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Las nueve de
la mañana en el despertador. Esa mañana había conseguido adelantarse en
treinta minutos a la alarma que todos los días le ponía de mal humor. Lo
primero que hizo fue darse una ducha de agua fría. A partir de ese momento,
sólo le quedaban dos horas para poner rumbo a sus primeras vacaciones en
mucho tiempo. El destino elegido: la vieja casa de su padre en Peñaranda
de Duero.
Después de refrescarse con el agua fría, Javier respiró profundamente,
ensanchando sus pulmones, sin temor a encontrarse con ese nudo en el estómago,
que por culpa de su profesión, no le dejaba vivir relajado . Siempre tenía
la agenda llena de compromisos, entrevistas y actos públicos. Un día, una
entrega de premios, al siguiente una presentación en uno de los grandes
cines de Madrid, y al siguiente..., decenas de compromisos más.
Eso no era lo peor de todo. Lo que verdaderamente le dejaba sin aliento
era el hecho de tener que ir saludando a la gente que le pedía autógrafos
por la calle. Que mientras hacia la compra tuviera que conceder fotografías
a personas que ni siquiera conocía de vista, mientras éstas lo sabían todo
de él.
Pero lo verdaderamente triste era la actitud de cierta gente que se acercaba
a él sólo por el interés. Buscando acceder a un mundo que no les correspondía.
Sobre todo se le arrimaban jovencitas que enloquecían al verle.
Había días que se sentaba en su sofá y pensaba el número de ofertas que
declinaba . Su mayor preocupación aparecía al pensar si en alguna ocasión
habría rechazado al amor de su vida. Ese pensamiento le sacaba de quicio.
Incluso había veces que se arrepentía de haber estudiado arte dramático...,
aunque era lo que le daba de comer.
Aquella mañana tomó una decisión. Antes de coger el coche y marcharse,
se cambiaría la imagen totalmente. Comenzó cortándose su pelo largo; continuo
afeitándose esa poblada barba que no le correspondía por su temprana edad,
y se colocó lentillas de color azul en esos ojos negro azabache que le
habían proporcionado varios trabajos. En esos momentos se enfrentaba a
un gran reto, obtener un diez en la mejor representación de su vida.
A eso de las cinco de la tarde llegó a Peñaranda. Lo primero que falló
en la obra que Javier quería representar fue su Alfa Romeo descapotable
que no paso en ningún momento desapercibido. Pero realmente nadie se fijaba
en sus rasgos, en su acento y en su aspecto. Nadie reparo en quién era
realmente. Aquello le proporcionó una gran satisfacción.
Mientras sacaba las maletas del coche, al cruzar la calle observó a dos
mujeres que caminaban cogidas del brazo. Probablemente serían madre e hija,
pero Javier sólo se fijó en la más joven. En su interior empezó a nacer
una sensación que no había aparecido desde los remotos ya, tiempos del
instituto. Era la primera mujer en la que ponía sus ojos desde que Marta,
su última novia, le dejó colgado, justo antes de comenzar su pletórica
carrera como actor.
Aquella imagen le obsesionó de tal manera que en los días sucesivos no paraba de buscarla por todos los rincones. Soñaba con ese pelo moreno que se erizaba con la suave brisa del mes de Agosto, con esos ojos que parecían llenos de esperanza y vitalidad. Necesitaba verla otra vez más.
El tiempo fue benigno con la situación y tras tres días sin poder recuperar esa imagen perdida entre las calles, se volvió a encontrar con ella. Esta vez frente a frente. Su corazón empezó a latir apresuradamente. Un sudor frío ante la imposibilidad de articular palabra, le embargó hasta el rincón más recóndito de su cuerpo. Al final pasó de largo sin decir nada. Paró un breve momento con la intención de girarse pero no lo acabó haciendo. Tras varios segundos de silencio se dio cuenta de que ella también había detenido su paso.
En ese momento, sí que su corazón se empezó a estremecer. Un tic se había apoderado de su mano izquierda y una leve sonrisa se le dibujó en los labios. ¡Ahora si que tenía verdadero pavor a girarse!. Después de dudar se dio la vuelta. Pero allí no había nadie. Corrió calle abajo y no la encontró. Fue entonces cuando pensó que quizás se había metido en alguna callejuela próxima. Todavía le restaban unos cuantos días para conocerla, por lo que no se desanimó. Tan sólo le preocupaba el no verla de nuevo.
Aquella noche soñó profundamente con ella. Su mente dibujó un parque en
el que el sol brillaba intensamente y ambos iban cogidos de la mano, mientras
hablaban de esas cosas de las que hablan las parejas. Al final, en el momento
ideal, en la culminación del sueño, cuando Javier la iba a besar..., todo
se esfumó y el despertador comenzó a sonar intensamente.
Eran las diez de la mañana y Javier se vistió para ir a desayunar al bar
de abajo. Su padre le había hablado de él cuándo era pequeño, pero desde
que había llegado no había posado sus pies en aquel lugar.
Con las lagañas todavía pegadas entró en el bar. Se acomodó en un taburete
marrón y pidió un café solo con hielo y una ración de magdalenas. De repente
un chico de unos dieciséis años se le acercó y le preguntó lo que no hubiese
querido que nadie le preguntara. Un mocoso le acababa de reconocer y aunque
había poca gente en la taberna, la mayoría se dieron cuenta que era él,
Javier, el protagonista de la ultima película de Luis Echevarren. Actuó
con normalidad negando la evidencia. Se defendió de lo que clamaba a los
ojos de los presentes y continuó desayunando con total normalidad.
Cuando se iba a levantar para marcharse se encontró con su anhelada imagen cara a cara. Trabajaba en aquel bar de camarera. Aquel día llevaba su melena recogida en un precioso moño., un bonito vestido veraniego azul y esbozaba una amplia sonrisa.
Javier se volvió a sentar y acto seguido la pidió una caña. Era la primera
vez que hablaba con ella y quizás era la situación ideal para entablar
una conversación. Ahora comprendía por qué la veía tan poco por el pueblo.
- Oye..., ¿cómo te llamas?, la preguntó Javier.
- ¿Me estás diciendo a mí?, le contestó.
- Sí, ¿a quién si no?, no hay nadie mas en la barra.
- Soy Sandra, dijo mientras esbozaba una amplia sonrisa.
- No te lo tomes a mal, pero...¿ te gustaría quedar para tomar algo esta noche?. Es que estoy solo en el pueblo y no conozco a nadie.
- Bueno..., salgo un poco tarde de aquí..., pero de acuerdo. ¿Puedes recogerme
a las once?, le contestó Sandra.
- ¡Aquí estaré como un clavo!.
Todo había resultado a pedir de boca. Su voz no había resultado temblorosa
como en otras ocasiones, y tampoco había parecido ansioso por quedar con
ella a solas. Antes de salir por la puerta del bar, se volvió para mirarla
por última vez pero ya se había metido en el almacén.
Un poco de gomina en su pelo corto. Diez minutos para repasarse la perilla que se había dejado y otros diez para elegir algo informal para ir a buscar a Sandra.
A las once estaba entrando en el bar. Sandra estaba dando los últimos retoques
a la barra. Cerró la puerta metálica del bar y se metió las llaves en el
bolsillo. De repente, agarró el brazo de Javier, de la misma manera que
iba agarrada con su madre. Aquello le proporcionó una gran satisfacción.
Tener su cuerpo cerca del suyo, notar esas vibraciones que se sienten cuando
alguien se ha enamorado, le estremecía de sobremanera.
Tras tomar una copa, se marcharon a la plaza y se sentaron en un soportal.
- Javier, me alegra que estés aquí junto a mí. La mayoría de las personas me juzga por como soy, sin mirar lo que tengo dentro de mí, lo que puedo llegar a ofrecer. Todos se fijan en mi aspecto externo sin recordar que tengo sentimientos. Tú eres diferente.
Esas palabras llenaron de alegría a Javier. Era exactamente lo que él iba
a decir. Pero la felicidad quedó amargada por la duda. ¿Por qué le habría
dicho eso?. Sandra parecía tan normal, tan equilibrada en cada palabra
que decía, que aquellas afirmaciones parecían exageradas.
- A mí me pasa lo mismo, le contestó Javier. Todo el mundo se acerca a mí porque soy actor y ahora tengo una buena racha. He llegado a un punto en el que ya no se distinguir si se acercan a mí porque verdaderamente lo desean o simplemente por mi dinero.
- ¿Eres actor?..., ¡no lo sabía!. Lastima que sólo te pueda oír y verte
difuminado. Sólo veo bultos desde que a los seis años tuve un accidente
de tráfico. Desde entonces todo el mundo se comporta conmigo como si fuera
una marginada. Protegiéndome de lo que jamás se protegerían ellos. Piensan
que no soy una persona normal. Supongo que ahora todo cambiará para ti,
¿no?.
Javier se quedó estupefacto, incrédulo ante las palabras que acababa de
oír. Ahora todo concordaba. Se acercó suavemente y la besó acariciándola
los labios. Era de las pocas personas que le había abierto el corazón en
su vida, y eso no lo iba a dejar escapar. Le daba igual que no le viese,
llevaba años buscando a alguien que compartiera con él los sentimientos
sin reparar en apariencias externas. Para Sandra, Javier, jamás había sido
“el actor”, y para Javier, Sandra nunca fue “la ciega”. Tan solo eran dos
personas que habían coincidido en el mundo, y que tenían unos sentimientos
afines. Los convencionalismos y los tabúes quedaban desterrados de su mundo.
Juan Manuel Lázaro Criado
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