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No sé medir
el tiempo pero hoy siento que los minutos pasan lentamente. Cada instante
y cada acción se acumulan en la suma total de mi existencia. Lástima que
uno se dé cuenta del valor de la vida cuando está muy cerca de perderla.
Sin embargo, no me arrepiento. En unas horas o quizá en unos cuantos minutos
ya no existiré y, ¡no quiero morir!
Necesito dormir, no pensar en nada. ¡Dios mío! borra de mi mente el terror
a la muerte y mitiga este profundo dolor. Hazme sordo y ciego cuando vengan
por mí, para no entender el final. Debe ser una gran injusticia que todo
termine así, y que nada ni nadie la detengan. ¡Soy inocente!... o, ¿no
lo soy? Me convertí en una bestia sin darme cuenta, soy un criminal; la
sociedad cobrará con mi vida el daño que hice y que me hice. ¿En qué momento
perdí la memoria y por qué razón mis sentidos confundieron la realidad
con la fantasía? ¿Cuándo sobrevino la locura? Escucho ruidos de metales,
¿será que la hora se acerca? ¡Son ellos! con sus vestimentas color olivo.
Los veo cruzar el pasillo, abrir las galeras y traspasar con su mirada
indiferente el dolor que dibuja mi rostro; oigo el taconear de sus botas
sucias como si fueran péndulos de reloj agotando los minutos de mi vida.
Se detienen, sacan un manojo de llaves oxidadas de las que escogen una,
mientras, me ordeno inútilmente mantener el valor, y no me obedezco. Tiembla
todo mi cuerpo por el pánico que me inunda. Un as de luz entorpece por
un segundo mi vista y me veo perdido en un universo de sombras y fantasmas,
siento una rara calma, me adormezco y logro disminuir la frialdad de sus
miradas; finalmente somos iguales, en sus cuerpos como en el mío se encierra
una vida y una historia, una lucha permanente por conservar a toda costa
esa vida y esa historia.
-¡Póngase de pie!- La orden tajante rompe el rayo de luz y regresa la oscuridad.
No me levanto. -¿No escucha? ¡Que se ponga de pie!- Y, claro que escucho,
cómo no escuchar la terrible voz si mis sentidos están al rojo vivo, cada
célula de mi cuerpo está en alerta para entender los últimos minutos antes
de que todo haya terminado. El reloj marca las 6:13 y la ejecución será
a las 6:30. Sólo 17 minutos, tal vez los más lúcidos de mi existencia,
los que puedo alargar mientras sean míos. Veo ante mí un largo pasillo,
sucio, frío, dividido en tres secciones verticales cuyas imágenes son sólo
sombras que se agigantan convirtiéndose en un juego irregular de perspectivas
y proyecciones. Quedan atrás las sombras a medida que vamos dejando las
rejas, el aire sucio se ve de pronto limpio y respirable. En la azotea
del viejo penal militar varias aves revolotean buscando alimento; el rocío
transparente y fresco resbala por los arbustos coronando la hierba verde
con un aroma casi olvidado, el cielo está completamente limpio, algunas
nubes forman figuras blancas que contrastan con el rojizo del amanecer.
A medida que avanzamos el cielo se torna azul y anuncia un bello día. No
entiendo por qué no ruge el cielo, por qué no se levantan tempestades y
azotan los vientos; por qué no corren las bestias y destruyen todo a su
paso, por qué no caen los árboles ni las piedras aplastan las flores. No
hay gritos, lamentos, miedo, terror.No, no hay nada de eso, sólo el presagio
de un hermoso.
Gilberto González Quezada
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