en los cuerpos, de horror hechos
y quejas en aquel mar ardiente y pastoso, y tras cada sombra una hoguera
tenía rostro, de inmensa pena, encubierta por espirales de humo que el
viento expandía impregnado de cenizas grasientas y temperaturas de infierno,
haciendo sacrificio las labores de rescate y los esfuerzos, por salvar
al barco herido, por el impacto brutal y agitando llamaradas más altas
que sus banderas.
El mar que es limpio por fuera, como revés de palo corteza, sucio de arder combustible y sangre estaba, como el claro de las alas de la paz cuando no cumple su promesa, como todo está, cuando cuesta dar forma a la idea que sirva para evitar un mal.
El Onus-Probandi. Joya preciosa de la navegación mundial, diseñado y concebido como embajada de servicio y respaldo legal a las naciones. ¡Se hundía! A pocas millas de alcance de nuestras costas, y toda su carga de humanidad caía o se lanzaba por la borda a un océano de petróleo ardiente, y entre claridades pude ver a mucha gente saltar al vacío, de manos cogidos, desde puentes como torres o edificios, en replica gemela del símbolo que fue él sacrificio, para que el odio, la venganza y el descuido, no provocaran lo mismo, ¡jamás!
Airaban sufrimientos del mar helicópteros, remolcadores, bombas y chorros, órdenes amplificadas, y la culpa en llamas. También la mía, que no hice más de lo que debía, para evitar aquel lamento, y buscaba entre los muertos alguien que diera una señal de vida, y más de los que recogía regresaba al agua de nuevo, como ya no podía regresar nada al tiempo en que todo eso se pudo evitar.
A sal y gas y cabelleras y carnes quemadas olían los cuerpos, pero el mío a culpabilidad, y repleto de aquella tragedia regresé la barcaza a mi nave, el Cosa Nuova, más distante que a prudente distancia de la alteza rota del Onus-Probandi, en un caviar de luces y de alarmas, alargada como daga de una media empuñadura, iluminada su figura monumental, más imponente que la del “Exxon Valdez”. Reparando daños y matando más.
Era el buque cisterna responsable de todo aquello, serio, pero no como en duelo, como en delito. Y en su busca, oleando espumas a brincos sobre charcas de fuego, pude ver que peces errantes tropezaban con las bandas de la barca, y por detrás como carnada al vuelo parecían decidir querer estarse muriendo, y sentí la carga doliente de oficiales y tripulantes del Onus-Probandi cual augurio de más ulceras, fracturas y muertes, en el futuro negligente del gigante petrolero.
El Cosa Nuova a buen motor quedó más cerca que lejos, pero no lo alcancé sin incidente. Los marinos que estaban conmigo tuvieron que intervenir y detener el acto vil de un naufrago, que aun lamentable y apretado estaba tratando de robar a dos muertos recientes, y a ellos, al agua, porque así ya no importan. Quizás algún día la justicia se haga ley presente, no como ahora, y decida sin demora bien quien tendrá que pagar por ellos.
El puente del Cosa Nuova era como autopista destinada a improvisar eventos, de esos que llenan de sangre y sudor a todos. A civiles y militares, a enfermeros y médicos, a inocentes y culpables, y también al aire, de ráfagas como ríos de caudales impuros, afirmando con sus ruidos un sombrío futuro para las aguas navegables por el enorme Tanquero. Que acogía a los rescatados, muchos de los cuales morían, ya no en su barco, en el mío, que los había embestido, y que sí recordaba al “Exxon Valdez”. Por sus interiores y por tener al mando a un capitán que había tenido problemas de alcohol casi desde que era un niño, y que había logrado el puesto por obra y gracia de un artificio, enrolado con el brillo, sino del genio, con el de la lámpara maravillosa… Y eso lo sabíamos todos en el Cosa Nuova.
Con la aurora, y atendidas las primeras necesidades de mi grupo, ya ubicado, y en área asignada para ser transportados a otros barcos los que no estaban graves, fui a dar mi reporte al capitán que no se hallaba en el puente de mando, y me orientaron a la “biblioteca”, donde siempre se encontraba cuando todo estaba bajo control en la nave. Curiosamente en la puerta hacía guardia uno de los marinos que había estado conmigo en rescate, entró para avisarle de mi, luego salió y a una señal entré en la biblioteca que no era tal, no la de todos, esta era una cámara privada y al yo iniciar una intención, la mano del capitán, en palma que detiene y extiende orden ¡que espere! me impidió interrumpir su lectura por un minuto, minuto que utilicé para distraerme, revisando sin mucho interés el armario donde estaban sus libros. La obra de Zane Gray, incompleta. Pero no era de él lo que el capitán leía, porque en la portada se podía leer, PLOMO A GRANEL, de Marcial Lafuente Estefanía.
Pasado el minuto se alzó del asiento y se acomodó el uniforme y la corbata. Estaba limpio, como el mar, porque el mar es limpio por fuera. Tenía la estatura de los hombres bravos, era bajo, pero esa vez parecía más crecido y extraño. Era civil, pero esa vez se vestía de camuflaje, y no le queda. Revisó mi reporte con menos interés que yo sus libros, con menos interés que a mi anterior reporte de radar y mi sugerencia de variar nudos o rumbos al navegar por un crucero. Ningún caso hizo, ni caso hizo a nadie más que al radio del padre que dirigía todos sus movimientos, y que había sido de la misma nave capitán. Me dijo, recogiendo de una mesita de centro una bella maqueta de barco, mirándola, mirando, que… “el Onus-Probandi se puede salvar y reparar, y quedaría igual de nuevo, según informes”. Pero no le creí. ¡Eso ahora ya no se lo creé nadie!.. Después me habló de mi grupo. “Sabía” lo del incidente y me dijo que ordenó el arresto de todos los oficiales del Onus-Probandi rescatados por mi equipo, aún los que no estaban sanos, porque los hechos los hacía responsables de negligencia, y además porque habían intentado un acto de ofensa con el uso de armas… ¿Qué armas?.. Le dije que había un naufrago culpable sin armas, y que era justo hacer con él lo debido, pero que eran inocentes los demás… Y me dijo... “Que hasta que todos no firmaran la opinión de juicio del Cosa Nuova, ellos y el Onus-Probandi quedaban bajo la jurisdicción de nuestras leyes, y estarían sometidos”. Así de sencillo, nada más.
Salí crispado, inútil tanto protestar, él habla más con la mano, y con la mueca de la errada autoridad de su intento de labios, y también con la sonrisa fina y cruel, cínica, arqueada, y arqueadas hacia abajo las comisuras, con la forma oval de la herradura y el efecto sanguíneo del aguijón que tiene la espuela en la punta. Pero antes de ir le pregunté, las muchas veces… ¿Y las armas?.. Dónde están?..
Afuera en visión fatal, y en la miseria que estaba por donde quiera, se podía mirar que eran muchos, cadáveres, que se botaban al mar ya sin conciencia, de nuestra altura, de caída que despedaza y riega, y que en figura de caída era, casi igual a cualquiera de las sentidas torres gemelas, y aquello era, lo mismo, pero haciéndolo de otra manera.
¡Jamás! Y este jamás como lección bien aprendida, debiera permitirse comandar un gran barco, a quien haya pecado de alcohol aún si lo niega, porque el resultado es pérdida, para alguien que es un hijo de madre, o para su madre en esta Tierra… ¿Y navegando? Después de una… ¿Cuántas más?
Julio Hermaz
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