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1. Vaya Usted
a la más famosa biblioteca de su ciudad (siempre y cuando no le moleste
visitar el centro de Guadalajara, ni le ofenda la posibilidad de ser víctima
de Mimos expertos en el arte de la burla).
2. Entre aunque no se registre, camine directo al fondo, suba por una estrecha
y breve escalerilla de madera, vaya a la sección destinada a Costa Rica
y tome el libro cuya clave es: Cr861.4 ODI, su título "Los Elementos
Terrestres".
3. Àbralo en la página 47 y lea:
Ven
Amado
Te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche.
Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor a ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.
Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.
Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo,
Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
Tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,
deténgase aquí con un suspiro y vaya abajo, pisando con cuidado la escalerilla
estrecha pues quizá para entonces su corazón estará haciendo mucho ruido.
4. Vaya a la mesa más próxima, encienda una lámpara y deje que su luz blanca
bañe las páginas del esbelto libro, termine el poema, levante la vista
y contemple las estrellas rojas, el sol americano, verá que sin querer
estará ya recordando tardes de su adolescencia, mañanas junto a un río,
tibios labios cierta tarde besados.
5. Llegue sin ninguna prisa a la página 51 y empiece a decidir si amará
o no a Odio. Lea.
6. En la página 53 encontrará:
"Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblaré de islas
con tu brillante dádiva."
(¿Se acuerda de Rosario Castellanos, canta en su pensamiento "Lamentación de Dido"?, no importa, el amor también es una enorme caja de resonancias.)
Si tal vez le ha dolido leer:
"Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón entre las manos
congregado y solo."
no se preocupe, en la página 57, el poema "Consumación" lo hará
sanar con una dulce caricia plena de sensualidad y querrá mirar los ojos
de Eunice Odio, tocar sus manos (seguramente blancas, seguramente suaves),
aunque sea alguna vez en esos sueños donde el mar no nos ahoga, sólo nos
acaricia, y nos devuelve al mundo nuevos, niños murmurando al borde del
silencio como Eunice:
"Ah,
Camarada,
Cómo te amo a veces
por tu nombre de hombre
Y por mi cuello en que reposa tu alma."
7. Disculpe al lector de la mesa de al lado si intempestivamente se ha
ido, seguramente el ruido de su corazón le interrumpe la lectura ¿o es
que acaso Usted lo miró distraídamente y el concentrado lector creyó ver
en sus ojos humedades indiscretas? En las ciudades suele ser así, no tenga
remordimientos.
8. Si ha llegado a ese verso: "La alegría de caer en inocencia de sí mismo" y siente que nada es más exacto, esto es sólo signo de que ha seguido las instrucciones al pie de la letra y siente inevitablemente que se enamora de sí mismo.
9. Bébase las estrofas 5 y 6 de la página 79 sin respirar, si puede.
10. Compare la belleza de la página 99 con la burla de la 101 ¿se indigna
o sonríe, más allá de toda pena?
11. De vuelta al libro, es decir, regrese y lea en las primeras páginas que Eunice Odio vivió desde 1955 hasta el año de su muerte en México y publicó regularmente en "El Diario de Hoy" y en la revista "Kena".
¿Se cree el cuento de que paseaba "sola el día entero por las calles
de su ciudad" a los seis años? Eso de que encontró gran influencia
en la biblia Usted ya lo había adivinado, y los elogios desmedidos dirigidos
a Eunice Odio Boix y Grave Peralta, pronunciados en alta voz y por carta,
a estas alturas, ¿le parecen excesivos? ¿o quizá, si llegó a la página
12 ya está tan enojado como Humberto Díaz-Casanueva? quien, no sólo dijo,
sino escribió en un libro titulado "Tránsito de Eunice Odio":
ignorada, incomprendida, inédita, no tiene siquiera una página en las pomposas,
vulgares y comerciales antologías de los últimos años que repiten y repiten
nombres, exaltan e hinchan figuras, las más llamativas, las proyectadas
como dentífricos de moda, prefiriendo la popularidad, el lugar común, a
las dimensiones fundamentales y que ofrecen ciertas dificultades porque
sacuden la pereza del lector.
¿Quién conoce a Eunice Odio? ¿Quién se ha dignado penetrar en una obra
tan densa, tan elaborada, tan rica en intuiciones primordiales? No tiene
justificación una ignorancia que equivale a una arbitrariedad: a la proscripción
del territorio de América de uno de sus valores más verticales, poderosos
y heroicos.
Y si le parece que las páginas siguientes son nada más que la expresión
de alguien más que se ha enamorado de E. Odio quédese pensando que ella
murió pobre y sola el 23 de marzo de 1974 en la ciudad de México (¿importará
entonces recordar las palabras que Eunice, con su rostro de ensayista escribió
en aquel texto: "En defensa del Castellano": "¿Habrá que
añadir que México es el colmo de la pasión, la sensibilidad y el misticismo?".
¿Valdrá citar: "...luego resulta que yo nunca creí en serio, eso de
que tenía que morirme...
¿Sabes quién sí está seguro de eso? O. Paz. Un día me dijo en el colmo
de la solemnidad y la seriedad: ``Tú, querida, eres de la línea de poetas
que inventan una mitología propia, como Blake, como Saint-John Perse, como
Ezra Pound; y que están fregados, porque nadie los entiende hasta que tienen
años o aun siglos de muertos.'' de ``Carta 21'', en Eunice Odio. Obras
completas, tomo I, sin saber ya ni dónde, ni cómo, ni nada?)
12. Por último, salga de la sala pues ya estarán poniendo las sillas sobre
las mesas y amables empleados le pedirán que se retire; camine por las
calles de la ciudad sin ver nada, sintiendo que ni siquiera la poesía,
ni el amor, jamás el tiempo...
(Embriagado entonces, sordo, lejano, Usted no hará sino quedar mudo al ver que desciende del azul marino cielo de diciembre un ángel -¿San Miguel Arcángel?- y deja en sus manos unas cuantas cuartillas, argumentando que con ello termina su jornada y se va, tal como vino, un tanto irónico, iracundo, ¿ebrio?: ya sin instrucción posible irá usted a su casa y leerá sin pensar ya en el amor, ni en la verdad, ni en nada, sin pensar, tal como enamorado:
Si pudiera abrir mi gruesa flor.
Yo no me dejaré humillar por las cosas irracionales:
penetraré lo que haya en ellas de sarcasmo hacia mí,
haré que las ciudades y civilizaciones se me rindan.
Whitman
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme
Cervantes
Eunice andaba en el sueño
con zapatos de vigilia,
¡ay, Eunice, por tus pies
te van a negar el día!
E.O.
Si pudiera abrir mi gruesa flor
para ver su geografía íntima,
su dulce orografía de gruesa flor:
si pudiera saltar desde los ojos
para verme, abierta al sol,
si no me golpeara de pronto, en la mejilla,
esta reunida sombra,
esta orilla de silencio
que es lo que ciertos pañuelos a la lágrima,
un aposento blanco, descubierto.
Si pudiera quedarme abierta al sol
como el sencillo mar
y alta, recién nacida hija del agua,
creciera mi color al pie del agua.
Por qué no he de poder desnudarme los pies
en una casa en que los alfabetos ascienden
por el labio a la palabra, y en que duendes de menta,
sirven té verde y florecida sombra.
Por qué no he de poder
desnudarme los pies en una casa
en que todos los días
un año desviste su estatura melancólica,
y en que la costa azul de un relicario
guarda el retrato de un vecino de mayo que se ha ido.
Sin embargo
no puedo desnudarme los pies en esta casa
ni poner sobre la mesa el corazón.
Pero puedo abrirme como una flor
y saltar desde los ojos para verme,
abierta al sol.
Junio 12, 1946,
Granada, Nicaragua.
Declinaciones del monólogo
I
Estoy sola,
muy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
con una carga de ángeles menudos
como esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo, a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.
II
Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame...
pero ahora que no me llame nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
(qué gran prisa tengo),
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo.
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.
Marzo, 1946
San José, C.R.
**N.B. Ella lo escribió en 1946, este homenaje fue mucho después.
Guadalupe Ángeles
Pachuca, Hidalgo; México. 1962.
Actualmente reside en Guadalajara. Publica semanalmente su columna en el
suplemento Tapatio Cultural de El Informador. Además ha participado en
múltiples suplementos culturales y diarios, como La Jornada Semanal de
circulación nacional, así como en El Financiero, El Occidental y otros.
Su novela Devastación obtuvo Mención Honorífica
en el Concurso Juan Rulfo para Primera Novela convocado por el gobierno de
Tlaxcala en 1998 y en 1999 obtiene el Premio Nacional de Novela Breve Rosario
Castellanos convocado por el gobierno de Chiapas. En 2001 se publica su segunda
novela Quieta bajo el sello Paraíso Perdido. Entre sus libros de
cuentos están Souvenirs, Suite de la duda y La elección de los
fantasmas. |
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sept
2004
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