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Terrorismo involuntario
Andrea Bárcena




                   La noticia del secuestro y asesinato de la doctora Carmen Gutiérrez de Velasco nos deja sin aliento, sin ánimo de tocar otro tema que el horror, el espanto que nos produce la existencia de individuos capaces de tanta maldad, en nuestra sociedad.

                   Ser de izquierda—dice Marguerite Duras, en un texto clásico-- “es tener ganas de matar y de abolir la pena de muerte”. Y sí, para hacer una revolución hay que estar dispuesto a morir lo mismo que a matar. Pero detrás de decisiones así, hay un enorme trabajo intelectual, emocional y moral, en un proceso tanto individual como grupal, ya sea de partido o de otro tipo de agrupación política.

                   En el Chile de Allende, en el que se había alcanzado un altísimo desarrollo de conciencia, no se pudo sin embargo llegar a la decisión de matar.

                   “Compañero Allende”—le suplicaban algunos grupos armados del pueblo—“estamos listos, para cuando usted lo quiera”. Pero Allende no quiso ensangrentar su país y dio la pelea hasta el final por las vías pacíficas.

                   Una militante del MIR me contó años más tarde que, ya en plena dictadura, su grupo tuvo dificultades para ejecutar un pequeño plan terrorista que incluía la tarea de matar a un perro y arrojarlo en un costal en un lugar y momentos determinados: nadie quería la tarea de matar al perro.

                   Matar debe ser algo muy difícil para quien no está entrenado en la lucha armada o en la delincuencia organizada.

                   Por eso asusta mucho que un jardinero, un policía civil, un taxista y al parecer una sirvienta ejecuten a una mujer tan linda y saludable como la doctora Gutiérrez de Velasco. ¿Qué había en sus mentes además de la fantasía de hacerse ricos con el pago del rescate? ¿Qué odios, qué resentimientos, qué amarguras, qué moral?

                   Su acción puede leerse como un acto de terrorismo involuntario que sacude a toda la sociedad pensante: porque a partir de ahora todos somos “secuestrables”, y en las multitudes de nuestros pueblo hambriento y abusado montones de individuos viven una situación límite capaz de conducirlos a convertir su rencor, su desmoralización y sus fantasías en acciones de este tipo.

                   Bernardo Bátiz, el procurador capitalino, ha dicho que es la “descomposición social”, la que explica esta tragedia consumada por “delincuentes improvisados”.


                   Todos sabemos—sin necesidad de grandes estudios sociológicos—de donde proviene esta descomposición: los abismos crecientes entre las oportunidades y la calidad de vida de ricos y pobres en nuestra sociedad; el cinismo e ineptitud de los gobernantes; el abuso inconmensurable de los empresarios y sus personeros dirigiendo una política económica infrahumana y, finalmente, la inexistencia de verdaderos partidos de izquierda capaces de dar estructura al resentimiento social para convertirlo en programa de lucha y transformación de la sociedad.

                   Las esperanzas—que son una felicidad sustituta—para la gente en general y para los desposeídos en particular, no sólo se han achicado en los últimos años, sino que están casi agotadas; eso produce desesperación, confusión y necesidad patológica de catarsis y de fantasías extremas como la de estos cuatro secuestradores improvisados.

                   Ojalá que la muerte injusta, innecesaria y sórdida de la honorable doctora sea útil al menos para provocar la reflexión de los dueños del dinero, de la izquierda oportunista y partidaria y de todos los que con nuestras prácticas individualistas contribuimos a la descomposición moral de la sociedad mexicana.

                   Mi más sincero pésame a la comunidad médica mexicana y a la familia de la doctora Gutiérrez de Velasco.



Andrea Bárcena
México D. F.
Sicóloga y maestra en Ciencias de la Comunicación.

Su trabajo principal se ha desarrollado en el campo de los Derechos Humanos.
Autora de libros y una gran cantidad de artículos ha ejercido el periodismo en publicaciones como La Jornada, Proceso y El Universal. Actualmente se dedica exclusivamente a escribir.
     


agosto
2004