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Los bellos átomos del mar
podrían sangrar en mis venas,
el dulce goteo de un río
puede hacer las arduas
lágrimas de mis ojos.
Las largas, elongadas, llanuras,
donde la soledad es la ley, ni escrita
ni dictada: obedecida;
dejan secas piedras-
como anacrónico fruto de un árbol
desgarrado en la raquítica sequía:
Soy de esa piedra. Soy de piedra blanca-
de mármol, montuoso o estatuario.
Soy de nieve cuando palidezco;
y, cuando en los Andes nieva,
pueden ver mi rostro; y, cuando el cielo
recuerda por la tardía tarde,
su horario de carmín y de ceniza…
¡Sea mi vergüenza, sea mi gris cabello!,
en el matemático negocio del Cosmos.
Todo debe dormir, como las estrellas
descansan en un claro día; o el sol
declina su ardiente cerviz durante la lluvia.
Soy los ojos que se cierran, soy el sueño.
¡Haya entonces el descanso a la muerte!
Acaso duerman también las estrellas
en mi mente.
El río y el mar, la montaña y la llanura
palpitan en mis propios pálpitos
(sangran mi sangre y lloran
mis dormidas lágrimas…).
Ello piensa, incluso, lo que dejo de pensar.
Sea, sí, el mundo…
cuando despierte para seguir soñando.
Daniel Alejandro Gómez
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