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El
Renacimiento supuso una crisis tanto de valores o de modelos religiosos
como de todos los establecidos hasta el momento por una cultura teocéntrica,
en cuanto a que el ser humano europeo vive una situación social nueva:
la liberación del capital y del desarrollo técnico. Este hecho le permite
seguir a un modelo de convivencia más abierta o urbana, es decir, el pueblo
se culturiza, lo que conlleva liberarse de prejuicios ancestrales, lo que
conlleva creer en sí mismo y desarrollarse con más libertad en sus capacidades
con la virtud de que él se hace -educativamente hablando- y busca también
sus propias referencias: lo natural, la naturaleza -que se agranda con
los nuevos descubrimientos geográficos- y la cultura greco-latina. Entonces,
la creencia de lo divino, es ahora, a través de una mayor y mejor actitud
crítica -se exalta la razón- y prospera con una visión reformadora que
se enfrenta directamente a los abusos de poder y la derrochadora ostentación
de la Iglesia. A partir de ese punto de inflexión, el humanismo, es desde
donde se incitan o se provocan de seguida una serie de movimientos -luteralismo,
calvinismo y anglicanismo- con la intención de conseguir ora una independencia
con respecto al papado, ora una redefinición de la doctrina católica. Pero,
no sólo de todo esto es el beneficiario el pueblo, sino el Estado que garantizaba,
con ya la asunción de todos los poderes, una unidad nacional y protegía,
asimismo, su modo económico para subsistir: el mercantilismo.
En el siglo XVIII la burguesía se enriquece y se va consolidando como la
única clase social que lidera las transformaciones sociales. Nace ahí un
movimiento cultural, cuando el desarrollo científico está en su pleno >
auge, la ilustración, que mina o destruye poco a poco las pilares del Antiguo
Régimen; Montesquieu, en su obra "El espíritu de las leyes" establece
como sistema político ideal el parlamentarismo, en el cual los poderes
se separan o quedan divididos; Lambert publica "Reflexiones sobre
las mujeres" que impulsará luego sus reivindicaciones; Diderot cuestiona
el matrimonio en la "Enciclopedia" y, junto a D´Alembert en esa
publicación de los ilustrados, promueve el anticlericalismo y difunde los
grandes defectos del absolutismo.
Si la "Enciclopedia" fue una dirección-clave por donde se instigó
la burguesía contra el poder, Voltaire significó el animador principal
para que eso sucediera, pues, sembraba y avivaba las polémicas, era quien
suscitaba las ideas y, en consecuencia, la movilización de los demás a
raíz de sus sátiras o burlas o irreverencias feroces. Sería justo, sí,
considerarlo como un líder, pero no un líder en un sentido carismático
o de representar masas, sino que todo lo que él conmovía protagonizaba
ese liderazgo, en concreto, su influencia intelectual que ridiculizaba
o infravaloraba la sinrazón, las costumbres y las vanidades de la aristocracia;
aunque también en cuanto a que, al mismo tiempo que polemizaba, sabía ganarse
admiradores o simpatizantes -con las "Cartas inglesas" elogiando
la sociedad inglesa, con "Cándido" logrando el desenfado de su
entorno intelectual-. Voltaire, así, asediaba y despertaba las conciencias,
a todo riesgo -pasando tanto por encarcelamientos como por exilios forzosos-
y recurriendo a todos los géneros, algo que sólo él supo hacer con éxito.
En la "Historia de Carlos XII" criticó a la guerra, en "Epístola
de Urania" ataca a los dogmas católicos, en "Ensayo sobre las
costumbres" irritó a los calvinistas, en "Concreciones sobre
el siglo de Luis XV" se enfrenta directamente a los jesuitas. Después
de esto, es sencillo deducir que inició y despejó los primeros trazos del
camino del laicismo inculcando, además, que los seres humanos debían decidir
y ejercer por ellos mismos sus libertades, no que fueran impuestas. La
tolerancia era para Voltaire lo que la igualdad de derechos era para Rousseau:
sólo un medio justificable para un fin.
No obstante, la ilustración fue importante sobremanera porque atendió ya
a instaurar un modelo de civilización, así desmadejó todos los intereses
y los prejuicios para analizarlos a fondo, obligó a la sociedad a pasar
por una catarsis que ineludiblemente dispensó sólo unas vías justificables
para la acción política. Que ésta debía de estar basada en la tolerancia,
en tolerar que el otro pensara y decidiera libremente, era algo que Voltaire
sabía o reconocía, que él implantó como la necesaria "forma política"
o incluso la necesaria "forma intelectual", consecuente siempre
con la razón; puesto que superó a Descartes, a Spinoza y a Leibniz en racionalismo
al desprenderse radicalmente de los elementos que crean los prejuicios:
Voltaire era un "puro y duro" racionalista. Es evidente que si
las cosas funcionan mal es porque existen causas que las hacen funcionar
mal; y a buscar y a explicar esas causas es a lo que él se dedicó, con
la razón, no con los fracasados usos divinos a los cuales todos recurrían
para justificar -y de hecho así ocurría- las crueldades y las injusticias.
Cualquiera se eximía de sus responsabilidades, Dios era de la acción justificada
para cualquiera, y sólo bastaba la fácil justificación irracional: para
el fin (Dios) los medios no se cuestionaban y la mayoría pronto se justificaban
con facilidad desde un privilegio de poder.
Ahora sabemos que las leyes se fundamentan primero en razones, la ciencia
en razones y la eficacia de cualquier acción o de la política en razones.
No es, no, una casualidad. Es que todo tiene "un decir real",
no "un decir desde nada y por nada". Y la razón posee la virtud
de que no inventa miedos para manipular, sino que descubre las causes y
necesidades de una realidad manipulada -por unos cuantos- hasta el momento
(aún algunos la manipulan, porque no tienen que demostrar, sólo decir cualquier
locura, que es fácil). Voltaire alumbró con la razón la realidad, no con
lo que se suponía que dijo una divinidad de uno a otro hasta llegar a la
confusión o al "todo vale".
José Repiso Moyano
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