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Luis Cernuda
( Sevilla, 1902 - Ciudad de México, 1963) no fue sólo un poeta de exilio,
sino en el fondo de desaliento y de marginalidad: de posición crítica ante
lo que España le hizo padecer. No es, pues, un poeta que canta o elogia
a la mayoría de los intelectuales españoles -demasiado adoctrinados por
el seguidismo o por el conservadurismo-, más bien es un poeta buscador
de la libertad, del no-encasillamiento, reacio al pensamiento fácil, a
la austeridad religiosa o inquisidora que su pueblo por desgracia practicaba
no con pocas persecuciones o atosigantes moralismos.
Su estilo rompedor o novedoso en su primer libro, Perfil del Aire (1927),
recibió ya malas críticas por haber sido atrevido, "porvenirista"
o imitador de Guillén debido a que lo tradicional, lo folclórico, invadía
aún la literatura española. Así, el joven Cernuda se deja llevar más por
las influencias francesas (Rimbaud, Reverdy, Eluard o Gide) en consonancia
con su deseo de experimentación, de coloquialidad o de un espontáneo o
sincero sentimentalismo; por lo que, vadeando los prejuicios, opta por
viajar, algo que le servirá como reflexión de lo vivido: "Los hombres
tú los conoces, hermano mío. óyeles dictar la ley al mundo, acotar el amor,
dar canon a la belleza inexpresable".
En él se observa, se siente, la destrucción -la envidia o el odio- de un
pueblo que no le satisfizo casi nada o derribaba lo puro. De la muerte
de Lorca, su amigo, dijo: "el odio y destrucción perduran siempre.
Toda hiel sempiterna del español terrible, que acecha lo cimero con su
piedra en la mano" (refiriéndose a la hiel duradera, a la hiel que
trasciende para todo lo puro). De la muerte de Larra reprochó a su "madre
patria": "Escribir en España no es llorar, es morir", porque
de sobra lo sabía, pues, en España un ser libre nunca ha dejado de ser
apaleado en cuanto a que nunca se valoraron a quienes se separaron del
folclor hipócrita o del corporativismo intelectual de moda. En España pensar
es morir, si duda; pero cuando se piensa lejos de sus prejuicios, cuando
se es distinto. Bécquer, en su pureza, sólo consiguió ser "burlado",
nunca consiguió estabilizar un amor, ni ser respetado dignamente en vida;
Antonio Machado tuvo que exiliarse en sí mismo de "los que apestan
la tierra" o su tierra; Celaya fue reconocido en "nada"
para que muriera lo antes posible (mientras un "murguero" o un
cantamañanas lo es cientos de veces), en fin.
En su obra se descubre un permanente pesar al comprobar que el sueño -lo
íntimo- y la sinceridad son prohibiciones que encarcelan interiormente
al ser humano; por eso, se rebela haciéndose cómplice junto al o con el
paisaje de las emociones más auténticas (sólo la naturaleza, su belleza,
de verdad le comprende: "con el vivir callado de las cosas",
que seguro le viene de su juvenil admiración por Bécquer).
Las causas del destierro, ora en evidencia en un lugar suyo poético, ora en otro, las establece siempre en la incomprensión o en el maltrato.
"Ellos, de todo me arrancaron, me dejaron el destierro". El destierro como solución o como muerte inevitable. Entonces, su obsesión por sublimar la belleza, por referencia poética, se concentra -en predicción- sobre el paisaje; pero sobre el paisaje advertido "joven", ese perdido y ese que quiere recobrar -poéticamente- recordándolo ante un presente que a veces se deteriora o que se encuentra "en ruinas". Aunque, virtuosamente, la esperanza se intensifica en él con el mirar; la "mirada" aún crea: "La mirada es quien crea". Es el saber mirar lo que le proyecta su fuerza o su resistencia -su fe en sí mismo-.
Por otra parte, rechaza también, Cernuda, la gloria corrompida en manos
de grandilocuentes o sinvergüenzas, puesto que para él muchos intelectuales
no son consecuentes con un ideal de perfección o destruyen: "Cuánto
pedante en moda y periodista en venta". De ahí que renuncia, que se
desvela primero para sí y para su conciencia, por más, por más que le condene
el olvido o lo lea un público minoritario de acuerdo a que no se crea la
belleza para no ser atendida, para no ser "valorada": "¿Para
qué dejas tus versos, por muy poco que ellos valgan, a gente que vale menos?"
En definitiva, no pudo perdonar nunca -y por coherencia- la vanidad, la pedantería y el juego sucio. Él estaba hecho para que la gente valorara lo que había que valorar con... una integridad. Lo demás más o menos lo rechazaba por aquí y por allá, y más aún cuando se trataba de una posición hipócritamente moral: "¿Mi tierra? Mi tierra eres tú" (el amor). Y ya en cuanto a sus antipatías por principios, él las declaró así: "Mi antipatía al conformismo me hacía difícil a veces el trato con aquellos escritores a quienes conocía, repugnándome el fondo burgués que adivinaba en ellos".
Sin embargo, es el mismo fondo de pedantería y de medios de comunicación basura que se advierte hoy en día.
José Repiso Moyano
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