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José ya lo
sabe, se lo dijo la Sonia antes de venir conmigo. A mí, la noticia, no
me tomó por sorpresa; ya veía venir esa tormenta. Seguramente José le contará
las cosas a Roberto a su manera y no es improbable que éste venga a buscarme.
Poco me importa eso ahora, la espera ha ahuyentado mi miedo. Roberto es
un hombre de acción más que de palabras, yo soy débil y más viejo que él;
he preparado la cuarentaicinco para cuando a Roberto le escasee el habla.
Por ahora solo me queda esperar. Avisé que no regresaría al trabajo esta tarde. No tuve necesidad de justificarme como en otras ocasiones con algún falso malestar, solamente tomé mis cosas y salí a la calle. Afuera había un sol radiante que interpreté como una liberación. Creo que caminé sin prisa a la casa. Cuando llegué vi a la Rosi. Hincada sobre un tapete podaba los rosales y las otras flores del jardín. Pensé que todavía no lo sabía. Pero ¿Tendría ella que saberlo? ¿Por qué ahora y no antes o... después? ¿Qué diferencia habría? Para ella no tendría sentido, ella tan metida en sus rosas, en su jardín, en su casa tan ordenada, en su vida de mercado, de la ropa limpia y planchada, del café con las amigas. Opté por no mencionarlo, le dije que estaría trabajando en el estudio por sí alguien me buscaba. Entré a la casa.
La primera palabra que me viene a la mente mientras escribo esto es “esquizofrenia”; representar muchas vidas cuando se tiene solo una. Recuerdo no sin repudio la tarde en que quise explicarle todo a José: Fue una tarde de mucho vino y Jazz con Claude Bolling y Pierre Rampal, piano y flauta.
‘Creo que todos tenemos muchas vidas’ - dije sin levantar la mirada.
‘ ¡Ahí vas de nuevo! Sí no tienes nada bueno que decir mejor escucha la música’ - me interrumpió José rápidamente.
‘ Creo que de alguna manera todos somos esquizofrénicos’ - alcancé a decir.
‘ Lo que pasó, pasó’ - dijó la Sonia, ‘lo importante es que nos tenemos a nosotros...’
‘ Mira Maestro, lo que pasa es que tenemos muchos roles en la vida y eso a ti te confunde’ – tomó la batuta José.
‘No es eso, es que...’ – quise continuar.
‘Cuando eres pequeño eres niño, creces y te toca la vida de adulto, unos se enamoran y otros se casan. A nosotros nos dio por ser héroes. Por eso pasó lo que pasó, Eso ya lo dejamos. Ahora estamos bebiendo... Ergo, Maestro, somos borrachos’ – cerró rotundamente.
‘ La estúpida teoría de las vidas lineales’ – cerré yo también y salí. A mis espaldas dejaba al piano y la flauta tocando su música paralela en agradable armonía.
Si he de reflexionar sobre esto he de decir que mi vida no ha carecido de estas etapas, en este sentido la mía no ha sido diferente a la vida de otros.
Pero también he de confesar que ahora me aquejan varias vidas. Y una no espera a que termine la otra para confluir. Allá afuera esta la Rosi que me asigna un ‘role’, usando las palabras de José mismo usó. Ayer Roberto mismo me tendría por otro y ahora me estará asignando la del perseguido, ayer tenía yo la del que se esconde y ahora porto la del que espera. Espero si prisa a que estas vidas paralelas confluyan y se integren por fin. Por si he de platicarlo después reviso que a la pistola no le falten las balas.
A Sonia y a Roberto los conocí en el frente, cuando éramos solamente una parte de la bola: Una enorme masa suicida movida por esa otra nada que llaman libertad. Pensábamos que estábamos dispuestos a todo; a partirnos el alma en pedazos en nombre nada. José apareció de repente, se unió al grupo con esa virtud suya de siempre estar en todos los lados; aquí y allá, amigos y enemigos. Con esa agilidad para salirse del peligro a tiempo y siempre estar del lado de los buenos... de los que quedan. Fue José quien nos sacó de eso; ya en pleno hervidero, cuando parecía que el mundo se nos venía encima, un salvoconducto y un interrogatorio... la extinción de la bola.
¿Qué importancia puede tener lo que hicimos dentro de la bola? Éramos una enorme masa humana omnipotente, nada nos detenía. Sabíamos que como toda masa la nuestra estaba expuesta al desgaste, una baja aquí otra baja allá. Al principio las bajas eran aleatorias o mejor dicho, nos las imponía el enemigo, estaban fuera de nuestro control. Cuando ellos desaparecieron (o los aniquilamos) comenzamos a crecer sin control. Temimos entonces un anquilosamiento, una artereoesclerosis. Comprendimos la necesidad de autorregularnos; comenzamos a escoger a las bajas. Fuimos selectivos y a veces hasta arbitrarios; inventamos a la disidencia. Necesitábamos cuidar nuestra talla.
Más tarde comprendimos que depurarnos no bastaba para asegurar nuestra permanencia; requeríamos regenerarnos. Para justificar el reclutamiento incrementamos las bajas; inventamos espías de un enemigo inexistente y hasta llegamos a fusilar a supuestos traidores. La oficina de inteligencia creó la oficina de contrainteligencia para que reclutara espías que nosotros descubriríamos para justificar las bajas (y los nuevos reclutas) siempre bajo el amparo de la cohesión, de la hermandad, de la bola. Fue entonces que concebimos el modelo de vidas múltiples.
A la Sonia la contrataron para que espiara; era mi amante. Contrainteligencia la reclutó para encontrar al que habría de entregar a la bola. Nosotros sabíamos de su trabajo y no hicimos nada por detenerla pues nos interesaba también encontrar al traidor.
La información que le llegaba a Roberto de nosotros no podía ser completa, como tampoco lo era la que recibíamos de ella. Entonces apareció José, antes de la desintegración, con sus pases y salvoconductos.
No pocas tardes he meditado sobre ello y he llegado a la conclusión de que sí bien es cierto que todo hombre esta formado por muchas vidas que se suceden unas a otras, también es cierto que estamos hechos de múltiples vidas; La vida del padre no puede ser excluyente de otras vidas; las vidas del colega, del amigo, con la vida del traidor... la del esposo con la del amante.
Ayer le dije a la Sonia que quería terminar la parte de mi vida que la involucra. Como era de esperarse no ha comprendido pero ha actuado, y con ello ha desencadenado la fuerza capaz de reunir de nuevo mi personalidad dividida.
Hace unos momentos vino la Rosi a ofrecerme algo para comer, le he dicho que no tenía apetito, antes de que dijese algo le he pedido que se vista con sus trapos de luto ya que iremos a un funeral ¿De quien? - Me ha preguntado. Le he contestado con sinceridad que no lo sé todavía, sentí el arma bajo el brazo, continué; Cuando llegue Roberto lo sabremos.
César Hérnandez
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