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No náufragos. No soles. Tres veces negados por alguien que se llamaba Pedro, o Juan, o Judas. Muchos trozos de escombro sobre vetas muy tenues en el mármol. Lodo sobre el espejo. Adiós a esta novela. Corta el hilo, gritaba Ariadna con mi voz. Despídete, dijo Teseo. Y eso fue lo que hice. Con la cabeza del minotauro entre las manos.
Cemento para nubes. Hundiéndose por siempre. Adiós, adiós. Pañuelitos de humo. Diez nudos. Uno tras otro. Los pasos alineados. Un rosario siniestro.
Que te mueras, le dijo el laberinto a la paloma. Que te maten, le dijo la paloma a Dios. Dios dijo chau. Cerró la puerta y se fue. Nos dejó solos. Un universo entero sin respuestas. Sin brújula, sin llaves. Y yo en el medio. Parada justo al centro. Sin asidero. Sin tabla de rescate. Sin encontrar interruptor que me libere.
Toma mi corazón y guárdalo. Bébelo como un jugo de frambuesas maduras. O lávalo en el agua clara de tus ojos, y enjuágalo para que se desprenda de su herrumbre. Para que pueda volver a verse blanco y decirte otra vez cuánto me gustas.
Porque hace frío, y estoy cristalizada de salitre, dentro de un témpano absurdo. Y me han dolido uno por uno y todos, los encendidos corales tumefactos que se ahogan en la profundidad marina. E insomnio es esta lapa atroz que me succiona desde la base de mi cráneo.
Y tengo sed. Y tiemblo de palomas que han sido desolladas. Ya no hay remedio
para la turbia enfermedad de mis palabras. Soy un exceso de noche, sin
sueños fuera del laberinto. He regado oscuras flores carmesí desde la cuna
vacía de mis brazos. Y tengo miedo. Porque estoy viva aún, pero varada
en el centro del derrumbe.
No náufragos. No soles. Tres veces negados por diez nudos atados a un único pañuelo. Sin poder avanzar. Con la cabeza del minotauro muerto y aterido. Sangrando pétalos desde palomas abiertas en la limpieza del tajo conque corté los hilos, tiritando de frío. Número impar y una mitad de nada. Abiertas alas en carne viva. Una magnolia muda y hermosa. Soy la hemorragia que hace charco a mis pies y me desnuda, como un vestido que dolorosamente rojo cae por última vez, desde la rueca que llevo entre las manos.
Laura Battiato
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