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Estoy
aquí, sola, apostándole a nada, tratando de imaginar lo que mi supuesta
claridad dejó en ti esta tarde de confesiones. Te amo y tal vez no he encontrado
todavía la forma de expresarlo. Pero sé que te amo porque mi ser entero
se desborda esta noche en ti. Te pienso, sé que estamos lejos y aún te
siento cerca. Contestas mi llamada como si nada hubiera ocurrido, como
si mis palabras no te hubieran lastimado. A pesar de lo que dije, de lo
que traté, sin éxito, de explicar, me siento tranquila. Dije algo que tal
vez debí callar, mi malestar al comprobar que quien vive junto a ti no
te valora. Esta sensación, parecida al arrepentimiento, me lleva a recordar
lo que vivimos en momentos más afortunados: tu despertar a la vida, tu
ingenuidad, tu transparencia, tu valor para enfrentar las dificultades,
tu belleza, tu inteligencia, tu seguridad y, sobre todas tus virtudes,
tu prudencia. Te has apartado del conflicto con esa tranquilidad que da
la certeza de tener la razón, de no estar impaciente porque los demás crean
en tu verdad. Siempre has conseguido tolerar al obstinado para hacer prevalecer
la armonía. Te quiero más de lo que imagino, te quiero porque eres tú siempre
y en todo momento. Te voy a extrañar, me harán falta tus gestos, tus palabras
y tus risas. Sin embargo sé que no los he perdido. Tu nobleza es grande.
Regresaré y estoy segura de que me harás sentir que nada ha opacado el
cariño que nos une. Gracias por intentar comprender lo incomprensible,
gracias por estar en tu lugar y defender tus convicciones. Te llamaré a
mi regreso, te encontraré complaciente.
Justo por eso te quiero tanto. |
Patricia Romana Bárcena
Molina
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