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Y ahí estaba yo, el morboso:
prendido a la televisión, en el zapping, yendo de un lado a otro con tal
de ver a qué caraja hora salía Gloria Trevi de prisión. Fue gratis, sin
boleto, como un espectáculo callejero. El guateque comenzó en la tarde
cuando en esos bizantinos programas de espectáculos aparecieron unas barras,
las de la cárcel, que escondían el rostro de la Trevi. Después del tedio,
del aburrimiento y de la letanía de acusaciones, por fin, fue absuelta.
Qué bueno, dije, otra vez la Trevi dando el espectáculo teibolero en la
televisión, dizque cantando. (Ella y sus allegados lo dicen, es una virtuosa).
La Trevi, con sus medias rotas revolcándose en el piso, enseñando sus braguitas
para pervertir a los incautos televidentes. O la Trevi de los calendarios,
semidesnuda, con las chichis al aire, provocativa, que engalana las cantinas
y recrea la dilatada pupila de los bolos al caer la noche.
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Aunque, claro, se ve cansada, vieja, a pesar de la acicalada de rigor para
poder salir en las pantallas de Televisa. También dice ella que ha evolucionado,
que ha madurado como persona. Ahora sí hay que prepararse, encerrar a las
niñas con sueños de farándula y entrenar la vista para ver más piel, tatuajes,
nalgas, bondades de la naturaleza humana, con el infaltable aval de la
televisión.
Mientras tanto fueron más de seis horas de transmisión televisiva en vivo,
con un enlace al noticiario de López Dóriga; y después la Trevi cantando
para todo México (sí, lo he visto), con los ojos llenos de lágrimas. Ella
todavía en el penal, aprovechando los dones de la televisión, mitificándola.
Total, la ansiada libertad, la calle, pudo esperar un par de horas más,
hasta que se hartó de hablar al micrófono.
Lo mejor está por verse. Buenos agarrones entre esa bola de periodistas
de espectáculos que, quizá, no sé, pasean por las esquinas citadinas con
el pelo suelto, muy rebeldes, libres, ellas. O la oportunidad inmejorable
del fenómeno mediático aprovechado por los anunciantes, esos mecenas de
la televisión comercial.
(Bueno, ya, quiero bajarme del tren).
Vladimir González R.
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