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Armando piezas
Te armo, te
imagino por pedazos, parte a parte, formo con tus piezas esquivas la imagen
perfecta que me marca el sueño, pero una milésima antes de verte completa,
se rompe frágil y debo comenzar de nuevo. Caen revueltos los fragmentos
en el suelo, entre hojas y pétalos del jardín del olvido, los separo de
nuevo con paciencia y los ensamblo de mil formas, buscando inventar la
figura que irrumpa con su magia en acople magistral. Esa metáfora sublime,
sin remiendos entre empalmes, que irradiando la luz ámbar ciegue cualquier
indiferencia. y en el último suspiro verte fantasía aparecida, aquí, de
frente. Y entonces, ver premiado el esfuerzo cuando sea turno de que empieces
tú a armarme.
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El talón
Que más podrías,
hija de Aquiles, que cantar entre las pulsaciones de tu atrapado corazón,
que rogar porque el veneno se riegue entre el bamboleo de mimos y el desfile
de vidrios triturados que presientes. Herida estás, de muerte, entregada
a que los ríos de savia te desborden en la intoxicación por sobredosis
de cobalto, febril esperas que se extienda en tu paisaje aquella pócima
que en certera puntería te ha irrigado la saeta enviada. Goza y cántale
al oportuno festín de los perniles, que de un solo bocado te ha tragado.
De nada vale retirar el dardo que encontró tu débil punto, déjalo volver
allí las veces que prefiera; pide que lo lance otra vez, ruega porque encuentre
de nuevo esa nota que a vibrar te manda. Clave de sol, que entre acordes
te convierte en Mesalina, entrégate toda, déjate pulsar, abre el compás
de tus piernas que te convierte en melodía.
Aymer Zuluaga
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